jueves, 27 de octubre de 2011

VI Medio Maraton de Montaña Solidario de Madrid (Somosierra)

La prolongación de Downing Street

El VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid ha sido, salvo que sea presa de un apretón, mi última carrera por montaña en este año de debut en la modalidad. A priori parecía más sencilla de lo que al final fue. Y es que, a veces, las apariencias engañan.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

1. Introducción con tintes nostálgicos y pelín babosillos (es lo que hay)

El VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid se desarrolló como ya es costumbre en el término municipal de Somosierra. Para quien no lo conozca, Somosierra es un pueblo de la llamada sierra pobre de Madrid. Se encuentra situado a unos noventa kilómetros de la capital del reino siguiendo la A-1, justo en el Puerto de Somosierra ¡Fíjate tú que coincidencia! Su vida se ha desarrollado desde antiguo en torno al comercio y los servicios generados gracias a los viajeros que cruzaban el mencionado puerto, paso estratégico entre las mesetas norte y sur de España.

Según parece, su nombre procede de la expresión "Somo de la serra", usada en la Edad Media y que venía a significar “en lo más alto de la sierra”. El gentilicio de los allí nacidos es el de somoserranos o somosierrinos y, según el último recuento realizado, su población alcanza los 110 habitantes.

A esta zona de la Comunidad gobernada por Tita Espe la tengo mucho cariño. Aunque hace tiempo que no voy, pasé muchos días de verano de mi infancia y adolescencia en La Acebeda, un pueblo situado a apenas unos ocho kilómetros de Somosierra. De hecho el domingo muchos recuerdos vinieron a mi cabeza cuando estacioné mi coche en lo que antes era la zona de parking del Mesón la Conce. Como Michael J. Fox en “Regreso al futuro”, retrocedí casi treinta años para verme en aquellos días de agosto en el asiento trasero del Seat 124 amarillo, con mi hermana al lado, mi padre conduciendo y mi madre en el asiento de su derecha. Circulábamos por la antigua N-1, casi siempre en caravana porque era muy común que algún camión provocara retenciones en aquellas duras cuestas.

No sé por qué pero el recuerdo que tengo es que al llegar al Puerto de Somosierra siempre estaba nublado. Allí, en el Mesón la Conce (que también recordaba más pequeño) paraban a comer muchos transportistas y mi madre compraba de vez en cuando carne que cocinaba los días siguientes y que yo ya odiaba por aquel entonces.

Hace ya tiempo que el Seat 124 amarillo dejó de funcionar. Mis padres pasaron a ser abuelos. Ahora soy yo el que conduzco y mi hijo quien va en le asiento trasero (en sillita y con cinturón, no como en aquel entonces). Y el domingo, en la puerta del Mesón la Conce había un cartel que rezaba “Se alquila o se vende” sobre dos números de teléfono (uno fijo y otro móvil). Por si me quedaba alguna duda, el tiempo volvió a demostrarme que su paso es inexorable y que hay que vivir cada minuto.

En fin, volvamos que se me está yendo la pinza. Dejaré estos temas para cuando haga mi blog de filosofía de andar por casa.

Más madera

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
2. Los prolegómenos y los primeros kilómetros

Como esta vez conocía el camino, no me perdí ni tuve que dar vueltas, así es que llegué hora y media antes de que empezara la carrera. Me vino de lujo porque así aparqué y recogí el dorsal y el chip en un periquete, sin tener que esperar la larga cola que se formaría solo un rato después y que se mantendría hasta apenas unos minutos antes de que se diera salida.

La mañana estaba fresquita por allí. El termómetro que no había cesado de bajar desde que había salido de casa, marcaba entonces 7,5ºC, había una niebla baja y un vientecillo un tanto desagradable. Todo ello no era más que una pequeña muestra de lo que nos esperaría poco después por esos montes de Dios. Visto lo visto me metí en el coche, me repanchingué en el asiento y me puse un CD del Rod Stewart de estos últimos años (concretamente el “It Had To Be You”). Como no podía ser de otra forma, me quedé traspuesto durante una buena media hora.

Después de la cabezada, tocaba elegir vestuario. Andaba un poco perdido pues hasta el momento siempre que había corrido en montaña lo había hecho con condiciones meteorológicas más favorables. Opté entonces por fijarme en lo corredores que ya estaban calentando, pero no tenía forma de sacar conclusiones. Los había del centro de Bilbao, reconocibles porque portaban únicamente un pantaloncito y una camiseta de manga corta. También los había de las afueras, vistiendo éstos mallas largas y “sudaderas” de esas gruesas de tejido técnico que venden en la famosa cadena de ropa deportiva francesa. Yo como he nacido a unos quinientos kilómetros del centro de Bilbao y soy un poco friolero, opté por camiseta ajustada técnica de manga larga, camiseta fina encima de la primera y cortavientos. De cintura para abajo, pantalones cortos y medias largas. Si bien al principio pase un poco de calor, la verdad es que durante el resto de la carrera fui bastante bien. Quizás hubiera podido prescindir de la segunda camiseta.

A las diez estaba ya cerca del arco de salida con el resto de los aproximadamente cuatrocientos participantes que allí nos dábamos cita. Tras unas palabras de la gente de la organización para explicarnos como estaba la meteorología en la cumbre y como hacer para entregar el chip y recoger la bolsa del corredor al completar la carrera, se dio la salida con unos diez minutos de retraso. A la voz de “tres, dos, uno, medio, menos uno, ya” (¡un crack el del micrófono!) comenzamos la aventura somoserrana.

