miércoles, 28 de noviembre de 2012

XIV Medio Maratón de Montaña "Villa de Jarandilla"

Allá por el kilómetro nueve (Foto: Mendalerenda)

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1. Pongamos las cartas sobre las ies

Aclaremos una cosa antes de meternos en harina. El Medio Maratón de Montaña Villa de Jarandilla, con el permiso de sus bautizadores, no es de montaña. Al menos no del tipo que en el Concilio de Corricano II los representantes máximos de los corredores convinieron en denominar como tal. Es verdad que su recorrido discurre en gran parte por zona montañosa y que se suben unas buenas rampas, pero no es menos cierto que más de dos tercios de su distancia se llevan a cabo bien sobre asfalto o bien sobre hormigón. Añádase también que partiendo de una altura de poco más de seiscientos metros, se alcanza una cota máxima que ronda los ochocientos sesenta, y que la parte que se realiza sobre tierra se hace por amplios caminos que en general presentan un firme que para sí lo quisieran muchas carreteras comarcales. En resumen, que desde la ortodoxia correril podría ser considerado una herejía catalogar al jarandillano como un medio maratón de montaña.

Y mira que me gusta cuestionar los principios establecidos (salvo aquellos que hayan sido dictados por la madre de mi hijo), pero esta vez no me voy a saltar los preceptos y dentro de mi propia clasificación no voy a incluir a esta carrera en el grupo de las de montaña/trail. A grandes rasgos la razón básica y objetiva de esta decisión es que el blog lo dirijo y escribo yo y en él hago lo que me viene en gana. Y si a alguien no le parece bien, que eleve su queja al Consejo de Sabios y Ancianos Corredores pidiendo mi expulsión del gremio. He dicho.

Una vez puestas las cartas sobre la ies y los puntos sobre la mesa es el momento de comenzar.

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2. De lo que hice hasta que me puse en la línea de salida

Jarandilla de la Vera es un municipio cacereño que se levanta entre sierras y gargantas en la conocida como Comarca de la Vera. Con cerca de tres mil habitantes censados, más o menos tantos como cuestas tiene el pueblo, se ubica a unos doscientos veinte kilómetros de Madrid. Teniendo en cuenta que me tocaba realizar el desplazamiento hasta allí la misma mañana del domingo y que había que recoger el dorsal antes de las 9:00 AM, os podéis imaginar que cuando salí de casa todavía no habían acabado de poner las calles.

Esta vez el trayecto no era complicado así es que las posibilidades de perderme no eran muchas. Aún así, al paso por Navalmoral de la Mata tuve que preguntar a un lugareño quien me indicó amablemente el camino a seguir. Prometo que algún día cogeré el navegador para el coche que duerme el sueño de los justos en uno de los cajones del salón. Finalmente llegué a mi destino alrededor de las 9:20 AM. A pesar de la hora no hubo problemas para retirar el dorsal y la bolsa del corredor, que se siguieron entregando hasta unos minutos antes de la salida.

Cuando abandonaba la Casa de la Cultura, me encontré con JK (Juancar). Bueno en realidad fue él quien me reconoció y se acercó a saludarme, gesto que le agradezco porque si tuviera que haber sido yo el que con mis dotes de fisonomista hubiera tenido que identificarlo a él mal hubiéramos ido... Tras las presentaciones, allí estuvimos unos minutillos charlando sobre dos aficiones que tenemos en común: correr y “menorquear”. JK, un placer conocerte y estaré atento cuando corra por Toledo o Extremadura para ver si coincidimos.

Desde allí me dirigí rápido hacia al coche pues tenía todavía que vestirme de romano y la hora se me echaba encima. La mañana estaba agradable y parecía que al final la lluvia no iba a aparecer, pero como desconocía la zona por la que íbamos a correr decidí salir con un chalequito cortavientos por si las flies. La verdad es que me equivoqué pues me pegué una buena sudada que seguramente hubiera evitado si hubiera prescindido de esta prenda. Por cierto, también corrí con calzado de trail pero dada la superficie por la que transitamos (y que yo desconocía a priori) que sepáis que se puede correr perfectamente con unas zapas normales.

La salida y la meta estaban ubicadas al lado del Parador de Jarandilla, el antiguo Castillo de los Condes de Oropesa, donde en 1556 el rey Carlos I de España y V de Andelamerkel se hospedó hasta poder trasladarse al Monasterio de Yuste, donde tras dieciocho meses de retiro estiraría la pata. Cuatrocientos cincuenta y seis años después, casi medio millar de corredores esperábamos en el mismo lugar la señal para dar comienzo al XIV Medio Maratón de Montaña Villa de Jarandilla.

