sábado, 23 de noviembre de 2013

Camí de Cavalls (13): Cala en Turqueta - Cala Galdana

Llegando a Cala Galdana. (p.k. 5,300)
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Longitud: 6.400 metros (*)

Salida: Cala en Turqueta (altitud 55 m)
Llegada: Cala Galdana (altitud 107 m)
Desnivel acumulado: 600 m aprox.
Dificultad: Fácil
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El trazado de esta etapa del Camí de Cavalls atraviesa la parte central del Migjorn menorquín, caracterizada por la presencia de barrancos. Esta circunstancia provoca que durante el recorrido se alternen zonas planas con importantes descensos/ascensos hasta/desde las calas, ubicadas en el fondo de los mencionados accidentes geográficos. Las áreas ubicadas a mayor altura se caracterizan por una vegetación de ambientes secos más resistente a la salinidad en las partes más cercanas a la costa (hinojo marino y siempreviva azul) que se transforma en monte bajo de brezo, romero y jara según se avanza hacia el interior. También predominan en esta región las grandes extensiones de pinos. Dentro de los barrancos, gracias a la protección del viento, a la mayor humedad y al ambiente más sombrío, la vegetación se hace más frondosa y aparecen numerosos ejemplares de encinas.
 
El inicio del recorrido se sitúa en Cala en Turqueta. Es esta una de las calas vírgenes más populares de la isla, resultado de un entrante de mar que recorre cerca de cuatrocientos metros hasta llegar a tierra. De dimensiones no muy grandes (110 m de largo por 25 de ancho), con forma semicircular, agua cristalina y rodeada de acantilados de poca altura cubiertos de pinares frondosos, su playa de arena blanca está dividida en dos por una lengua rocosa de poca altura. La parte más oriental es la salida natural de un torrente. La más occidental está asociada a un pequeño cordón dunar de baja altura y extensión.
 
El primer kilómetro y medio se realiza en continuo ascenso por un sendero de tierra estrecho y con buen firme que, debido a la espesa vegetación que lo flanquea y que en ocasiones llega a techarlo, se convierte en un estrecho pasillo al cual apenas llega la luz del sol. A medida que se gana altura, se van abriendo claros hasta alcanzar una zona elevada más abierta en la que predomina el monte bajo (brezo y romero) y los pinos. Tras el ascenso, la pendiente se invierte y se inicia una leve bajada de unos cinco hectómetros en la que el sendero pasa a convertirse en un camino arenoso que se adentra en un pequeño barranco. De continuar hasta el final de esta vía se llegaría hasta Cala Macarrelleta pero antes de que eso ocurra, los postes de madera señalan que el Camí de Cavalls prosigue con un giro de 90º a la izquierda (**) y una corta pero muy inclinada cuesta arriba (p.k. 2,100)
 
Camino costero que une Macarella y Macarelleta (p.k. 3,300)
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Superado el corto desnivel, el paisaje cambia y se vuelve un tanto extraño para lo que suele ser habitual en la isla. El camino se interna en un tramo abrupto de altas paredes rocosas que tiene poco ver con el entorno que se ha cruzado hasta el momento. Parece que los grandes riscos fueran a desprenderse de un momento a otro. Y no debe ser muy errónea la sensación pues, un poco más adelante, se puede comprobar como una gran masa pétrea decidió hace no mucho dejar su ubicación original en la pared y trasladarse a un nuevo emplazamiento muy cerca del camino. También llaman la atención la vegetación rupícola y la propia de zona húmedas que confieren un ligero toque “selvático”.

Tras retomar un poco de altitud a través de unas escaleras esculpidas en la roca y de una exigente cuesta arriba, se alcanza una zona que no hace mucho debió albergar cultivos e incluso alguna vivienda. Posteriormente el camino se estrecha y comienza un descenso de pronunciada pendiente que es seguramente la parte más complicada técnicamente de esta etapa (aproximadamente desde p.k. 2,800 a p.k. 3,300). En el sendero de tierra surgen entonces fuertes raíces y grandes piedras que, unidas al importante desnivel, complican bastante el tránsito obligando a ralentizar el ritmo y extremar la precaución para no tropezar y acabar besando el suelo. Superados esos cientos de metros, se alcanza la arena de Cala Macarella (p.k. 3,300). Es el punto más bajo de esta etapa del Camí. 
 