Los aproximadamente primeros seiscientos metros presentaban una inclinada pendiente y transcurrían por una vía muy estrecha que enseguida se vio colapsada por el pelotón de participantes. El tránsito era muy incómodo: apenas se podía trotar y casi no se veía el suelo, que si en un principio estaba asfaltado, a los pocos metros se convertía en un camino de tierra, con piedras sueltas y tapadas por hojas secas y cruzado en varias ocasiones por pequeños riachuelos. Finalizado este primer tramo, el camino se ensanchaba y permitía que cada uno fuera encontrando una posición acorde al ritmo que pretendía seguir.

Pasados unos dos kilómetros ya me hice a la idea de que aquello iba a ser más complicado de lo que creía. Notaba las piernas pesadas y tenía la sensación de que estaban hinchadas. No era capaz de coger un ritmo cómodo ni de zancada ni de respiración. Y lo peor de todo: no tenía ninguna gana de sufrir ¡Menudo panorama más cojonudo!

Camino de la cumbre de las Tres Provincias

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
3. Hasta la cima de Tres Provincias

Desde que abandonamos el angosto primer tramo, seguíamos subiendo por una amplia pista forestal que no presentaba ninguna dificultad técnica pero si algún intervalo bastante exigente en lo que a pendiente se refiere. Supongo que aquellos que luchaban por la victoria harían todo esta ascensión corriendo, pero yo de vez en cuando dí algún pequeño paseo para recuperar el aliento y reemprender un poco más tarde mi habitual trote cochinero. En lo meteorológico, a medida que ganábamos altura la niebla se iba haciendo más densa y el viento aumentaba en intensidad.

Llegados al primer avituallamiento, ya costaba ver más allá de unos veinte metros a la redonda. Creo que debía estar ubicado antes del kilómetro cinco aunque no lo sé a ciencia cierta. Y es que a mi modo de ver el aspecto de las referencias kilométricas es, junto con la espera en la recogida del dorsal, lo que la organización debería mejorar de cara a próximas ediciones. No es solo que los puntos kilométricos no estuvieran señalizados, algo habitual en las carreras de montaña, sino que en la información de su página web tampoco mencionaban la ubicación exacta de los puntos de avituallamiento o de control. Total que alguien que no portara GPS o un podómetro (mi caso), difícilmente podía conocer de forma acertada donde se encontraba en cada momento.

Unos hectómetros más adelante, un desvío de noventa grados hacia la izquierda nos sacó de la vía forestal y nos colocó en lo que era una especie de “camino” adornado de piedras que subía en línea recta por la ladera de la montaña y que hacía echar las manos a las rodillas para intentar superarlo con mayor solvencia . A ojímetro creo que su longitud no llegaba a los mil metros, pero sin duda fue el intervalo más exigente de toda la carrera. A su final, un pequeño llano y un tramo de campo a través no muy complicado.

Calculo que alrededor del kilómetro seis y medio recuperamos la vía forestal que ya no abandonaríamos hasta que faltaran unos trescientos metros para la cumbre de Tres Provincias. A esas alturas de carrera ya habíamos sido engullidos totalmente por la niebla y era imposible ver a dos palmos más allá de las narices propias. La sensación para mi era nueva y rara, muy rara. Como la carrera estaba ya estirada, había ratitos en los que te encontrabas completamente solo, oyendo únicamente tu respiración entrecortada e incluso sin saber muy bien en algunos casos si subías o bajabas (la única referencia eran unos metros de terreno y el esfuerzo que te exigían las piernas).

La muy mermada visibilidad era un verdadero problema a la hora de administrar las fuerzas. Me explico. Cuando en una cuesta arriba puedes ver lo que te queda por subir, tu mismo regulas el ritmo e incluso decides en que punto vas a echar a andar. Aquí era imposible. No podías determinar si unos metros más adelante la cuesta en la que te encontrabas llegaba a su fin o si su pendiente se suavizaba o se endurecía. Así las cosas opté por mantener un ritmo más o menos o constante y andar cuando me sintiera muy fatigado (lo hice en un par de ocasiones).

Una cinta cruzada que iba de un extremo a otro de la vía forestal nos indicó que teníamos que abandonarla e internarnos de nuevo campo a través. Tras recorrer unos tres hectómetros, ante mis ojos y en mitad de la niebla y el fuerte viento, empezaron a vislumbrarse unas figuras humanas que iban tomando cierta definición a medida que me acercaba. Después de recorrer unos ocho mil quinientos metros de continuado ascenso en los que había salvado una diferencia de altura de seiscientos sesenta metros, había alcanzado la cumbre conocida como las Tres Provincias, el punto más alto de la prueba.
Avituallamiento en la cumbre de las Tres Provincias

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

4. Del pico p’abajo (hacía un viento del carajo)

El Pico de las Tres Provincias, también conocido como Peña Cebollera o Cebollera Vieja es una cumbre montañosa de 2.129 metros de altitud. Es el punto en el que confluyen los límites de las provincias de Madrid, Segovia y Guadalajara, circunstancia que es recordada por un monolito situado en la cima. En sus estribaciones nacen los ríos Jarama y Duratón y en sus faldas se encuentran el hayedo de Montejo y el abedular de Somosierra.

Supongo que las vistas desde la cima en un día despejado deben ser espectaculares, pero el día de la carrera no se veía un pijo. Aquello parecía el fin del mundo. El viento soplaba inmisericorde y la niebla envolvía todo dando una sensación de irrealidad. Los voluntarios que allí estaban atendiendo el puesto de avituallamiento y el control de paso se hicieron acreedores del reconocimiento y agradecimiento de todos los participantes ¡Y eso que la mayoría, viendo el percal, tomaban la botella de agua y un trozo de naranja y salían disparados como alma que lleva el diablo!

A mi, viendo su sacrificio, me pareció feo no corresponderles, así es que decidí acompañarlos un ratito. Tomé cinco galletas de chocolate y una botella de agua y me refugie tras el monolito (donde apenas soplaba el viento) para dar cuenta de todo ello. La operación me llevó cerca de un par de minutos, tiempo que aproveché para tirar unas fotillos. Acto seguido encaré el comienzo del largo descenso de más de cuatro mil metros con ánimos renovados.