JK y servidora antes de la carrera (Foto: Antonio, JK's friend)
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3. Hasta la mitad más o menos, que no es poco

Los aproximadamente primeros cuatro kilómetros y medio de la prueba son una sucesión de continuas subidas y bajadas con una pendiente considerable que recorren parte del casco urbano jarandillano y sus alrededores. A grandes rasgos pueden resumirse del siguiente modo: bajada continuada desde el Parador hasta la entrada a la localidad (p.k 1,000), se deja la carretera para tomar una vía pecuaria con superficie de tierra que presenta una fuerte y corta pendiente al principio, una zona de llano junto a la zona del "lago" y otra nueva pendiente corta para subir hasta el “polígonito” industrial (p.k. 1,900), de nuevo sobre asfalto descenso hasta la carretera de entrada a la localidad, desde allí fuerte subida hasta las proximidades de Parador (p.k. 3,400) y una última bajada muy pronunciada buscando el Puente Barral (p.k. 4,400). Aunque en ningún momento hubo apreturas, esta primera parte sirvió para estirar la carrera, para ir poniendo a cada uno en su sitio y para que las piernas se dieran los primeros calentones.

El paso sobre el bello Puente Parral, de hechuras medievales, gran altura y construido sobre la Garganta Jaranda supone la salida definitiva de Jarandilla, a la que no volveremos ya hasta el final del medio maratón. Desde allí la carrera transita inicialmente por una amplia calzada de asfalto que aproximadamente mil metros después deja paso a una superficie de tierra muy compacta y lisa que se interna en un precioso robledal. Aunque suave, el perfil es siempre ascendente desde que cruzáramos el puente.

Salí despacio como en mi es habitual, y hasta que no alcanzamos el primer tramo de tierra no espabilé. El continuo sube y baja “explosivo” me cargó un poco el gemelo derecho, pero nada preocupante para el resto de carrera.

Unos metros antes del punto kilométrico 7,000 llega la primera dificultad seria: la subida a Cerro Pino. Un giro a la derecha nos saca de la amplia vía forestal para meternos en un angosto camino de inclinación bastante considerable, con piso irregular de tierra en el que abundan las piedras sueltas y cubierto por un manto marrón grisáceo de hojas de roble. Es poco más de un kilómetro y medio lo que tiene de longitud, pero se hace bastante duro y no son pocos los que echan pie a tierra para negociar alguna parte caminando. Es de toda la prueba el tramo que más se asemeja a lo que tradicionalmente se conoce como una prueba de montaña.

Cuando se llevan aproximadamente ocho mil quinientos metros de carrera, se sale del bosque de robles a un terreno abierto.En un principio la subida se suaviza para acto seguido transformarse en una ligera cuesta abajo que ha de conducirnos hasta poco más allá del punto kilométrico 10,000. Es una ocasión magnífica para recuperar fuerzas y disfrutar del paisaje que puede divisarse a la derecha.

En esta parte me encontré mucho mejor. Ya metido en faena, la subida continua la llevé mejor que el "subeybaja rompepiernas". Mi ritmo era mejor que muchos de los participantes que me precedían y adelanté no pocas posiciones a pesar de pararme un par de veces a tirar alguna fotillo.

Por el robledal (Foto: Yomismoconmimecanismo)
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4. Segundas partes nunca fueron llanas

Cerca del kilómetro diez, la superficie de tierra vuelve a dejar paso a la de hormigón. La vista general que se tiene desde allí de lo que está por llegar de forma inmediata es muy clarificadora El perfil dibuja una V espectacular de unos mil setecientos metros de longitud. Situados en el extremo superior izquierdo de la V, a nuestros pies se inicia una bajada vertiginosa y, a lo lejos, justo enfrente de donde nos encontramos, puede observarse una subida igual de vertiginosa en la que los colores vivos de las camisetas de los participantes destacan sobre los tonos oscuros del paisaje. La sensación es extraña. Uno quiere que el descenso que va a iniciar se acabe lo antes posible, pues cuanto más abajo haya que llegar para alcanzar el vértice de la V, más habrá que subir después.

