jueves, 18 de septiembre de 2008

Entrenando en el paraiso

Me ato las zapatillas, engancho los auriculares a mis orejas, me pongo las gafas de sol (ahora sobran debido a la neblina y la hora temprana de la mañana), muevo el pivotito de la radio desde el Off hasta el On y echo a correr al mismo tiempo que llegan a mis tímpanos las primeras notas musicales. Es la novena y última vez que repito esta especie de ritual en los doce días que llevo en la isla. Para hoy he dejado la tirada larga, así es que tengo intención de completar alrededor de 90 minutos de carrera continua.

Con apenas un minuto de carrera ya estoy a escasos diez metros del Mar Mediterráneo: la calle transita paralela a la línea de costa y entre chalet y chalet puedo ver el mar. Menos de un kilómetro después alcanzo la pequeña playa de Cala Degollador. Tres bañistas madrugadores se dan su primer baño del jueves. A pesar de encontrarse dentro de la ciudad y de tratarse de un estrecho brazo de mar atrapado entre dos paredes de angulosas piedras, el paraje presenta unas aguas limpias y cristalinas como las que bañan el resto de la ínsula.

Dejo atrás el pequeño pero aprovechado trozo de arena y enfilo el Paseo Marítimo. Aqui mis ojos se pierden en la inmensidad del hoy calmado y plateado (por efecto del nublado cielo) Mare Nostrum. En días despejados como anteayer, en lontananza puede observarse el perfil costero de la isla más grande del archipiélago, de la hermana mayor. El Paseo Marítimo, que debe tener aproximadamente mil metros de longitud y que normalmente recorro dos veces en cada entrenamiento (hoy cuatro), es el tramo que más disfruto. Casi siempre me lleva a pensar en la siempre improbable posibilidad de dejar nuestra vida en Madrid y trasladarnos a vivir aquí. Hago mis cábalas y pienso lo tranquila que sería nuestra existencia en este lugar, la calidad de vida que disfrutaríamos, la de preocupaciones que alejaríamos… Sin embargo mi lado racional se acaba imponiendo siempre con el argumento de que en invierno la cosa no debe ser tan bonita como en verano, argumento principal al que desde hace dos años se ha unido la excusa secundaria de que nuestro pequeño retoño crecerá y, de no cambiar las cosas, posiblemente necesitaría trasladarse a la península (como hacen muchos jóvenes) a cursar una carrera universitaria e incluso a trabajar.

Alcanzo la entrada al puerto y continuo en subida hasta la Plaza del Borne, centro neurálgico de Ciudadela (o, como dicen por aquí, Ciutadella). En este punto giro y enfilo el camino de vuelta. Me gustaría alargar mi trote cochinero hasta las calles céntricas de la ciudad, esas vías peatonales, estrechas, con casas de fachada antigua y señorial. Sin embargo, su suelo empedrado, irregular y elevado en la zona central para evitar la acumulación del agua, lo hace francamente desaconsejable.
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En la radio, Battiato busca un centro de gravedad permanente. En el horizonte se dibuja la silueta del Balearia que ya enfila dirección a la bocana del puerto. En mi cuerpo el sudor brota copiosamente empapando la camiseta y los pantalones. En estos días (sobre todo hoy que, aunque está levantando, continua nublado), he podido comprobar que los tejidos Dri Fit o Climacole, tan eficaces en mis entrenamientos madrileños, son totalmente inútiles en la isla.

Llegado al punto de origen de mi entrenamiento ahora tomo la Calle de Vorera dels Mons, una vía que transita paralela a la costa y en la que apenas existen construcciones (salvo las feas obras de ampliación del Puerto de Ciudadela). Sólo diez o quince metros me separan de los pequeños acantilados que se asoman al Mediterraneo. Esta calle une la zona de viviendas en la que resido temporalmente con Sa Caleta, una cala pequeña alrededor de la que se han construido varias urbanizaciones y hoteles ocupados principalmente por hijos de la Gran Bretaña.

La gran mancha ahora tranquila y azul (el sol ha roto las nubes y se ha hecho por fin el dueño del cielo) que dejo a mi derecha, me relaja. Mi pensamiento viaja ahora a aquello que me ocupara el resto del día y que no será en casi nada diferente al resto de las jornadas que ya han transcurrido. Después de levantarme sobre las 7:30 AM, leer durante casi una hora y completar el entrenamiento, me espera una ducha refrescante y un desayuno con ensaimada (comprada en la pastelería ubicada en la “calle de los arcos” del centro de Ciudadela). Luego visita al súper para comprar la prensa, el pan y alguna cosa más, cambio de ropa y “playa”. El concepto de “playa” ha cambiado para nosotros desde que nació el “renacuajo”. Ahora vamos a lugares tipo Santo Tomás, Son Bou y Arenales de Son Park o de'n Castell, o en su defecto, a calas civilizadas (es decir con algun lugar de comer o cerca de algun nucleo habitado) como Cavallería, Galdana o Tirant. En años anteriores, cuando todavía no éramos padres, cogíamos el coche y buscábamos calas más lejanas, de más difícil acceso, menos explotadas. Entre ellas recuerdo con nostalgia Cala Pregonda a la que espero volver en próximos años.

La tardía sobremesa (a partir de la 16:30h o 17:00h) la dedicaremos al descanso y, después de la merienda del peque, daremos una vuelta por Ciudadela o alguna población cercana. Finalmente, acabaremos el día con una cena a base de raciones en "El Tritón" (Puerto de Ciudadela) o en algún restaurante de Cala´n Bosch ("La Marina", "Café Balear", "Don Jaume"…) si nos apetece una cena más formal.
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Los primeros acordes del "Eloise" interpretado por Tino Casal devuelven mi pensamiento a la inmediata realidad. Despues de rodear Sa Caleta por su perimetro costero, ya estoy de nuevo de regreso hacia el punto de origen. El cronometro se va acercando a los sesenta minutos de carrera. Sólo me falta repetir el recorrido del primer tercio del entrenamiento (hasta la Plaza del Borne y vuelta) y mis carreras por esta preciosa isla habrán finalizado hasta (espero) el año que viene. Mañana muy temprano, el Altísimo, ese señor de más de dos metros y medio y feo como un demonio, me expulsará otro año más del paraíso embarcandome esta vez en un avión de Iberia. Atrás quedaran entonces las escalibadas, Mahón y el queso que lleva su nombre, las aguas cristalinas de las playas y calas, El Tritón, las sandias, Ciudadela, las ensaimadas, los barcos, Fornells, Es Caliu, la Fortaleza de la Mola, Cala Pregonda, el Café Balear, Cala Galdana, Son Bou… y, sobre todo, mis impagables entrenamientos costeros.

Por si alguien todavía no se ha dado cuenta, el paraiso al que me refiero es Menorca.

Hasta el año que viene (si el Altísimo quiere).