sábado, 24 de agosto de 2013

XII Maratón Río Boedo

Bruce y Atalanta durante la segunda vuelta (Foto: Arganz)
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Hay mucha gente que peregrina a Santiago de Compostela. Yo no. Yo soy más de hacerlo a Báscones de Ojeda. Y más desde que una mañana tórrida de agosto de 2010 fui llamado a formar parte de la selecta congregación de boedianos. Aquel día abandoné todo lo superfluo que rodea al atletismo popular y alcancé por fin la pureza del "correr x correr" que tanto ansiaba. Para ello tuve que superar un rito de iniciación consistente en completar el maratón que en aquella localidad palentina se celebra y sumergirme posteriormente a modo de bautismo en las frías aguas del río Boedo. Las pasé canutas, seguramente peor que en todas mis experiencia previas y posteriores sobre la distancia de Filípides, pero mereció la pena.
 
Tanto fue así que al año siguiente decidí volver a correrlo, pero los elementos se coordinaron para que no fuera posible. Habiendo pernoctado en Burgos, salí de madrugada hacia la tierra prometida pero en el desvío pasado el de Osorno, la noche me confundió y tomé dirección Palencia en lugar de dirigirme hacia Santander. Nunca llegué a Báscones pero lo acepté de buen grado (bueno, después de cagarme en todo lo cagable) y entendí que si así sucedió fue porque así tenía que ser. En 2012 me lo volví a perder, esta vez por unas vacaciones fuera de la península en la fecha de celebración del maratón.
 
Según el calendario arganzniano, el 2013 era año boediano, circunstancia pintiparada para peregrinar a Báscones de Ojeda y renovar mis votos. La suerte estaba echada.
 
Por las largas rectas de tierra (Foto: Yo)
 
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Antes de hablar del XII Maratón Río Boedo, quisiera hacer un inciso para recomendar a los que queráis conocer como es esta carrera que leáis la entrada que hice con motivo de mi primera participación. No lo digo por “vender mi libro” (que también), sino porque como no meo veo capacitado para poder explicarlo mejor de lo que lo hice allí, no voy a volver a repetirlo aquí. Si queréis hacerme caso podéis pinchar en el siguiente enlace.
 
 
En esta ocasión obviaré aspectos que ya traté en aquella crónica y ahondaré en alguna de las características del maratón bizarro, por lo que si alguien lee esta entrada sin haber hecho lo oportuno con la anterior es posible que no saque una visión completa de lo que es este evento.
 
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Como primera idea creo que lo justo es volver a referirme a Gabriel y allegados. Es imposible concebir este maratón y el medio maratón que tiene lugar la tarde anterior sin ellos. La atención y el cariño que muestran hacia todos los que allí acudimos y el curro que se pegan para que todo salga bien son dignos de elogio. Y más en los tiempos que vivimos, porque a pesar de la situación económica actual y de que el número de participantes es cada vez mayor (aunque sin exageraciones), consiguen sacar adelante las dos pruebas sin cobrar inscripción alguna y manteniendo la entrega de un trofeo, un diploma, una camiseta y una caja de deliciosas pastas artesanales a todos los participantes, todo ello sin contar con los numerosos avituallamientos ofrecidos en las dos carreras y la paellada final para todos lo corredores y acompañantes.  
 
Por lo que pude oír, a pesar de que algunos de los participantes asiduos que conocen a Gabriel le han pedido que nos cobre una inscripción o que al menos que facilite un número de cuenta en el que cada uno ingrese la cantidad que considere oportuna, éste rechaza la propuesta. Sé que lo que yo diga también va a dar igual, pero después de disfrutar tanto uno se encuentra con la obligación moral de dar algo a cambio. Si él no accede a percibir un dinero que sea para sufragar de forma directa los gastos de la carrera, creo que una alternativa podría ser que pudiéramos realizar alguna donación a la Fundación Río Boedo que él preside y que tiene como finalidad el desarrollo del Valle del Boedo, la Ojeda y la Valdivia. Ahí dejo la idea por si alguno de sus conocidos lee esto y se la quiere hacer llegar.

En cualquier caso agradecer de corazón a Gabriel y Cia. el hacer posible que disfrutemos de lo que más nos gusta en un ambiente y entorno únicos. Muchas gracias.
 