Saliendo de Cala en Turqueta camino de Macarella (p.k. 1,300)
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Tanto Macarella como Macarelleta son, junto con Turqueta, las playas vírgenes menorquinas más publicitadas y conocidas. Ambas son calas de pequeñas dimensiones, asociadas a salidas naturales de barrancos, de arenas blancas y finas, flanqueadas por altos acantilados poblados de frondosos pinares y con gran afluencia de embarcaciones. Macarellatiene una longitud de unos 140 m y forma de U. A pesar de que se trata de una playa virgen, dispone de un restaurante a pie de playa. Por su parte, Macarelleta, la hermana menor, tiene forma de concha y una longitud de aproximadamente 20 m. Está ubicada al final de un entrante de mar más pequeño, estrecho y perpendicular al que formaMacarella. Además del acceso de la que se hablaba anteriormente, para llegar a ella existe otra más comúnmente utilizada por sus visitantes y que consiste en seguir un sendero litoral que partiendo del extremo más occidental de Cala Macarella se eleva por las paredes del acantilado. Las vistas que se obtienen de ambas calas desde este ramal son de una gran belleza.

Desde este punto del recorrido se repite el esquema que se había seguido al partir de Cala en Turqueta, aunque con algunas diferencias. Primero se negocia un tramo de subida, pero en esta ocasión mucho más empinado y corto. Ojo porque existe una escalera de madera que hace este ascenso más sencillo. Si se quiere ser purista y no hacerse trampas al solitario se habrá de seguir el trazado marcado por los postes y completar la subida por el camino de tierra. Alcanzada la parte alta (conocida como Es Berecs de Santa Anna), ésta resulta ser más llana que la del segmento comprendido entre Cala en Turqueta y Macarella. La vegetación es muy parecida (monte bajo de brezo y romero), aunque con una mayor presencia de pinos que proyectan su sombra sobre el trazado. Por último señalar que el camino se ensancha de forma muy importante a la vez que la superficie empeora de forma considerable: se trata de un terreno rocoso erosionado que, aunque no presenta dificultad, si se hace bastante incomodo por lo irregular. A todo ello hay que sumar las raíces de los pinos que hacen su aparición y que obligan a tener cuidado si no se quiere sufrir un buen tropezón.
 
Comienza el dia en Cala en Turqueta (p.k. 0,000)
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En el punto kilométrico 5,100 de la etapa, comienza un repentino descenso hacia Cala Galdana que ha de durar no más de cuatrocientos metros. Aunque más sencillo tecnicamente hablando que el que conducía hasta Cala Macarella, conviene ejecutarlo con precaución pues se trata de un terreno bastante descarnado en el que asoman a la superficie rocas y las anteriormente mencionadas raíces de los pinos. También es recomendable disfrutar de las vistas de la costa que pueden apreciarse entre las ramas de los árboles y desde los pequeños claros. La conjunción de los colores del mar, de la vegetación y del cielo, las paredes cortantes de los acantilados y las blancas embarcaciones repartidas en la gran mancha azul, conforman un paisaje de gran belleza en cuya contemplación merece la pena invertir al menos unos segundos.

Cala Galdana (p.k. 5,900) se ubica en la salida natural del Barranco d’Algendar. Actualmente canalizada hacia un lado de la cala, la salida presenta un alto grado de urbanización, es utilizada como puerto para embarcaciones de poco calado y recibe el nombre Riu de Cala Galdana. Es precisamente la pasarela elevada que cruza el Riu el punto de llegada tras completar el descenso por el Camí de Cavalls.  Esta cala es seguramente una de las más bellas de toda Menorca pero el excesivo número de edificaciones que en ella se levantan le han restado parte de su encanto. Tiene una longitud de 450 m, arena blanca y fina y sobre la superficie de su playa hay pinos aislados que confieren cierto grado de integración con el entorno.  

Primeros rayos de sol sobre Cala Macarelleta
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Sin embargo, el itinerario de este tramo del Camí de Cavalls no acaba en la arena de Cala Galdana. Aproximadamente hacia la mitad de la cala, junto a uno de los hoteles, se abre un entrante en el que nace un sendero serpenteante que, completado con varios tramos de escaleras, asciende por un paisaje sombrío hasta la parte alta del barranco. Entre hiedras y encinas, la última escalinata desemboca en la zona urbanizada conocida como el mirador de Sa Punta. Una vez allí se continua por asfalto, entre chalets y casas que quitan el hipo, siguiendo las marcas pintadas en las farolas durante aproximadamente unos trescientos metros. En este último tramo del itinerario es muy recomendable asomarse a alguno de lo varios miradores que se abren a la derecha del trazado: las vistas que de Cala Galdana se tienen desde ellos es simplemente espectacular.
 