Este ascenso es la segunda dificultad seria de la carrera. Son más de ochocientos metros de subida ininterrumpida con un alto porcentaje de desnivel. Toca doblarse hacia delante, acortar la zancada, sufrir y buscar como un poseso aire que meter a los pulmones. Superado el muro, se abandona la vía hormigonada para tomar un estrecho camino de tierra por el que se transita durante cinco hectómetros y que culmina en una corta bajada con piedras sueltas que, junto con la subida a Cerro Pino, resulta ser la parte con mayor dificultad técnica de todo el medio maratón.

A pesar de las cuestas me encontraba bastante bien. Me llevé una sorpresa cuando al pasar junto al cartel del kilómetro diez mi tiempo era muy similar al de una carrera urbana. A la sorpresa se le unió una sensación de cierto canguelo por si me estaba pasando de rosca y podía pagarlo en la segunda parte de la carrera.

Apenas un poco antes de alcanzar el punto kilométrico 12,000, se llega a la carretera de Aldeanueva. Desde ese momento ya no se abandona el asfalto hasta meta.

La de Aldeanueva es una carretera estrecha que discurre rodeada de árboles por la ladera la montaña. Aunque pica hacia arriba no lo hace de forma continua, presentando una sucesión de toboganes que castigan las piernas ya fatigadas a esas alturas de carrera. El paisaje que se atraviesa es de una gran belleza y recuerda en parte al de la zona norte de la península (Asturias o Cantabria). Altas montañas, valles, corrientes de agua bajando con fuerza por las laderas, nubes agarradas a los picos… ¡Hasta el sol se asomó en esos momentos para dar un mayor colorido al paisaje!

Cuando se llevan completados catorce mil quinientos metros, llega la última gran dificultad de la carrera. El ascenso al Guijo de Santa Bárbara tiene una longitud que supera el kilómetro y medio, con unos altos porcentajes de desnivel en sus rampas y sin ningún descanso que permita tomar algo de aire. Este es el verdadero juez de la carrera, el que te va a decir si has corrido de forma inteligente y de acuerdo a tus posibilidades. Si has guardado fuerzas y te encuentras bien notarás enseguida que, aunque sufras, comienzas a remontar posiciones de forma rápida. Si te has excedido en el esfuerzo previo, las cuestas te pondrán en tu sitio, serás tú el que seas adelantado de forma inmisericorde por numerosos rivales y pasarás un auténtico calvario.

¡Ufffff! En estos kilómetros tocó sufrir. Los continuos toboganes se agarraban con fuerza a las piernas y uno tenía la sensación de que avanzaba poco. Además, la aparición del sol unida a mi excesiva vestimenta me hizo sudar la gota gorda y sofocarme más de la cuenta. La subida al Guijo descojonaba al más pintado pero al tran tran sabría que no habría problema. A pesar de todo iba muy animado pues cada vez adelantaba más y más posiciones.

Culminada la última ascensión, un pequeño llano de unos cientos de metros para recuperar el aliento y avituallarse antes de iniciar el descenso final por la carretera hacia Jarandilla. Son prácticamente cinco mil metros de bajada muy cómoda en la que uno puede echar el resto y alargar la zancada todo lo que quiera o pueda. Salvo alguna curva un poco cerrada, las demás son fáciles de negociar y solo las hojas caídas de los árboles y mojadas por la lluvia de las horas previas obligaban a tener cierta precaución.

Al final de la bajada se gira a la derecha y, simplemente dejándose llevar por la inercia, se recorren los últimos cien metros hasta la línea de meta.

Prácticamente al comenzar el descenso, junto con uno que alcance y otro que me cogió, formamos un grupo de tres corredores que nos marcamos un ritmo muy alegre que pudimos seguir sin problemas (o al menos, si alguno no podía, lo disimuló bien). Cuando llegando al arco de meta ví en el reloj allí instalado por la organización el tiempo que llevábamos empleado me costó creerlo: 1:38:01 (diez segundo menos por mi reloj) Para la exigencia del medio maratón y teniendo en cuenta lo que soy, me pareció una marca fabulosa. ¡Y en el puesto 114 de los 402 llegados! ¡Cojonuo!


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5. Echando el cierre

No quiero olvidarme de los organizadores ni de los espectadores. Los primeros nos trataron muy bien. Cronometraje con código de barras, avituallamientos cada cinco kilómetros y en meta, recorrido bien marcado en las zonas que discurrían por el campo, tráfico inexistente en los tramos de carretera, comida de la pasta tras la carrera y bolsa del corredor con un cajita de pimentón de la vera, una galleta, unos bolígrafos y una camiseta. Además se destinó parte del importe de la inscripción a la adquisición de un desfibrilador y a la formación de personas para su manejo.

