martes, 22 de junio de 2010

IX Medio Maratón San Lorenzo de El Escorial

1. LA PREVIA

Llevaba con intención de correr el Medio Maratón de San Lorenzo de El Escorial desde hace por lo menos un lustro. Sin embargo, en una de las ediciones por lesión y en las otras cuatro porque encontrábame fuera de Madrid en la fecha de celebración, no había forma humana de conseguirlo. La ocasión esta vez era pintiparada, todo coincidía para poder desquitarme y completar el que se anuncia como “el medio maratón más duro de la Comunidad de Madrid”.

Pero al final surgió el problema que amenazaba con dejarme fuera otro año más. Al ir a inscribirme con una semana de antelación (rara vez lo hago con más tiempo) comprobé con desolación que el plazo había finalizado cuatro días antes. ¡Cagüentó, ahora que los astros se habían alineado y que la séptima luna de Orión concurría en cercanía con el vigésimo segundo anillo de Delta! ¿Qué hacer? Pues lo primero poner una vela a San Eutimio y hacer una generosa donación a la parroquia de San Cojonciano. Lo segundo, por si fallara lo primero, enviar un correo a una dirección que aparecía en la página web de la carrera y que decía era la forma de contactar con los organizadores. Seguramente gracias a la vela y a la donación, mi correo fue respondido por la Agrupación Deportiva San Lorenzo (organizadores de la prueba) con suma rapidez y en sentido positivo: comprendían mi situación y ponían a mi disposición un dorsal ¡Ole, ole, y ole! ¡Qué tíos más majos y resalaos!

Ya no había excusa. La novena edición sería mi esperado estreno en la prueba.

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2. BELLA Y BESTIA

Muy posiblemente el de San Lorenzo de El Escorial sea a la vez el medio maratón más duro y más bello de todos aquellos que se celebran en los confines del territorio gobernado por Tita Espe. La carrera puede resumirse como una larga cuesta con una gran pendiente que unas veces hay que subir y otras bajar. Creo no equivocarme si afirmo que es más exigente de lo que puedan resultar los medios maratones de Collado Villalba y Fuencarral e incluso que la Gran Caminata a la Sierra (Cercedilla). Intentaré a continuación analizarlo recordando mentalmente su trazado.

Para empezar se sale cuesta arriba. Esto no es casualidad, sino una evidente declaración de intenciones. Los primeros tres kilómetros sirven para calentar, lo que no quiere decir que sean fáciles. Digamos que son llevaderos porque se acaba de empezar y no se está cansado, pero ya incluyen alguna cuestecilla simpática. Una vez recorridos nos encontramos ante el desvío que marca el inicio de la subida al Monte Abantos. Comienza lo bueno.

Entre el kilómetro tres y el siete se desarrolla de forma continuada y sin descanso lo más duro de la ascensión, pasándose de una altitud de 950m a 1.270m, lo que si mis cálculos no son erróneos supone un desnivel medio del 8%. Este tramo de carrera me recordaba a esas transmisiones del Tour de Francia en las que los ciclistas subían los míticos puertos de los Alpes o de los Pirineos. Aquí cada uno baja la cabeza, pone su marcheta y a sufrir. Y si elijes un ritmo que no es el tuyo, enseguida las rampas te ponen en tu sitio. Dado que había salido bastante retrasado y que me encontraba bien, mantuve un ritmo vivo y fui adelantando a un buen número de corredores. Tuve tiempo de disfrutar de las vistas que se podían contemplar a nuestra izquierda e incluso de parar tres o cuatro veces para tirar unas fotillos (¡si es que soy un sobrao!). Molaba eso de asomarse por la cuneta, mirar hacia abajo y ver como por la carretera zigzagueante que había dejado atrás ascendía un colorido rosario de participantes.

Desde el primer avituallamiento en el kilómetro siete y hasta aproximadamente el kilómetro nueve se entra en la parte más bonita de la carrera. Aunque sigue picando hacia arriba, en este tramo se alternan las cuestas arriba con las que lo son hacia abajo. Discurre por un asfalto en muy malas condiciones y por una zona muy sombría pues pinos de gran altura flanquean el camino y crecen en los alrededores. Las vistas son preciosas y el entorno digno de admirar. Tanto es así que apague mi MP4 y disfrute del sonido de mi respiración y de mis pisadas mezclado con el piar de los pájaros y el olor a naturaleza ¡Una verdadera gozada!

Los siguientes cuatro mil metros son de un descenso ininterrumpido y muy pronunciado. En contra de lo que pueda parecer, esta parte se hizo más dura que la ascensión. Me explico. Para la dureza de la subida, además de ir mentalizado, uno pone su ritmo y lo va adaptando a las circunstancias y al nivel de sufrimiento que quiera o pueda asumir. En la bajada este planteamiento no es valido. Aquí se hace imposible el escoger un ritmo más o menos cómodo. No. Aquí se va a lo máximo que den tus piernas. Es imposible luchar contra la pendiente y la inercia, y más en un tío de 190 cm y 80 kilos de peso. Lo único que se puede hacer es alargar la zancada lo máximo posible, apretar el culo y aguantar el tirón. Aún así los cuadriceps empiezan a echar a humo a mitad del descenso y tienes la sensación de que las espinillas van a salir disparadas en la próxima curva. Lo mejor sigue siendo el entorno natural y las repetidas vistas desde las alturas del majestuoso Monasterio proyectado por el arquitecto Juan de Herrera.