En la zona de tierra (Foto: El Menda)
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En lo estrictamente deportivo, cuando uno se enfrenta al Maratón de Río Boedo ha de saber que si no quiere sufrir en exceso debe manejar con acierto, además de la distancia, otras dos variables: la soledad y el calor. En este caso no hay que preocuparse por el recorrido y su altimetría pues, a pesar de discurrir casi a partes iguales por asfalto y tierra, es prácticamente llano en su totalidad.
 
En cuanto al factor soledad, comencemos por decir que no llegábamos a sesenta los que este año nos encontrábamos a las 8:00 AM bajo la pancarta manuscrita que marcaba la salida y la llegada del maratón, pancarta que dicho sea de paso se ha convertido en uno de los elementos de culto de este evento. Si al reducido número de participantes se une que el recorrido consiste en dar tres vueltas a un circuito que transita por una carretera solitaria a la ida y por medio del campo a la vuelta, os podéis imaginar que la probabilidad de hacer gran parte del maratón en solitario es muy elevada. 
 
Ante esta situación y dentro de que cada uno tiene sus preferencias y su forma de vivir la carrera, mi consejo para evitar la interminable soledad del corredor de fondo es intentar formar un pequeño grupito. Más aún teniendo en cuenta que es esta una carrera en la que los participantes suelen tener una experiencia dilatada, lo que hace muy enriquecedor charlar con unos y con otros. En este sentido este año eché en falta el grupo majo que formamos en 2010. Entonces nos llegamos a unir siete participantes y, aunque fuimos perdiendo unidades según avanzaba la prueba, la verdad es que llevamos una buena conversación y se hizo muy llevadero.
 
Me dio la sensación de que en esta edición la people que nos dimos cita debíamos ser de carácter más solitario que entonces, pues ya en la primera recta el pequeño pelotón inicial se había convertido en una fila de uno (salvo alguna excepción) en la que los huecos entre participante y participante eran cada vez mayores. En nuestro caso (Bruce y yo), al salir en puestos retrasados fuimos adelantando algunas posiciones e intentando ganar alguna adhesión para la causa. De esta forma al poco de empezar nos convertimos en un trío al engancharse a nosotros otro corredor al que adelantamos, aunque se mantuvo por regla general un par de metros detrás de nosotros. Llegando al final de la primera vuelta, alcanzamos a otro participante que se acopló sin dificultad a nuestro ritmo pasando a constituir un cuarteto que se mantendría durante bastantes kilómetros. Esta última incorporación era Atalanta, un mirobrigense curtido en mil batallas que hacía doblete (había completado el medio maratón la tarde anterior) y que alcanzaba con el del domingo su quincuagésimo maratón.
 
Resumiendo, para los que gusten de correr en soledad el Maratón de Río Boedo es una oportunidad magnífica de hacerlo. Para los que no quieran sufrirla mi recomendación es que intenten buscar a alguien o “alguienes” con los que poder compartir parte o la totalidad del recorrido.
 
Según decían, el 3978 venía desde Ecuador expresamente para la carrera (Foto: Arganz)
 
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El segundo factor que mencionaba con anterioridad es el calor. Para mí es lo más duro de este maratón, sobre todo cuando se superan las dos horas y media de competición. En esta décimo segunda edición la jornada amaneció muy fresquita, tanto que al principio yo pedía con la boca pequeña que levantara el sol para que la cosa templara un poco, aún a sabiendas de que un tiempo después me arrepentiría totalmente de mis palabras. Para que os hagáis una idea, unos minutos antes del comienzo de la prueba el termómetro del coche no llegaba a los 12ºC y cuando alcancé la línea de meta bajo un sol de justicia (poco después del mediodía) la temperatura superaba los 30ºC. Ah, y tened en cuenta que es un calor con sol, porque salvo en la arboleda a la orilla del río (¿200 metros en cada vuelta?) no hay una triste sombra en todo el recorrido.
 