En cuanto a lo espectadores, su apoyo y animación fue genial en los lugares “habitados” del recorrido. En la salida, en el tránsito por Jarandilla, en el Puente Barral, en to' lo alto del Guijo y en meta, sus aplausos y sus gritos de ánimo se agradecieron sobremanera.

En resumiendo, un medio maratón exigente (no de montaña), variado, en un entorno bellísimo, con buen ambientillo y bien organizado. A mí me gusto y pienso que merece mucho la pena. Os lo recomiendo.

Y más. Solo decir que con el de Jarandilla alcanzo la vigesimosexta provincia para el proyecto "Un país en mi mochila", y que también me ha servido para batir el record personal de medios maratones en un año (van veintitrés). Creo que aplicaré el plan Bubka y no participaré en ninguno más de aquí a final de año para ver si en 2013 puedo volver a mejorar la plusmarca.

El próximo domingo toca hacer el marmota. Ya os contaré. Sed felices.



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domingo, 18 de noviembre de 2012

II Medio Maratón Ciudad de Cuenca

Por el carril bici de la carretera a Tragacete (Foto: Organización)
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1. Introduccion

Tengo un poco abandonado el proyecto que bauticé en su día como “Un país en mi mochila”. No es que haya dejado de correr fuera de Madrid, todo lo contrario. Lo que ocurre es que no actualizo las cifras desde hace más de un año, de forma que lo que aparece actualmente publicado se ha quedado más anticuado que los chistes de Arévalo.

Digo todo esto porque el pasado fin de semana me desplacé a la tierra del alajú, de José Luis Perales, de las casas colgadas que no colgantes, del resolí, del morteruelo y del desaparecido José Luís Coll para disputar el II Medio Maratón Ciudad de Cuenca. Sumé así una nueva provincia a las que ya tenía en el macuto (van veinticinco creo) y completé con ella todas aquellas que son fronterizas con Madrid. ¿Apasionante verdad? Venga, pues no os perdáis la emocionante y trepidante crónica del evento ¡Os va a encantar! Anda mira, que bien traído: encantar, encantada, Ciudad Encantada

En fin, no me tengáis esta introducción muy en “cuenca”. Vamos al grano.

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2. La carrera

Llegaba yo a las horas previas del medio maratón conquense con muy poquitas ganas de jarana la verdad. Por un lado la información sobre la carrera que aparecía en la página web, que dicho sea de paso no había leído antes de inscribirme, no me digáis por qué pero no me transmitía buenas sensaciones. Me preocupaba un poco que la salida y la llegada no se ubicaran en el mismo lugar (así a golpe de plano, debían estar a más de dos mil metros de distancia), más aun cuando no conocía la ciudad y no iba a llegar muy sobrado de tiempo. Por otro lado la previsión meteorológica anunciaba frío, viento y lluvia para la mañana dominical. A todo esto había que añadirle que aparte de los veintiún kilómetros corriendo, me tenía que chupar otros cerca de trescientos cincuenta en coche. En resumen, que cuando a las 6:40 AM del domingo sonó el puñetero despertador tuve que dedicar unos segundos a rebuscar las ganas necesarias para abandonar el cobijo de las sábanas.

He de reconocer que cuando arribé a Cuenca mi ánimo cambio. Enseguida encontré el lugar donde su ubicaba la meta y, siguiendo por la misma calle y con un poquito de atención, tampoco me fue difícil subir hasta la parte alta de la ciudad y alcanzar el mirador de la Hoz del Huecar. Allí en menos de una hora se daría la salida de la prueba. Recogí el dorsal junto con el que me entregaron una barrita energética y volví a bajar en coche hasta el "polideportivo" Luis Yufera, situado junto a la llegada. Señalar que la organización puso a disposición de los corredores un autocar que hasta treinta minutos antes del inicio de la carrera hizo varios viajes para acercar a los participantes que así lo quisieran desde la meta hasta la salida.

Yo opté por aparcar mi coche en las inmediaciones de la meta, no utilizar el servicio de autobús ofrecido y subir al trote a modo de calentamiento los dos kilómetros y medio que separaban las instalaciones deportivas del mirador de la Hoz del Huecar. La verdad es que las vistas desde allí eran dignas de contemplarse. Tanto es así que no importó que la salida se diera con unos minutos de retraso.