La primera parte de la bajada era la de mayor pendiente y la más difícil técnicamente hablando. El camino era lo suficientemente ancho pero estaba lleno de piedras sueltas que a cualquier descuido amenazaban con hacerte tropezar o provocarte una buena torcedura. A esto había que añadir un viento racheado y con mucha fuerza que en algunos momentos hacia difícil mantener la trayectoria e incluso el equilibrio ¡y eso que peso más de ochenta kilos!

De cualquier forma, lo supere con buena nota. A pesar de que mis piernas seguáin agarrotadas con una desagradable e incómoda sensación de rígidaez (¿influirían las condiciones meteorológicas?), me adapté bien al terreno y conseguí adelantar no pocas posiciones, cosa impensable solo hace unos meses.

Un poco más adelante se entraba en otro camino más amplio con el firme limpio de piedras y con árboles a sus lados que protegían del fuerte viento. A medida que perdiamos altura también la niebla iba desapareciendo. La última parte del descenso se realizaba por lo que creo era un cortafuegos en el que había que prestar cierta precaución para no tropezar con los brotes y las raíces. Allí el giro a la izquierda junto al coche de la benemérita marcaba el final de la bajada y la vuelta a una nueva pista forestal por la que seguiríamos casi hasta meta. Era el kilómetro trece. Quedaban por delante otros nueve mil largos metros.

Comienza el descenso

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
5. La engañosa segunda y última parte

Visto sobre el papel, lo que restaba hasta volver al punto de inicio (que también hacia las veces de meta) no era comparable con lo que habíamos dejado atrás. Desde el punto kilométrico trece al diecisiete el perfil de la prueba tenía una clara tendencia hacia arriba, pero con pendientes bastantes menores al primer ascenso que nos había conducido hasta el Pico de las Tres Provincias. Mientras, los últimos cinco mil metros dibujaban un llevadero descenso. Además todo el tramo discurría por una pista forestal con una superficie en un muy buen estado. Un magnifico paseo por el monte somosierrino podría pensarse. Pero como digo todo esto era sobre el papel.

Sobre el terreno la cosa cambiaba de manera que los nueve últimos kilómetros supusieron un gran desgaste físico y mental. Efectivamente las cuestas arriba no eran muy pronunciadas pero si que eran largas, muy largas, casi interminables. Y cuando uno llegaba por fin al terreno descenso, cuando uno pensaba que todo estaba hecho, se encontraba con dos inconvenientes. El primero eran los pequeñas repechos que se ocultaban entre las bajadas y que te hacían repasar mentalmente el repertorio de tacos y exabruptos. El segundo, que el desnivel de algunas de las bajadas amenazaba con reventarte los cuadriceps, lo que unido a mi sensación de agarrotamiento antes comentada me hacían negociar estos últimos descensos a base de zapatazos (como si tuviera los pies planos) y con la piernas más tiesas que el palo de una escoba.

Resumiendo, que alcance la meta casi por inercia, con todas las luces de alarma encendidas y pidiendo árnica en 2:16:07.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

6. Un apunte sobre la organización

Los organizadores del VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid fueron FEMAD (Fundación Española de Montañismo y Deporte Adaptado) y SEMED (Sociedad Española de Montañismo y Escalada para Discapacitados). En líneas generales todo fue muy correcto aunque, como he mencionado en párrafos anteriores, sería conveniente que en futuras ediciones se consiguiera agilizar la entrega de dorsales y chips y que se indicara de forma exacta y a modo de referencia en que puntos kilométricos se van a encontrar ubicados los avituallamientos y los controles de paso.

Hubo tres avituallamientos en carrera que incluían agua, trozos de naranja y, en el del Pico Tres Provincias, galletas de chocolate. En la llegada, dentro del polideportivo, también se podía degustar caldo calentito, vino, empanada y unas rodajitas de salchichón y chorizo. Allí se entregaba la bolsa del corredor que contenía una lata de bebida isotónica, un zumo y una camiseta técnica muy apañada.

El recorrido estuvo siempre perfectamente balizado lo que fue de gran importancia en un día que debido a la densa niebla presentó una visibilidad muy reducida

Especial reconocimiento merecen todos los voluntarios que hicieron posible que disfrutáramos de una gran carrera y sobre todo aquellos que estuvieron ubicados en el Pico de las Tres Provincias soportando unas condiciones meteorológicas muy adversas.

Este era el primer año en que la inscripción al medio maratón no era gratuita. En la nota facilitada por la organización indicaban que esto era debido a “que la crisis nos aprieta a todos” y que con esta medida “desviarían menos recursos a esta prueba y podrán emplearlos en actuaciones deportivas con personas con discapacidad, con patologías crónicas y disfuncionalidad”. Siempre se prefiere que las cosas sean gratis, pero siendo por la razón explicada se comprende perfectamente el pago por poder participar.



*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
7. Voy acabando que se me hace tarde


Después de las malas sensaciones y de acabar de nuevo bastante tocado, me llevé la sorpresa al ver la clasificación de haber finalizado en el puesto sesenta y seis de un total de cuatrocientos diecisiete llegados a meta. No recuerdo yo haber terminado muchas carreras (más bien ninguna) en la primera “sexta parte” de la clasificación final. Esta realidad tiene dos posibles lecturas.

La optimista es que estoy muy bien de forma y que he descubierto tardíamente que la montaña es el terreno en el que mejor me muevo. Teniendo en cuenta como me siento de ánimo runneril en las últimas semanas, las molestias en las rodillas y en algunos tendones y que yo de montañero tengo más o menos las mismas dotes que de sacerdote, pues no me parece que sea la mejor explicación.