Y por si fuera poco, la bajada acaba con una inesperada guinda: después de todo el tramo de descenso a tumba abierta, sin aviso previo y sin solución de continuidad, un curva de prácticamente 360º te devuelve a una nueva y puñetera cuesta arriba de unos quinientos metros que anticipa lo que será la carrera desde allí a la meta y de paso te revienta las patas.

Tras el avituallamiento del kilómetro catorce comienza una sucesión de cuestas cortas pero siempre de pronunciada pendiente, siendo las de bajada un poco más largas que las de subida, con lo que la altimetría de la prueba va disminuyendo paulatinamente. Así hasta alcanzar en el kilómetro diecisiete la explanada del Monasterio. Este tramo de unos cuatrocientos o quinientos metros es la única parte llana de toda la carrera y las piernas lo agradecen. Se entra después en una parte muy incomoda por su firme adoquinado y porque vuelve a picar hacia arriba, sobre todo con el peazo cuestón (un muro de seguramente no más de doscientos o doscientos cincuenta metros) que se encuentra justo tras pasar el cartel del kilómetro dieciocho y girar a la derecha.

Desde allí a meta toca pedir un último sacrificio a los cuadriceps y lanzarse en un nuevo descenso vertiginoso hasta las puertas del Polideportivo Zaburdón donde se ubica la esperada y ansiada línea de meta.

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3. LOS ALREDEDORES: ORGANIZACIÓN Y AMBIENTILLO

La eficiente organización, a la que vuelvo a agradecer el cortés detalle de facilitarme la inscripción fuera de plazo, corre a cargo de la Agrupación Deportiva San Lorenzo. El Polideportivo Zaburdon, en cuyas inmediaciones se encuentra ubicada la salida y la meta, fue habilitado como lugar de entrega de los dorsales y chips, pudiéndose utilizar sus servicios de guardarropa, vestuarios y duchas. La medición del tiempo se hizo mediante el sistema de chips. Existieron tres avituallamientos líquidos en los kilómetros siete, catorce y dieciocho, además de uno adicional en meta en el que se podía disfrutar de sandia, naranjas, limones y un grifo de cerveza. El tráfico fue perfectamente regulado y por lo menos yo no vi ningún coche en todo el recorrido. Y para los amantes de la bolsa del corredor y los coleccionistas de los objetos que éstas contienen, decir que estaba rellena de una camiseta de algodón (con una talla M equivalente a una XXL normal), un número atrasado de la revista Corricolari, una lata de Nestea, una botella de agua mineral y una gorra muy similar a uno de los modelos de marca propia que se venden en las tiendas Decathlon.

Los voluntarios fueron muchos y se entregaron a su labor. Estuvieron presentes en todos los cruces y desvíos indicando el camino, aplaudiendo y animando siempre con una sonrisa en la boca. ¡Incluso hicieron las veces de punto kilométrico, como la chica que en el dieciocho sujetaba el cartelón!

A excepción de los voluntarios, de los familiares y amigos que esperaron en la salida/meta y de algunos espectadores ubicados en los hectómetros cercanos al recinto del Monasterio, no hubo mucha gente más a lo largo de la carrera. Es comprensible pues no era fácil acceder a gran parte del recorrido. Si hubo compañerismo deportivo entre los ciclistas que ascendían el Monte Abantos y los corredores que nos los cruzabamos en pleno descenso, con palabras reciprocas de ánimo.

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4. COLECCIÓN COMPLETA Y DAÑOS COLATERALES

El Medio Maratón de San Lorenzo de El Escorial era, salvo que alguien diga lo contrario (difícil, porque aquí soy el único que hablo), el cromo que me quedaba para completar la colección de medios maratones sobre asfalto que se celebran en la Comunidad de Madrid, incluyendo algunos de los que actualmente por desgracia ya no se celebran (caso de los de Alcorcón, Leganés o Alcalá de Henares).

Y la verdad es que ha merecido la pena pues como mencioné anteriormente, es posiblemente el más exigente y el más bonito de todos ellos. Sin duda alguna ha entrado por méritos propios en la lista de “carreras con encanto”.

En cuanto a mí, la idea era tomármelo en plan tranquilo, acumular kilómetros e ir recuperando la forma. Después de los 107 minutos y pico empleados el domingo anterior en completar el totalmente llano y cómodo Medio Maratón Villa de Azuqueca no aspiraba a más. Salí despacio y me fui animando con la subida al Monte Abantos. Si mi memoria no me falla (no llevo aparatos de esos que guardan los tiempos parciales), en el paso por el kilómetro siete había empleado casi treinta y nueve minutos. La siguiente vez que mire el crono fue alcanzando el kilometro diecinueve y por allí superaba por poco los noventa y dos minutos. Al final y por mi reloj un inesperado tiempo neto de 1h 40 min 26 seg ¡Practicamente siete minutos menos que en Azuqueca! Muy buenas noticias que parecen indicar que empiezo a coger la forma y que estoy mejor de lo que creía.


Eso si, lo que no me quita nadie es el dolor de patas. Ahora mismo, dos días después de la carrera, estoy peor que las veces que he corrido un maratón. Ando como Robocop y tengo los cuadriceps y las espinillas hechas trizas. Lo mejor es que me ha hecho olvidar las molestias del pie.
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5. MORALEJA

En la carrera a pie muchas veces las bajadas son peor que la subidas.

¡Hasta la siguiente aventura!

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