Para no intentar sucumbir bajo la elevada temperatura y los afilados rayos del astro rey que azotan la llanura palentina en estas fechas, fundamentalmente se pueden poner en marcha dos tácticas. La primera consiste en apretar todo lo que puedas en la primera parte de la carrera. Durante los aproximadamente primeros ciento veinte minutos de carrera el calor es más o menos llevadero, así es que todo el terreno que dejes atrás en ese espacio de tiempo ya lo llevas ganado. El riesgo de esta opción es que como no midas muy bien tus fuerzas puedes llegar a la parte final, la más exigente, muy cascado. Si cometes ese error te puedes dar por jodido. La segunda alternativa es más conservadora y pasa por ir reservando fuerzas durante la primera parte para afrontar lo más entero posible la última vuelta de recorrido (aproximadamente quince kilómetros). Esta opción tampoco es una garantía de éxito pues por muy bien que llegues a la parte decisiva, has de contar con que ya llevarás bastantes kilómetros en las patas y con que aguantar a pleno sol y con 30ºC el infierno de asfalto primero y las interminables y áridas rectas de tierra después, es harto complicado. Vamos, que también en este caso tienes una alta probabilidad de darte por jodido.
 
Visto lo visto, si al tema de la soledad le encuentro solución, al del calor no. Aquí lo único que se me ocurre es hidratarse y refrescarse lo máximo posible y aceptar que te va a tocar sufrir si o si. No hay otra. 

Pancarta de culto con torre de iglesia al fondo (Foto: Arganz)
 
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En lo personal, con mi segunda experiencia boediana pretendía volver a disfrutar de una carrera única, acumular kilómetros de cara a la cada vez más próxima Madrid-Segovia y, sobre todo, no sufrir como lo hice en los últimos kilómetros de mi debut. Todo ello se cumplió.
 
El último mes y pico me he dado unas buenas palicillas que me han permitido obtener un buen estado de forma para lo que normalmente es mi nivel. Como contrapartida también arrastro una pequeña fatiga en las patas, aunque nada preocupante. Mezclando ambos ingredientes pensaba a priori que debía poder completar el maratón en un tiempo que rondara las cuatro horas. Y ese ritmo fue más o menos el que seguí con Bruce, con Atalanta y con el cuarto integrante del grupo durante las dos primeras vueltas, giros que no tuvieron más historia que la de ir dejando pasar los kilómetros disfrutando lo más posible y esperando la llegada del momento decisivo.
 
En el último paso por Báscones de Ojeda dejé ir a mis compañeros y me dirigí al coche. Mi idea era avituallarme bien para encarar con fuerzas el final de la carrera, así es que miccioné, di cuenta de una barrita energética, bebí un par de tragos de agua fresca y cogí un limón antes de reemprender la marcha. Cuando salí del pueblo y alcancé la carretera, ví en la larga recta como Bruce se había distanciado alrededor de unos doscientos metros, abandonando la compañía de los otros dos componentes del grupo que debían estar unos setenta y cinco metros más cerca de mí. Me animó el ver que la distancia con ellos se reducía rápidamente, tanto que en un breve lapso de tiempo llegué a su altura. Viéndome bien y con un ritmo superior me despedí de los dos y me fui en busca de Bruce.
 
Al principio tenía mis dudas. Le veía allí a lo lejos y tenía la sensación que iba un poquito más despacio que yo, pero tenía miedo de que pudiera cebarme y pagarlo en los últimos kilómetros. Moderé un pelín mi marcha por si acaso pero percibí entonces que, a pesar de haber aflojado, el hueco con los que me perseguían aumentaba y la distancia con Bruce disminuía. Incentivado por ello, mantuve la zancada y le di alcance poco antes de entrar en Revilla de Collazos. En el avituallamiento a la salida de la población, me dijo que él iba ralentizar su marcha y que me fuera en solitario. Le hice caso.
 
Adelanté a tres participantes antes de entrar por segunda y última vez en Collados de Boezo y a otros dos (uno de los cuales iba muy tocado) a la salida de la misma localidad, justo donde comenzaba el tramo de tierra. Me encontraba fuerte y animado, pero no quería echar las campanas al vuelo. Recordaba lo mal que lo pasé en los últimos cinco mil metros la vez anterior y lo que sufrí entonces y tenía muy claro que no quería que se repitiera. Para no beber demasiada agua y evitar llenar mi estómago, empecé a dar bocados al limón (ese que cogí del coche en la parada “técnica”) buscando una forma de apagar la sed y refrescarme. No dio mucho resultado pero al menos me dejó un buen sabor de boca y me entretuvo.
 