Llegando a meta (Foto: Organización)
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Ataviado con gorra y chubasquero que me vinieron de lujo para protegerme del frío y la lluvia intermitente que nos acompañaron, me coloqué en la parte trasera dentro del pelotón que formábamos los cerca de seiscientos cincuenta corredores que allí nos dimos cita. Tras la señal que indicaba el comienzo de la prueba y que no oí, tome la cuneta izquierda para intentar coger sin demoras un ritmo cómodo.

El primer kilómetro presentaba un perfil en V, con una cuesta abajo pronunciada que conducía hasta el barrio del Castillo y, tras desviarnos a la derecha para tomar el Camino de San Isidro, con una subida posterior que nos introducía en la bella Hoz del Júcar. La panorámica desde allí era aun más espectacular que la que se tenía en el mirador de la vecina Hoz del Huecar. Comenzaba entonces un tramo de descenso a veces más tendido a veces más inclinado, que habría de conducirnos hasta la misma orilla del Júcar allá por el punto kilométrico 4,500.

Con una curva de 180º a la izquierda se abandonaba la carretera y se entraba en el camino Fuente Martín Alhaja. Con superficie de tierra, la vía flanqueada a ambos lados por árboles discurría bordeando el Júcar durante cerca de tres mil seiscientos metros. Presentaba un perfil de dientes de sierra, con continuos toboganes que a veces deparaban alguna sorpresa. Cerca de su punto medio el camino abandonaba la orilla del río durante alrededor de un kilómetro, se acercaba a las paredes de piedra del cañón natural y se estrechaba convirtiéndose en una senda sinuosa. Desde mi punto de vista, posiblemente este fuera el tramo más gozoso de todo el medio maratón.

El camino Fuente Martín Alhaja se dejaba al llegar a la altura del conocido como Recreo Peral, alrededor del punto kilométrico 8,000 de carrera. Allí se cruzaba al otro lado del río por un puente y se tomaba el carril bici de la carretera a Tragacete. Seguíamos corriendo junto al Jucar, trazando sus meandros, pero ahora por su margen derecho y en sentido opuesto al que habíamos llevado con anterioridad. El perfil de esta parte también era ondulado, pero la carretera hacía más suaves las pendientes. Fueron cerca de cinco mil seiscientos metros antes de volver a cruzar el río por el puente de Valdecabras.

Superado el cruce se giraba a la derecha para entrar en un nuevo tramo asfaltado conocido como Camino del Agua que, para no ser que menos que los anteriores, discurría también junto al cauce del Jucar. Tras unos mil seiscientos metros alcanzamos y recorrimos de nuevo el camino Fuente Martín Alhaja. Sin embargo en esta ocasión, en vez de cruzar por el puente una vez llegados a Recreo Peral, había que seguir recto en dirección al casco urbano conquense. Si mis cuentas no me fallaban quedaban poco más de dos kilómetros para alcanzar la línea de llegada.

Inicialmente continuamos durante unos cientos de metros más no ya junto al cauce del río, sino sobre el río mismo: corríamos sobre una pasarela de madera que nacía junto a la pared de roca y se extendía elevada por encima del agua. Había que tener un pelín de cuidado porque las hojas caídas de los árboles mezcladas con el agua de la lluvia podían dar un susto en forma de resbalón.

Llegados a tierra firme nos encontramos con la primera de las dos sorpresas que nos aguardaban esta última parte del medio maratón. Y es que para hacer el transito desde la zona del río al asfalto del casco urbano había que salvar una escalera. Si, no uno ni dos escalones, una escalera hecha y derecha. Uno ya se ha metido entre pecho y espalda un par de cientos de carreras y, a decir verdad, no recuerdo ninguna en la que hubiera que negociar una escalera. Pero como suele decirse, siempre tiene que haber una primera vez. Total que me lo tomé con filosofía, me enchufé mentalmente la música de Rocky (nunca olvidaré a Stallone subiendo la escalera del Museo de Arte de Filadelfia) y ascendí los escalones de dos en dos. Alcancé la parte alta prácticamente sin resuello y con las piernas "tontas". Tardé unos cuantos metros en recomponer la figura.