La otra lectura que se me ocurre es que en el VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid debieron participar muchos debutantes o novatos en la montaña. Tengo la impresión que esta carrera es para los que se inician en montaña lo que el Medio Maratón de Ciudad Universitaria es para los que se empiezan en el asfalto.

Primera…segunda….primera….¡Venga va, me quedo con la segunda explicación!

Ya solo me queda agradeceros vuestra paciencia a los que hayais logrado leer hasta aquí

¡Sed felices!

Nota: Por cierto, si cae en vuestras manos el nº 43 de la revista Planeta Running (mes de noviembre), echadle un vistazo a la página 12 que hay un pequeño artículo muy chulo ;-)

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

domingo, 23 de octubre de 2011

Visiting Somosierra (in October)

¿Londrés? No, Somosierra.

Esta mañana he cerrado (creo) la temporada de carreras de montaña por este año. Ha sido con el VI Medio Maratón Solidario de Somosierra, una prueba que nos ha recibido con unas condiciones meteorólogicas radicalmente diferentes al resto de las pruebas que sobre este terreno he disputado en los últimos meses. Un poco de frio, un fuerte viento y una niebla que en gran parte de la carrera no te permitía ver diez metros más allá de donde estabas.

A ver si me estrujo un poquito las meninges y me curro una crónica en los próximos días. Hasta entonces os dejo con mi jeta en mi primer plano y algunos de mis compis de fatigas de fondo.

Saludos.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

viernes, 14 de octubre de 2011

IV Medio Maratón del Románico Rural

Cartel y podium masculino de la prueba
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

El pasado domingo se celebró en tierras seguntinas el IV Medio Maratón del Románico Rural. Se trata de una carrera modesta, artesanal, exigente en su perfil y que, a pesar de los tiempos convulsos que vivimos, parece que se va consolidando en el calendario atlético popular. ¿Ávidos de conocer más detalles de esta prueba? Si es así, os recomiendo seguir leyendo. En caso contrario podéis ir en paz.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

2. Su corta historia

Con la de este año, el Medio Maratón del Románico Rural ha vivido ya cuatro ediciones. Su origen y existencia se deben fundamentalmente al empeño puesto por la Asociación Cultural Maestro de Pozancos, un grupo de vecinos de las pedanías de Pozancos y Ures que afirman encaminar sus esfuerzos a lograr dejar de ser parte de la mal llamada “España profunda” para pertenecer a la “España emergente”.

En los dos primeros años el medio maratón partía de Sigüenza, atravesaba las pequeñas poblaciones de Palazuelos, Pozancos y Ures y retornaba a la capital de la comarca donde se encontraba ubicada la meta. En 2010 se diseñó un nuevo trazado más rural si cabe, que obviaba el transito por Sigüenza y ponía un mayor énfasis en el paso por las tres pedanías antes mencionadas y en poder disfrutar del característico paisaje del Alto Henares. Este circuito se ha mantenido en 2011 aunque invirtiéndose el sentido de la marcha y el lugar donde se situaban la salida y la meta.

Una característica que se ha mantenido desde el principio ha sido el terreno mixto por el que se disputa. Aproximadamente la mitad de la carrera se hace por el asfalto de carreteras secundarias y la otra mitad por zahorra o tierra prensada dura de pista forestal.

Junto con la distancia de medio maratón también se ha venido celebrando una carrera popular sobre seis kilómetros para atraer a otros corredores que no tengan tanta preparación o simplemente que prefieran disputar una prueba más corta. El número de participantes en el conjunto de las dos competiciones fue un poco más alto en la primera edición pero desde entonces se ha estabilizado en alrededor de un centenar y pocos (unos cien para el medio maratón).

Esperemos que con el esfuerzo de sus organizadores, la atención de sus voluntarios, el cariño de las poblaciones que atraviesa y la incondicionalidad de muchos de sus participantes, la prueba pueda mantenerse en el tiempo y tenga una larga historia.


Perfil de la carrera (extraido de http://www.carreradesiguenza.com/)
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

2. Aqueste año

En esta edición la salida de la carrera estaba ubicada en Ures, una de las veintiocho pedanías que están incluidas dentro de territorio seguntino. A sus afueras, alrededor de trescientos antes de llegar a la zona habitada, habían habilitado un espacio para se aparcaran los coches, y en su plaza se repartieron los dorsales y se ofreció café y chocolate para quienes quisieran desayunar.

Ures es muy pequeño pero con cierto encanto. Alrededor de su iglesia románica del s.XIII (¿entendéis ya de donde viene el nombre de carrera?) se agrupan unas cuantas viviendas que pueden contarse con los dedos de las manos. De hecho, creo que solo hay once habitantes censados. Para que os hagáis una idea de su tamaño, la pancarta que marcaba el principio de la prueba estaba en la plaza, éramos unos ciento veinticinco participantes y los que se colocaron en los últimos puestos de la “parrilla de salida” estaban ya fuera del casco urbano de la pedanía. ¡Y no estoy exagerando!

La salida se dio a las 10:30 entre los aplausos y gritos de ánimo de los lugareños y de los acompañantes de los corredores. Tras un pequeño descenso que conducía hasta el cruce con la CM-110, alcanzamos un llano por el que transitamos hasta llegar a Palazuelos (51 habitantes), un conjunto medieval amurallado desde el s.XIV en el que se ubica el castillo construido por el Marqués de Santillana.

Entramos en el antiguo municipio transformado en pedanía en la época franquista por una de las cuatro puertas de la muralla. Allí nos esperaba una pancarta de bienvenida y los aplausos y vítores de unos pocos pero animosos palazueleños. Después de cruzar su amplia plaza mayor donde se encuentran los restos de un rollo de justicia o picota (para ajusticiar a los reos condenados), enseguida abandonamos Palazuelos por otra de las puertas de su muralla. Apenas habíamos recorrido alrededor dos mil y pico metros desde el inicio.