Iba bien de piernas pero el calor era exagerado y las largas rectas minaban mentalmente. A pesar de reducir mi marcha adelanté a otros dos corredores, uno al que se le iba subiendo el gemelo y otro que ya iba al límite. La verdad es que en estos últimos kilómetros uno tenía la sensación de encontrarse con una rara variedad de zombies en vez de con corredores de un maratón. Y en estas me encontraba cuando yo también sucumbí. Empecé a sentirme mal y no quise repetir la escena de tres años antes, así es que tomé la sabía decisión de echar andar durante unos doscientos metros y recuperar en la medida de lo posible refrescándome con el agua que aún tenía del último avituallamiento. Sin duda fue lo mejor que pude hacer.
 
Para que os hagáis una idea de cómo irían los demás, solo perdí una posición. Quedaban unos tres mil metros cuando reemprendí la marcha, siempre siguiendo de cerca al participante que me había adelantado y que me sirvió de referencia hasta llegar a meta. Terminé en un tiempo de 3:57:33, aunque eso fue lo de menos.
 
Autorretrato rural con gorra y corrredores al fondo (Foto: Arganz)
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Tras cruzar la meta noqueado, saludé a Yonhey (estaba haciendo de reportero gráfico) balbuceando unas palabras que dudo que fueran entendibles y di media la vuelta camino de la fuente. Solo quería refrescarme y reponer líquidos. Cuando ya empezaba a ser persona, llegó Bruce y juntos nos dirigimos camino del río Boedo donde nos dimos un medio baño reparador (solo las piernas, que el agua fría estaba fría de pelotas). Como estaría mi cuerpo que desde el final de la prueba estuve ingiriendo bebidas y no oriné hasta que por la tarde llegué a Madrid cerca de cuatro o cinco litros después.
 
El estado en que llegué, aun siendo bastante mejor que el de 2010, me ha hecho plantearme una pregunta a la que tendré que responder con el tiempo ¿volveré? Evidentemente este maratón es una experiencia única y muy enriquecedora pero ¿merece la pena sufrir ese final? ¿qué sentido tiene arriesgarse a que te pegue un zurriagazo por correr a más de 30ºC una mañana de agosto a pleno sol? A día de hoy pienso que no volveré a participar, al menos en un futuro próximo, pero ya sabéis que pronto se nos olvidan estas cosas a los corredores zumbados.

Y hasta aquí la historia de la renovación de mis votos boedianos. La paz sea con vosotros. Podéis ir en paz.
 
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Os dejo con algunas fotos más...
 
 
Llegado a meta (Photo by Yonhey)
Girasoles
Me & Río Boedo (Photo by Arganz)
 
Con Yonhey (Photo by Yonhey)

 
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domingo, 18 de agosto de 2013

Renovando los votos boedianos

Con Atalanta, que hacía doblete y completaba su maratón num. 50 (Foto: Yomismoconmimecanismo)
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Y al tercer año renové mis votos boedianos.
 
La carrera volvío a hacerse muy dura por el fuerte calor  reinante (más de 30ºC en la parte final), pero el sufrimiento ha merecido la pena para volver a encontrarme con una prueba que debería ser imprescindible para cualquier maratoniano que se precie. Sostenido año tras año por Gabriel y Compañía, el Maratón del Río Boedo es un ejemplo de la ya casi olvidada esencia del atletismo popular al que unos cuantos "chalados" acudimos para aportar nuestro granito de arena ¡Bendita locura!
 
A ver si en los próximos días me curro una crónica como la ocasión merece. Hasta entonces no paséis mucho calor. Un saludete.
 

domingo, 4 de agosto de 2013

XXXI Trofeo de San Lorenzo

Al paso por el Palacio Real (www.vistoyvivido.blogspot.com)
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Que sepáis que desde el pasado domingo he alcanzado el nunca bien ponderado título de decasanlorenzino ¡Toma ya! ¡Diez trofeos del santo parrillero en mis largas y afeitadas piernas! Voy a ver si envío un correo a consultoriopapal@vatiano.it porque yo creo que, gracias a este logro, es factible que el nuevo Papa me conceda algún tipo de indulgencia o al menos un fin de semana con gastos pagados en el paraíso cuando las diñe. En la distancia y por lo que se ve en los medios, parece majete así es que a lo mejor cuela. Y si no se consigue pues oye, yo ya estoy más que satisfecho.
 