Desde allí y tras un pequeño callejeo, se alcanzaba lo que estaba señalizado como el kilómetro veintiuno. Segunda sorpresa. Uno levantaba la vista desde aquel punto y percibía con claridad meridiana que la recta continuaba más allá de cien metros y sin rastro de la meta. Volví a tomármelo con filosofía y a aguantar lo que viniera, que debieron ser cerca de trescientos metros en vez de los noventa y siete esperados. A mí no me importó en demasía, pero imagino que a los participantes que tomaran la decisión de esprintar en los últimos metros les sentó a cuerno quemado.

Cruzada la meta, visita al pabellón (o “nave deportiva”) Luis Yufera donde te hacían entrega de una medalla, un forro polar, una botella de agua y una lata de bebida isotónica. Y acto seguido y sin detenerme, de ahí al coche a cambiarme, a sufrir el pequeño atasco para poder salir de la ciudad y a tomar camino a casa. Había caído el medio maratón número ciento veinticuatro.

Por el Camino Fuente Martín Alhaja (Foto: organización)
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3. Valoración personal

En líneas generales la carrera me sorprendió gratamente sobre todo por el recorrido. La prueba discurre por un entorno natural de gran belleza, primero con una vista panorámica de las hoces del Huecar y del Jucar, para descender después hasta el cauce del segundo y disfrutar del correr por sus arbolados márgenes.

El ambiente también fue bueno. En cuanto a los corredores, allí nos juntamos seiscientos y pico llegados en buen número de las provincias que circundantes a Cuenca. Respecto a los espectadores, debido al tipo de recorrido y a las condiciones meteorológicas era de esperar que no hubiera mucha animación. Sin embargo los irreductibles amigos y familiares de los participantes y algún que otro curioso se concentraron en la salida, en meta y en los lugares “habitados” del trazado (donde había un restaurante o una zona de ocio).

La organización corrió a cargo del Club de Atletismo Cuenca con la colaboración del IMD del Ayuntamiento de Cuenca. Creo que hay que darles tiempo pues solo estábamos ante la segunda edición de este medio maratón, pero desde mi punto de vista tienen cosas que mejorar. En las cuestiones fundamentales como puedan ser el control del tráfico y los avituallamientos, los organizadores cumplieron. Solo en la carretera de Tragecete compartimos vía con los coches, pero el carril bici era lo suficientemente ancho para que no hubiera ningún problema. Los avituallamientos también fueron los habituales en este tipo de carreras (cada cinco mil metros aproximadamente) y creo que nadie se quedó sin agua. También es de agradecer el servicio de autobús que pusieron a disposición de los corredores para hacer los traslados entre las zonas de salida y meta.

Pero como decía, hay bastantes aspectos mejorables: i) parece que los carteles que señalaban los puntos kilométricos no estaban en los sitios correctos. Había kilómetros que medían más de mil metros y otros que no los alcanzaban, ii) El tiempo en meta se tomó dictando el dorsal de cada uno de los competidores cuando alcanzábamos la carpa situada unos metros más allá de la línea de llegada. Llevábamos un código de barras en el dorsal que yo pensé que estaba allí para ser leído y recoger así nuestro marca. Pero o estaba en un error o aquello no funcionó. El caso es que, a modo de ejemplo, en la clasificación aparecemos tres llegados en el mismo segundo cuando entré más solo que la una, iii) Los vestuarios y duchas del “polideportivo” ubicado junto a la meta presentaban un estado un tanto deficiente y a nada que los llegados los utilizaran (yo no lo hice) eran insuficientes, iv) Si no conocías la carrera e intentabas guiarte por la página web, la información que aparecía no era completa y, en algunos aspectos, estaba desfasada (el reglamento era el del año pasado). Creo que es un factor a cuidar pues no transmite una buena imagen.

En lo personal, yo me lo pasé muy bien. Empecé conservador pero tras los primeros kilómetros, el perfil favorable unido al frío y a la lluvia me hicieron acelerar la marcha. Me encontré bastante bien durante toda la carrera y acabé con un buen tiempo para lo que soy yo. Por mi reloj tomé 1:35:41 y según los organizadores acabé el 204 de los 628 llegados a meta.

Con el II Medio Maratón Ciudad de Cuenca, alcanzó este año la cifra de veintidós carreras sobre esta distancia e igualo la marca del ejercicio 2011.