Desde la salida del recinto amurallado hasta aproximadamente el kilómetro siete, el trazado de la prueba seguía la llamada Ruta de Don Quijote (Tramo X). Se trataba de una larga recta, con pequeños y abundantes desniveles, y con una superficie de tierra en la que, debido a la existencia de piedras sueltas, convenía buscar las rodadas de los vehículos para encontrar el firme en mejor estado y más “limpio”. La ruta estaba flanqueada por el típico paisaje alcarreño en esta época del año: campos segados de color amarillo tostado (¿existe esta tonalidad?) y algunas plantaciones de girasoles cabizbajos. Ni un árbol que pudiera protegernos del sol y sobre todo del incómodo viento que nos acompañó durante toda la mañana y que en este tramo soplaba de cara.

Llegados a la altura de las salinas de Olmeda de Jadraque, con un giro de 90º hacia la derecha dejamos atrás la Ruta de Don Quijote y nos internamos en el asfalto de la carretera local que, un poco más allá del kilómetro diez, había de desembocar en la CM-110. Salvo los primeros cinco hectómetros que picaban hacia abajo, esta nueva etapa de la carrera se desarrollaba en una continua cuesta arriba con algún repecho bastante duro. Para acentuar la exigencia, el viento seguía haciendo de las suyas y entraba ahora con fuerza por el lado izquierdo.

Un nuevo giro en ángulo recto pasado el segundo avituallamiento nos puso en la maltrecha carretera CM-110. Fue un autentico respiro. Ahora Eolo nos empujaba en la buena dirección y encima el trazado presentaba una ligera tendencia hacia abajo. Lo único malo era que había que tirar de fortaleza mental: habíamos entrado en una recta interminable de cinco kilómetros (paralela a la Ruta de Don Quijote) en la que, debido a la baja participación, los corredores estábamos muy espaciados y raro era encontrar un grupo de dos o tres componentes. Estaba visto que en este medio maratón ya fuera por una razón o por otra nos iba a tocar sufrir en todas sus partes.

El desvió hacia Ures situado poco antes de llegar al kilómetro quince, marcaba el inicio del último tramo de la carrera, sin duda alguna el más duro y el más bello. Allí se tomaba un camino de tierra que se internaba en un valle rodeado de montes no muy altos, con presencia de abundante vegetación y que nos protegía totalmente del viento. Un repecho corto pero de gran pendiente no era más que un anticipo de lo que nos esperaba. Después de un pequeño descanso comenzaba una interminable cuesta de aproximadamente unos dos mil metros de longitud y con bastante inclinación que puso contra las cuerdas al más pintado. Si no habías reservado fuerzas para este momento te podías dar por jodido fastidiado. Más de uno tuvo que “echar pie a tierra” y hacer parte de la subida andando.

Al final del duro ascenso, alrededor del kilómetro dieciocho, se cruzaba la pedanía de Pozancos (39 habitantes), que presidida por su iglesia románica del s.XIII está ubicada en mitad del encantador valle. Desde allí y hasta la meta en Ures, el camino de zahorra continuaba por un bonito paraje natural describiendo pequeñas subidas y bajadas para disfrutar y sufrir a partes iguales.

Cruzar bajo la pancarta de llegada escuchando tu nombre y el tarro de miel incluido como obsequio en la bolsa del corredor, ponían el dulce punto final a este medio maratón románico, rural, exigente, artesanal, entrañable, seguntino y minoritario.

El recorrido (extraído de http://www.carreradesiguenza.com/)
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

3. Malas sensaciones

Para ser sincero, he de reconocer que apenas disfruté del IV Medio Maratón del Románico Rural. Con esto no quiero dar a entender nada negativo sobre la carrera, al revés: cada vez me gustan más este tipo de competiciones. Sin embargo se dieron una serie de factores que me mellaron física y mentalmente y me hicieron sufrir más que pasarlo bien.

Físicamente el domingo no tuve buen día. A poco de empezar notaba las piernas doloridas, cansadas y pesadas ¿Quizás debería haber descansado alguna jornada más tras el esfuerzo llevado a cabo en la Pedriza una semana antes? Tardé mucho en romper a sudar y no encontré nunca un ritmo cómodo. Si bien iba rebajando el tiempo empleado en cada kilómetro de forma paulatina como hago en casi todas las carreras, esta vez no salía de forma natural, no me lo pedía el cuerpo, sino que tenía forzar la máquina y poner un interés especial para que se cumpliera. También supongo que influyó el viento que, debido a mi altura, sufro en mayor medida que otros corredores. No sé, el caso es que no me encontré bien y que el esfuerzo que hice me está pasando factura en los días posteriores a la carrera: estoy cansado, me duelen ambas rodillas y tengo molestias en el aquiles de la pierna izquierda. Vamos, que estoy "pa’l arrastre".

Mentalmente tampoco estaba fino. Creo que andaba (y ando) un poco saturado de carreras, madrugones dominicales y viajes en coche para llegar y volver de ellas. Y no estar fino de cabeza influye y mucho cuando te enfrentas a una prueba como este medio maratón, en el que tienes que pasar gran parte del recorrido en solitario recurriendo a “tu vida interior” para intentar llevarlo lo mejor posible.

En cualquier caso he de quedarme con lo positivo. A base de estrujarme más de lo que convenía fui capaz completar la carrera en progresión, destacando sobre todo mi comportamiento en las duras rampas comprendidas entre los kilómetros quince y dieciocho donde adelanté no pocas posiciones (al menos ocho). Al final marqué un tiempo de 1:37:19 y ocupé el puesto 30 de los 102 llegados a meta.

En resumen, que otro medio maratón para la buchaca y que ya solo quedan tres más para llegar a la centena. Para el próximo habrá que esperar al menos hasta el de Somosierra, porque este finde me lo tomo de descanso de carrera con dorsal para recuperarme y afrontar con ganas las rampas del puerto de montaña madrileño.