Finalmente se gira a la izquierda y se llega a una calle sin salida en cuyo final se sitúa el cartelón que marca el término de esta etapa y el principio de la siguiente.
 
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Puntos de interés de la ruta: Cala en Turqueta, Cala Macarella, Cala Macarelleta, Cala Galdana y miradores de Sa Punta.
 
Observaciones: (*) La distancia obtenida por el GPS utilizado fueron 6.650 m frente a los 6.400 m oficiales. (**) Si en lugar de girar a la izquierda se sigue recto, se llega a la bonita Cala Macarelleta.
 
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Cala Galdana desde el mirador de Sa Punta (p.k. 6,500)
Entre Cala Macarella y Cala Galdana (p.k. 5,000)
 
Cuota narcisista de la entrada
 
Cala Galdana desde mirador de Sa Punta (p.k. 5,500)
Subida final hacia Sa Punta (p.k. 6,100)
El grifo mágico de Cala Galdana (p.k. 5,900)
¡Yo no he sido! (p.k. 2,300)
Pinos en el descenso hacia Cala Galdana (p.k. 5,200)
Embarcaciones en Cala Galdana. Mirador de Sa Punta (p.k. 6,500)




sábado, 16 de noviembre de 2013

III Carrera de Montaña Villa de La Adrada (20,5 kms)


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La mañana del domingo me levanté un poco tristón. La tarde del día anterior había estado pensando si acercarme o no a correr la III Carrera de Montaña Villa de La Adrada. El dolor en la espalda y los latigazos que me daban en ciertas posiciones me generaban muchas dudas. Al final me di permiso para disputarla pero siempre bajo la condición de imponerme un descanso posterior hasta que los dolores cesaran o al menos mejoraran. Era una especie de último gustazo que me daba por un tiempo indeterminado (espero que no mucho). Y a fe mía que lo disfruté, vaya si lo disfrute.

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La Villa de La Adrada está situada cerca del vértice sur oriental de la provincia de Ávila, en la cabecera del Valle del Tiétar y en la vertiente sur de la Sierra de Gredos. La localidad se ubica a una altitud de 623 metros sobre el nivel del mar, alcanzando el término municipal su mayor altura en el pico de la Escusa (1.985 m). Desde Madrid el viaje es cómodo y apenas supera los cien kilómetros. Pero como me suele pasar siempre, a pesar de salir de casa con margen suficiente, metí el gambuzo en un par de desvíos y acabé llegando con la hora pegada al culo. Tanto es así que si no me equivoco fui el penúltimo en recoger el dorsal y solo tuve tiempo de ir a vestirme de romano al coche y volver en un rápido trote para situarme en la salida apenas un par de minutos antes de que comenzara la prueba.

A la tradicional prueba sobre diez kilómetros se le unía en esta edición otra nueva a disputar sobre una distancia indeterminada entre veinte kilómetros y veintiuno. Esta última presentaba un desnivel positivo de +1.000 m (acumulado total 2.000). Entre la una y la otra, en la salida ubicada en el parque Virgen de la Yedra justo al lado de la ermita del mismo nombre, nos reunimos cerca de 310 corredores. El que esto escribe estaba entre los dos tercios de participantes que optaron por batirse el cobre en la distancia larga.

La carrera comenzaba con una cuesta arriba que se extendería hasta el p.k. 10,000, lugar donde se alcanzaba la mayor altitud del recorrido (1.318 m). Con un primer tramo por asfalto, los cuatro mil metros iniciales eran bastante llevaderos y aunque siempre picaban hacia arriba, alternaban con alguna corta bajadilla que permitía tomar algo de resuello. Aproximadamente unos mil metros después de salvar una pequeña presa corriendo sobre un estrecho puente metálico que se movía a cada zancada, a la altura del p.k. 5,000 estaba situado el desvío que debían tomar los participantes de la prueba “corta”. También se ubicaba allí el primer avituallamiento en el que solo se ofrecía líquido elemento.
 