Como tocaba acumular kilómetros de cara a la Madrid-Segovia (no os lo he dicho hasta ahora pero me inscribí hace unos meses), esta vez quedé con Bruce una hora antes del comienzo de la carrera y nos fuimos a trotar por el cercano Parque del Retiro durante cuarenta y cinco minutillos. Él también hará la Madrid-Segovia y, si todo va según lo previsto, la idea es completarla toda o al menos hasta donde bien se pueda juntos. Total que estas salidas nos sirven, además de para hacer kilómetros, para entrenar el aguantarnos durante mucho tiempo sin acabar echándonos las miserias en cara cuan matrimonio bien avenido. Tras la terapia de pareja (¡sin mariconadas!), a las 8:55 A.M. ya estamos de vuelta a la Ronda de Atocha, calentados (que no calientes) y listos para tomar la salida.
 
A priori la mejor noticia de esta edición era que el recorrido del XXXI Trofeo de San Lorenzo se conservaba sin cambios respecto de la anterior, incluyendo el paso por C/ Cedaceros, C/ Alcalá y la Plaza de Cibeles. Este tramo parece ser motivo de discordia entre los organizadores y el Ayuntamiento en los últimos tiempos, de manera que en 2011 fue suprimido y en 2012 se añadió a última hora para salvar el paso frente al Congreso de los Diputados que en aquel entonces era asediado por las protestas de la ciudadanía contra las reformas recortadoras. Sin embargo como la tradición dice que el santo no puede ser venerado dos años seguidos repitiendo trazado, las autoridades decidieron a ultimísima hora que las costumbres había que respetarlas. Tan in extremis fue, que ya habían pasado por allí los primeros clasificados cuando los señores agentes extendieron una cinta de un extremo a otro de la C/ Cedaceros y encauzaron al resto de la manada de participantes directamente por la Carrera de San Jerónimo abajo.
 
A mí todo esto me sonó un poco a descojone general y a poca seriedad por parte de los que autorizaron y controlaron el recorrido, pero como a esta carrera voy a disfrutar y a pasármelo bien, me lo tomé de la mejor manera posible. No sé si los que se jugaban un puesto delantero  en la clasificación lo aceptaron igual de bien. En cualquier caso tengo decidido que si los astros se alinean, la carrera se disputa el año próximo y yo participo, el menda lerenda recorrerá el tramo amputado en esta ocasión por lo civil o por lo criminal (como ya hice en 2011).

Bajando camino de Neptuno (Photo by Yomismo)
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Por lo demás la carrera fue de nuevo una fiesta del atletismo popular madrileño. El recorrido por el centro histórico de la capital es impagable. El ambiente antes, durante y después de la carrera es formidable: para unos es el fin de la temporada y el inicio de las vacaciones, para otros la reèntre después de unos días de asueto y para todos ellos una excusa cojonuda para sentarse en alguna de las terrazas de los bares de las cercanías y pasar un buen rato en compañía de los colegas. Encomiable es el empeño que pone la Agrupación Recreativa Argumosa en seguir celebrando el trofeo año tras año, cada vez con más trabas y dificultades. Y sobre todo me gustaría volver a resaltar un año más la celebración de la carrera de benjamines y alevines. Puede que cuando no nos atañe no le demos importancia, pero ahora que The New Arganzboy participa en ella os aseguro que es muy especial. Son solo treinta o cuarenta metros, pero los niños la viven con la mayor de las ilusiones. Y si encima al terminar los obsequian a todos ellos con una medalla y ¡una copa! no os quiero ni contar. Por todo lo dicho y como todos los años, muchas gracias a quienes con su esfuerzo y dedicación hacen posible el Trofeo de San Lorenzo.
 
En lo personal me encontré muy bien. Desde la vuelta de vacaciones estoy saliendo  a correr casi todos los días y, cuando no lo hago, le doy a la elíptica, lo que me ha llevado a lograr un buen estado de forma. Fui a un ritmo cómodo desde la salida  hasta el comienzo de la Cuesta de San Vicente donde inicié un farlek fotográfico que duraría hasta casi el final de la prueba. El tiempo fue lo de menos, pero para que quede constancia diré que finalicé en 0:49:51 y ocupé el puesto 443 de los 940 llegados a meta.

Y esto es todo. Podéis ir en paz.



La carrera al paso por Neptuno (Foto: El Menda)

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