Nota 1: Para valoración de cada uno ¿Aporta algo al Medio Maratón del Románico Rural el gratificar económicamente a los primeros clasificados?

Nota 2: Antes de la carrera tuve el placer compartir una pequeña charla con Sideuvol, con quien suelo coincidir en todas las carreras que en Guadalajara se celebran, y con Yonhey cuyo blog sigo y al que hasta el momento no conocía en persona. Desde aquí, un saludo para ambos.

Os seguiré contando. ¡Hasta la próxima!

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

viernes, 7 de octubre de 2011

XXI Cross de la Pedriza

Piedra, piedra y más piedra (Foto by yo mismo)
 *-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

1. Diciannove chilometri en la Pedriza…

En la temporada 1984-85, el Real Madrid se enfrentó al Inter de Milán en la semifinal de la extinta Copa de la UEFA. En el partido de ida celebrado en el estadio de San Siro, el Inter derrotó al equipo blanco por 2-0. Cuentan que al finalizar el choque, el inolvidable Juan Gómez “Juanito” se acercó al defensa interista Graziano Bini y le dijo en un italiano un tanto macarrónico: “Noventa minuti en el Bernabéu son molto longo”. En el partido de vuelta el Real Madrid se impuso por 3-0 y obtuvo el pase a la final que posteriormente ganaría al Videoton.

¿Qué a que viene esto? Pues a que el domingo mientras participaba en el XXI Cross de la Pedriza se me pasó varias veces por la cabeza un pensamiento que es deudor de aquella mítica frase de Juanito y que en mi versión diría algo así como “diciannove chilometri en la Pedriza son molto longo”. ¡Y tan "longos"! ¡Los diecinueve mil seiscientos metros más "longos" de mi no siempre bien valorada trayectoria atlética! Os dejo con la historia.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

2. ¡Manda huevos!

Aunque parezca mentira, toda mi vida he residido en Madrid y hasta ahora nunca había ido a la Pedriza ni de excursión. De hecho no sabía ni donde estaba. Y si no llega a ser por el tabardillo montañero este que me ha dado, no sé cuanto tiempo más habría pasado sin conocerla ¡Manda huevos!

Avisado de que el acceso en coche al parque natural era limitado y teniendo en cuenta que últimamente me cuesta dar a la primera con los destinos que no conozco (a veces incluso con los que conozco), salí de casa con bastante antelación. Llegué a la Pedriza unos minutos más allá de las 8:00 y pude dejar mi coche sin problemas en el parkíng más cercano al de Machacaderas, donde se ubicaban tanto la salida como la meta. Recogidos el chip y el dorsal, volví al coche a "redesayunar" y a preparar la logística para la carrera.

Esta vez la decisión acerca de llevar bidón fue fácil de tomar. La organización ya avisaba en su reglamento que en los puestos de avituallamiento no se facilitarían vasos ni se permitiría beber directamente de las botellas, debiendo portar cada participante el medio que creyera más adecuado para pode recibir el líquido. Total, que bidón si o si. Con la lección aprendida de la Carrera de las Dehesas, aproveché para añadir en los bolsillitos del portabidones una pastilla de glucosa y una barrita energética, pues aunque estaba prevista la existencia de avituallamiento sólido, a este tipo de carreras no les tengo todavía cogido el tranquillo y no sé cuando voy a tener necesidad de echarme algo medianamente consistente a la boca.

A las 9:45h ya totalmente pertrechado para ocasión, abandoné el cómodo asiento de mi vehículo y me dirigí al control de dorsales y chips. Al llegar allí me dí cuenta que aun me queda mucho por aprender. El chip que nos habían entregado era tipo tarjeta y traía puesta una corta goma abierta. A primera vista me pareció que la longitud de la cinta elástica era muy pequeña para anudarla y sujetarme el chip al tobillo, así es que opté por quitarla y, aprovechando una ranura que presentaba en unos de sus laterales introducir por ella los cordones de la zapatilla. El chip quedó sujeto a mis Asics Trabuco como ha ocurrido tantas y tantas veces en las carreras de asfalto.

Pues bien, al acercarme al control inicial ví que la voluntaria pasaba un lector sobre los transpondedores (alias chips) que los participantes llevaban anudados en… ¡sus muñecas! Comencé a mirar a mi alrededor con la esperanza de que los que me precedían fueran unos “bichos raros”, pero no, el único que se lo había colocado en el pie era yo. ¡Manda huevos! ¡Toda la vida aprendiendo a decir “fregoneta” y ahora lo llaman “manolovolumen”!

Cuando me tocó el turno, me excusé con la amable voluntaria justificando mi original forma de colocar el chip en la pérdida de la goma que tendría que sujetarlo a mi muñeca (mentira cochina). Para evitar que en el resto de los controles los voluntarios tuvieran que agacharse, decidí con buen criterio quitármelo de la zapatilla y guardarlo en el bolsillo del pantalón, de donde lo saqué tantas veces como me fue requerido. Lección aprendida.

Coronando la interminable subida a las Torres   (Foto: Arganzboy)
  *-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
3. Hasta el Collado de la Dehesilla

Tras unas pequeñas directrices que desde la organización nos dieron megáfono en mano, unos minutos pasados las 10:00 dio comienzo la carrera desde el parking de Machacaderas (1.069m). Aproximadamente los primeros mil quinientos metros discurrían por una zona amplia y en ligera cuesta abajo. En este tramo había que aprovechar y buscar una posición acorde con el ritmo que fueras a llevar, pues tras una curva de izquierdas el camino se estrechaba, los participantes nos colocábamos en fila de a uno y la pendiente se invertía.