En una de las partes más divertidas del descenso (Foto: Organización)
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Los siguientes 2.500 metros ya eran más exigentes aunque seguían presentando alguna zona para darse un ligero descanso. Los últimos dos kilómetros y medio eran los de mayor pendiente y en ellos no había “descansillos” así es que se hacían un pelín duros. En cualquier caso toda la subida se realizaba por una amplia pista forestal, por lo que la dificultad técnica era inexistente y solo había que echar a andar si las fuerzas de uno no eran suficientes. En mi caso lo tuve que hace en diversas ocasiones durante la última fase. El que todo el ascenso discurriera por pista podía provocar cierta monotonía pero era fácil combatirla recreándose en el esplendido entorno que rodeaba al trazado. Los castaños, robles y pinos ofrecían una variada gama de tonos otoñales en un día de temperatura muy agradable.
 
Tras el avituallamiento líquido y sólido situado apenas unos cien metros más allá del p.k. 10,000, comenzaba el descenso. El tramo inicial de unos dos kilómetros de longitud se hacía también por pista amplia y presentaba un repechillo gracioso en su final. Justo allí se tomaba un sendero que nacía a la izquierda de la pista y que suponía un cambio importante en la carrera. La bajada se hacía a partir de entonces entre pinos, por una senda serpenteante con un grado de dificultad técnica lo suficientemente alto para divertirse y disfrutar y lo suficientemente bajo para que no fuera peligroso. Las numerosas raíces que asomaban por el suelo y algunas piedras que sobresalían con cierto riesgo estaban pintadas (no sé si por la organización o por los ciclistas que suelen transitar por aquellos parajes), de forma que era fácil advertir su presencia y esquivarlas.
 
Cerca del p.k. 14,000 el terreno se volvía un poco más técnico y había que tener precaución si uno quería negociarlo a una velocidad elevada. Yo iba más bien lentorro por lo que no tuve mayores problemas. Sin embargo, tras uno de los giros me encontré con el mal trago de la carrera: un participante se encontraba sentado en el suelo, todavía medio noqueado, con la vista un poco perdida, una brecha en la cabeza y las rodillas magulladas, mientras otro lo atendía. Me detuve para interesarme por él, pero ya habían pedido ayuda y parecía que se estaba recuperando bien por lo que en poco podía ayudar. Reemprendí la marcha con el mal cuerpo que siempre dejan estas cosas.
 
Aproximadamente unos siete hectómetros más abajo el sendero desembocaba en la pista por la que habíamos subido inicialmente. Remontando por ella unos cien metros se llegaba al tercer avituallamiento, que no era otro que el primero (el del p.k. 5,000), pero en el que ahora, además de agua, se ofrecían isotónico y alimentos. Estábamos en p.k. 15,000 de la carrera y restaban poco más de cinco mil metros para la meta.
  
Por el p.k. 3,000 más o menos (Foto: Organización)
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Tras el refrigerio se entraba en un nuevo sendero con una pendiente bastante pronunciada, algunos saltos elevados y, en consecuencia, una dificultad técnica mayor que el negociado previamente. Lo mejor es que en cada uno de los puntos que podían considerarse peligrosos había alguien de la organización avisando de la circunstancia ¡Chapeau por ellos! Cerca del p.k. 17,000 se tomaba de nuevo una amplia pista y, un poco más adelante, el terreno se volvía llano al principio y con tendencia ligeramente ascendente inmediatamente después. Pasado el p.k. 18,000 y cuando ya se notaba la cercanía al núcleo urbano de La Adrada, al final de una larga recta, un giro de 90º a la izquierda nos ponía al pie de una cuesta inesperada ¡Vaya sorpresita! Con unos ciento y pico metros de longitud y una pendiente de aúpa, el cuestarrón se le atragantó a to’quisqui.
 
Superado el susto más por vergüenza torera que por otra cosa, seguidamente se entraba en un sendero muy estrecho (como un pasillo), que discurría serpenteante en continuo sube y baja que se extendería hasta un poco antes del p.k. 20,000. Un tramo muy gozoso si no fuera porque a esas alturas uno no pensaba más que en cuándo carajo se llegaría a la meta. Una vez el angosto camino se abría, comenzaba un descenso rápido que atravesando las calles del pueblo conducía hasta el arco de meta en el parque Virgen de la Yedra. 
 
En la zona de llegada, tras devolver el chip, te entregaban la bolsa del corredor que contenía un par de medias y un par de calcetines con muy buena presencia (todavía no los he usado). Además se ofrecía la posibilidad de recuperar energías con refrescos, queso del Valle del Tietar, jamoncito y dulces típicos de la zona. ¡Una gozada!
 