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4. Salutación y despedida

En el previo de la carrera volví a coincidir con Alfonso, corredor/bloguero con el que me voy encontrando a lo largo y ancho de la geografía española. Compartimos una agradable conversación sobre carreras que tenemos en mente o que ya hemos corrido mientras esperaba el autocar que le acercara hasta la salida. Su visión del medio maratón conquense podéis leerla aquí.

Y esto es todo. Hasta la próxima. Sed felices.

¡Ojo, el recorrido está tumbado! (Norte a la derecha)
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sábado, 3 de noviembre de 2012

XV Medio Maratón de Fuenlabrada

Llegando a meta (Foto: Organización)
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El XV Medio Maratón de Fuenlabrada suponía mi reencuentro con una carrera a la que tenía mucho aprecio y en la que no participaba desde la edición de 2008. Leyendo ahora la crónica que escribí en aquella ocasión, encuentro que para describir la carrera la comparé con una mujer. Allí reconocía que sin ser un monumento, mirada con cariño se podía afirmar que era resultona, que tenía un “algo”. Quizás fuera el suave contoneo de sus calles, sus cuestas turgentes o las sinuosas curvas de sus rotondas.

Cuatro años después, siguiendo con el símil, la atractiva fuenlabreña se ha convertido en una poligonera choni sin encanto, muy acorde con los tiempos que vivimos. O al menos es lo que a mí me pareció.

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Para que mi apreciación sobre esta carrera haya variado tanto se podría pensar que ha sufrido muchos cambios. Esto no es del todo cierto. Realmente y en líneas generales solo ha existido una variación, muy importante pero una: el cambio de recorrido.

Hace años, saliendo junto al Polideportivo Fermín Cacho, se callejeaba un poco por sus alrededores y se ponía rumbo al casco urbano fuenlabreño para continuar hasta el extremo más alejado del barrio de Loranca y volver desde allí prácticamente por el mismo camino. Ahora ya no. En la actualidad se trata de dar dos vueltas a un circuito que a grandes rasgos está compuesto por la suma de la parte inicial y la final del antiguo trazado. ¿Cuál es la consecuencia más importante de esta modificación? Pues que una gran parte del medio maratón (¿el 80%?) se desarrolla por las afueras de la localidad, atravesando zonas de naves industriales en las que se intercala algún edificio de oficinas.

Otros efectos colaterales de la amputación de parte del recorrido son i) la falta completa de animación salvo en la zona de salida y meta ubicadas junto y en el interior del polideportivo respectivamente. Justo es reconocer que antes tampoco era la alegría de la huerta y ii) un perfil más exigente, lleno de continuos toboganes, en el que apenas existe algún tramo llano.

Por lo demás, la prueba estuvo correctamente organizada por el Club Atletismo Fuenlabrada con la colaboración del Patronato Municipal de Deportes de la localidad. El dorsal y el chip se recogieron sin esperas reseñables, el recorrido estuvo bien cerrado al tráfico, junto con el medio maratón se realizó una carrera sobre diez kilómetros y carreras infantiles, los tres avituallamientos líquidos (más el de meta) fueron más que suficientes, todos los puntos kilométricos estuvieron pintados en el suelo, la entrega de la bolsa del corredor no fue ágil y originó una larga fila y, por último, se dispuso de servicio de guardarropa, parking vigilado, vestuarios y duchas.

En cuanto a la participación, entre la prueba de diez kilómetros y la del medio maratón se alcanzaron los ochocientos participantes, cifra límite establecida por los organizadores. La distribución entre las dos distancias fue poco equitativa, siendo mucho más concurrida la larga (setecientos llegados a meta) que la corta (ochenta y ocho). En cualquier caso, solo en los primeros metros hubo cierta aglomeración pero rápidamente cada cual pudo correr a su ritmo sin estorbos.

En lo que a mí se refiere, la primera vuelta la hice suave en plan de calentamiento y reconocimiento del terreno. En la segunda, para darle un poquito de aliciente, me puse como reto completar la distancia por debajo de los cien minutos, objetivo que logré al cruzar la meta en 1:39:25. Según la clasificación fui el 362 de los 700 llegados a meta.

En resumen, carrera bien organizada, sin ningún atractivo, de perfil exigente, con un número de participantes adecuado, indicada para aquellos que quieran hacer un rodaje largo en compañía o que busquen un test en su preparación de cara a algún maratón en los últimos meses del año.

Eso es todo. Sed felices.

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En capítulos anteriores: XI Medio Maratón Fuenlabrada (2008)

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