La ascensión al Yelmo, primera de la jornada, se hacía en su mayor parte andando y al ritmo que te marcaban los corredores que te precedían. Adelantar resultaba muy complicado. Solo podías hacerlo aprovechando algún ligero ensanchamiento del camino o eligiendo salvar alguna dificultad pétrea por un lado diferente a los demás. En cualquier caso lo máximo que lograbas avanzar eran una o dos posiciones. La subida ganaba en exigencia y dificultad a medida que se avanzaba y las partes de tierra fueron paulatinamente desapareciendo hasta acabar yendo de piedra en piedra.

En el punto kilométrico 4,400 la llegada a la Pradera del Yelmo (1.570m) marcaba el fin de la ascensión. Allí, junto al conocido risco de granito rosado y de forma similar a la parte de la armadura antigua que reguardaba cabeza y rostro, estaba ubicado el primer control de la carrera y el único avituallamiento líquido en el que se facilitaba el agua en vasos de plástico. Llegué bastante entero en 0:44:47, aunque con cierto miedo a la deshidratación pues, al igual que me ocurrió en la Carrera de las Dehesas, estaba sudando a chorros (¿?).

Los dos mil metros que había hasta el Collado de la Dehesilla (1.453m), lugar donde se hallaba ubicado el siguiente control, se dividían a partes iguales entre el llano de la Pradera de Yelmo y un descenso muy técnico que nos puso a más de uno en un aprieto. Esta vez no perdí posiciones como en mí es habitual, principalmente porque solo había un lugar por donde pasar (solo te podían adelantar si te echabas a un lado) y porque había que recurrir a las manos y a la fuerza de los brazos para poder salvar algunos de los desniveles. En un par de saltos la rodilla izquierda me pegó un latigazo seguido de una sensación de boqueo que duró unos segundos, por lo que durante el resto de la prueba intenté siempre caer echando el peso sobre la pierna derecha.

El paso por el segundo punto de control (punto kilométrico 6,400) lo hice en 1:01:23.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

4. Las Torres, ¡Ay las Torres!

Desde el Collado de la Dehesilla hasta hacer cumbre en Las Torres había “solo” unos cinco kilómetros pero os puedo asegurar que se me hicieron interminables. Sin lugar a dudas fueron el tramo más exigente de la carrera en lo físico y, junto con la subida a Collado Cabrón, también en lo psicológico.

El ascenso se hacía sorteando o encaramándose en muchas ocasiones a grandes bloques de piedra. Según íbamos ganando altura la vegetación iba desapareciendo y la piedra se adueñaba de todo el terreno. No fueron pocas las veces que hubo que recurrir a las manos para poder salvar los obstáculos y los desniveles entre rocas. En algunas ocasiones se formaban pequeñas retenciones que los participantes aprovechamos para echar una trago del bidón o para comer algo. Entre estas dificultades del terreno que originaron “atascos” cabe destacar el túnel natural que había que atravesar reptando en la zona de Navajuelos (1.675m)

Precisamente a la entrada del tunel mencionado, estaba ubicado el tercer control horario. En él marqué un parcial de 1:27:03.

En el Collado de la Ventana (1.784m), aproximadamente ochocientos metros allá de Navajuelos y unos ciento y poco metros más arriba, estaba el primer avituallamiento sólido. A pesar de que durante el recorrido había dado cuenta de la pastilla de glucosa y de buena parte de la barrita con las que había partido de salida, devoré unas cuantas porciones de membrillo (estaba de muerte) y un par de puñados de anacardos que me vinieron fenomenalmente bien. Era el punto kilométrico 8,900 y mi cronómetro marcaba 1:43:39 de carrera.

Con la llegada al paraje conocido como Las Torres entramos en la parte más espectacular en lo que a belleza paisajística se refiere. La acción que el viento, la lluvia y otros factores de erosión han ejercido sobre las rocas graníticas durante millones de años han dado como fruto un conjunto pétreo de formas muy curiosas, atractivas y casi únicas. Correr entre esos canchos y tolmos esculpidos por la naturaleza es una auténtica gozada. Sin embargo es justo reconocer que en pleno esfuerzo este tramo se me hizo eterno y que deseaba dejarlo atrás lo más rápido posible.

Coronadas por fin Las Torres (1.990m), comenzamos aquella larga cuesta abajo que recordaba haber visto en el perfil de la carrera y que en algún momento del ascenso pensé que nunca llegaría.

Las Torres (by Arganzboy)
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

5. Dos descensos y un cabrón

Los primeros ochocientos metros de bajada hasta el puesto de control y avituallamiento del Collado Carabina (1.882m) se realizaban todavía por una zona en la que la única vegetación existente eran arbustos de pequeño tamaño. Aunque seguían predominando las piedras, ya se iba formando una senda más o menos definida por la que se podía correr con cierta soltura. En cualquier caso las piernas estaban agarrotadas, seguramente por el esfuerzo acumulado y porque hasta entonces apenas habíamos corrido. Para que os hagáis una idea, en once mil ochocientos metros había invertido 2:22:08 ¡Todo un record!

En el avituallamiento me detuve sin prisa. Desconozco la razón pero a mí esto de correr por montaña me da mucha hambre y sed. Pegué unos buenos tragos de agua, di cuenta de unos trozos de membrillo y me alegré el cuerpo con unas gominolas en forma de botella (un clásico de mi infancia) que muy acertadamente las organización había incluido entre la amplia oferta gastronómica.

Reemprendida la marcha, el descenso comenzó a hacerse más “corrible” y los árboles fueron poco a poco haciéndose más presentes hasta vernos inmersos en un precioso bosque de altos pinos. Tras lo pasado hasta entonces, este tramo era muy gustoso. El camino era de tierra y presentaba numerosos obstáculos en forma de piedras y, en menor medida, de raíces y troncos caídos. La dificultad técnica no era alta lo que seguramente influyó para que, en contra de mi costumbre, no solo no perdiera posiciones sino que las ganara.