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Retomando lo que decía al principio, llegaba yo un poco tristón a esta carrera. Las molestias en la zona lumbar derecha que comenzaron en septiembre y que habían ido creciendo desde entonces hasta convertirse en un dolor importante, me habían hecho decidir que después de participar en la prueba de La Adrada tocaba parón. Y el caso es que corriendo el dolor era aguantable y (curiosamente) menor que en la “vida civil”, pero que hubiera llegado a un punto en que me dieran calambres y en el que el dolor bajara por toda la pierna no era como para seguir forzando.
 
Por todo ello comencé muy tranquilito cerca de las últimas posiciones. Una vez entré en calor aceleré un pelín y gracias a la cómoda pista por la que discurría el ascenso, pude mantener un ritmo constante que me sirvió para ir adelantando numerosos puestos. Solo en la parte final tuve que echar a andar en dos o tres ocasiones. El descenso me costó un poco más. Alargar la zancada si hizo quejarse a las lumbares, y cuando comenzaron los pequeños saltos, cada apoyo retumbaba en la parte inferior de mi espalda. Total, que la bajada casi me la tomé en plan relaxing cup of coffee in  Valle del Tiétar, disfrutando en lo que pude del paisaje. A meta llegué bastante entero, chocando las manos de los más pequeños y aplaudido por lo más mayores, en un tiempo neto de 1:55:19. De los 194 que completaron la distancia, ocupé le puesto 92.
 
 
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Como conclusión decir que: a) por recorrido y perfil se trata de una muy buena carrera para iniciarse en montaña, aunque siempre teniendo en cuenta que algunas partes del descenso tienen su intríngulis y que, si se dan condiciones de lluvia, la dificultad técnica puede incrementarse notoriamente. Baste mencionar que incluso con una meteorología idónea, el domingo se piñaron unos cuantos participantes, b) la organización estuvo a gran altura. Buen trato, avituallamientos muy completos (sobre todo el de meta), buena señalización, presencia de voluntarios en los puntos más complicados, cronometraje con tiempos netos… Si ya consiguen que en la próxima edición el speaker diga La Adrada en lugar de La Adra, lo clavan y c) El ambiente fue estupendo, con gran animación en la zona de salida y meta y con los lugareños comprometidos con la carrera.
 
Y nada más. A esperar volver lo antes posible a la competición. Os iré contando.
 
Que la paz sea con vosotros.


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martes, 5 de noviembre de 2013

III Medio Maratón Ciudad de Cuenca

 
Cortesía de la organización
 
Cuando planifiqué mi calendario a principios de año descubrí con desilusión que coincidían el mismo día el Medio Maratón Ciudad de Cuenca y el Maratón de Nueva York. Cuenca o Nueva York. Nueva York o Cuenca. Ufff, la elección no fue nada fácil pero al final me decanté por correr en la bella ciudad castellanomanchega, fundamentalmente porque así me daría tiempo a estar de vuelta en casa a la hora de comer.
 
A diferencia de la jornada lluviosa del año pasado, la de éste amaneció encapotada con algún rayo de luz que se colaba a duras penas entre las nubes. La temperatura fue ideal para la época en la que nos encontramos. Se pudo así disfrutar con una agradable meteorología de un recorrido por un entorno muy bello, en plena naturaleza, con una gama de colores en las hojas de los árboles impresionante, con el Júcar casi siempre discurriendo a nuestro lado y acompañados por los practicantes de escalada trepando por las paredes rocosas y por los piragüistas descendiendo sobre las aguas del río.
 
El número de participantes creció con respecto al de la edición anterior, como también lo hizo la cifra de gente animando tanto en la salida, como en la zona conocida como Recreo Peral y, sobre todo, en el corto tránsito por el casco urbano durante los últimos dos kilómetros de carrera. La organización del Club Atletismo Cuenca también aprendió de los errores y los subsanó, dando una imagen muy mejorada. En resumidas cuentas, una carrera que se va consolidando y mejorando con el paso de las ediciones.
 
Por mi reloj finalicé en un tiempo neto de 1:35:07 y, según la clasificación, ocupé el puesto 223 de los 751 llegados a meta. Eso si, la zona de las lumbares la tengo tocadita, tocadita.
 
Y hasta aquí la crónica minimalista conquense. Si alguien quiere más detalles que se lea la que hice con motivo de mi participación en la edición de 2012.

 
Que os sea leve.
 
 
Perfil obtenido por el primo Endo
 
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