Los más de cinco mil metros de bajada continua se cortaron bruscamente al alcanzar Prado Peluca (alrededor del punto kilométrico 15,700), por donde transité en 2:56:17. Sin solución de continuidad el terreno se ponía a mirar al cielo y comenzabamos el ascenso a Collado Cabrón.

En este caso el nombre describe casi a la perfección lo que supone ascender a este collado. Digo casi, porque sería incluso más acertada la denominación de Collado Putada, pero en ese caso no habría concordancia de género. La subida es dura en lo físico y en lo anímico. Con apenas mil doscientos de longitud, su pendiente es muy exigente aunque es cierto que, a diferencia de la subidas anteriores, se hace por una senda de tierra y no trepando sobre piedras. Acentúa la dureza su ubicación casi al final de la carrera y el hecho de que se venga de una larga bajada que finaliza justo en su base.

En la "cima cabrona" se encontraba el último control antes alcanzar la línea de meta. Allí marqué un tiempo de 3:07:19. Solo restaban dos kilómetros y medio hasta meta que se repartían en i) una bajada entre pinos muy cómoda por un camino de tierra sin apenas obstáculos y ii) tras cruzar el rio, unos últimos cinco hectómetros desde el aparcamiento hasta la línea de meta que picaban ligeramente hacia arriba y que a la postre se hacían muy largos.

A pesar de que todo era ya favorable, al coronar el Collado Cabrón me encontraba exhausto. Tanto fue así que a pesar de ya se iniciaba el descenso tuve que seguir andando durante unos cuantos metros hasta recuperar el ánimo y las fuerzas. Lo mejor que me pudo pasar entonces fue encontrarme con Agus. Con él había cruzado unas palabras antes de la salida y, entre otras cosas, ya me había puesto sobre aviso acerca del collado que acababamos de salvar. Junto con un tercer componente que se nos unió, hicimos en fila india la última etapa de la carrera con Agus siempre en cabeza marcándonos un ritmo vivo que nos vino de vicio. Si no hubiera sido por él, al menos yo hubiera sufrido mucho más y hubiera empleado un tiempo bastante mayor al que finalmente hice.

Los tres cruzamos la línea de meta juntos. Mi tiempo final 3:30:18. Atrás quedaban 19,600 kilómetros de longitud y 1.400 metros de desnivel acumulado.

Primer control en la Pradera del Yelmo (Foto by Mendalerenda)
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

6. Los responsables del cotarro

Para los organizadores, la RSEA Peñalara, y sobre todo para los voluntarios, solo tengo palabras de agradecimiento. Creo que todo salió casi perfecto. Lograr hacer un evento así en un entorno natural como la Pedriza es impagable.

Mención especial para todos aquellos que antes de la carrera portaron hasta los avituallamientos todas las bebidas y alimentos que allí se ofrecieron, que durante la prueba nos atendieron siempre amablemente, con una sonrisa y unas palabras de ánimo, y que una vez finalizada la misma recogieron los trastos y los residuos generados dejándolo todo limpio. Muchas gracias.

En el lado contrario, lamentar el comportamiento de aquellos participantes que, a pesar de lo indicado en el reglamento del cross, no portaban ningún utensilio propio donde les pudiera ser servida el agua en los avituallamientos y que se encararon con los voluntarios exigiéndoles que les dejaran beber directamente de las botellas. Por favor, un poquito de respeto y educación.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

7. Conclusiones

Después de haber dejado reposar las sensaciones durante unos días, las conclusiones que saco son las siguientes:

a) Parece que he elegido mi participación en carreras de montaña de forma que cada una de ellas supere en exigencia a la anterior. Sin lugar a dudas el XXI Cross de la Pedriza es la carrera más dura de las que he participado hasta el momento. Así lo atestigua el que en completar 19.600 metros empleara 3:30:18, unos treinta y cinco minutos más de lo que tardé en recorrer los más de 22.000 metros de la XXV Carrera de las Dehesas celebrada apenas tres semanas antes.

b) Esta es también la prueba más técnica de aquellas en las que he participado. No solo se trata de correr (de hecho no es lo que más se hace), sino también de saber gestionar ascensos y descensos complicados en los que además de emplear las piernas es frecuente tener que recurrir a las manos y a la fuerza de los brazos. Por cierto, no está de más cubrirse las manos con unos guantes para evitar las pequeñas heridas que dejan las superficies de las piedras.

c) A pesar de que el entorno es espectacular, prefiero carreras en las que haya más tramos en los que poder correr y menos en los que estés obligado a andar. Mi poca experiencia en estas lides y mi trayectoria asfaltera hacen que mi rendimiento sea mejor en las primeras. Si en la XXV Carrera de las Dehesas acabé el 89 de 190 llegados a meta, en esta finalice el 179 de 332.

d) Volviendo a la comparación con mi participación en la Carrera de las Dehesas, en el XXI Cross de la Pedriza finalicé peor de piernas pero mejor de respiración. Las agujetas, los dolores musculares y la recuperación han sido más cortos en el tiempo en esta última que en la primera.

e) Gracias a esta nueva modalidad que he incluido en mi "corriculum", estoy descubriendo sitios increíbles que hasta ahora desconocía.

f) Esto ya no tiene arreglo: me he enganchado un poco tarde pero con ganas. Para no tener sindrome de abstinencia me he inscrito en el VI Medio Maratón de Montaña de Somosierra.

"S’acabó" lo que se daba. Sed felices.

Serpiente multicolor (By Arganzboy)
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

Nota: A pesar de ser madrileño, he de reconocer con vergüenza que no conozco la sierra de mi comunidad. Por esta razón os ruego me perdonéis si al hablar de la carrera he bautizado algún punto del recorrido con un nombre que no le corresponda.



*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*