domingo, 12 de mayo de 2013

Rock'n Roll Madrid Maraton 2013: (S)obras escogidas. Vol 1

El menda y Cia. pasado el 40 (los siento pero no recuerdo de donde he sacado la foto)
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1. Previas recomendaciones para que luego no vengáis tocando los cojo...

¡OJO! Este ladrillo de crónica puede provocar somnolencia e incluso inducir al suicidio y/o al asesinato. No conduzcáis automóviles ni manejéis maquinaria pesada hasta que sepáis cómo os afectará este relato infumable. Recordad que el alcohol puede aumentar la somnolencia provocada por este texto, aunque también es cierto que puede ayudar a sobrellevar su lectura.

Si aún así queréis seguir adelante, allá vosotros. El autor ("usease" yo) declina la responsabilidad de cualquier daño psicológico o físico que podáis sufrir por tragaros de principio a fin la historia que ha parido con esfuerzo y veborrea

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2. Breve introducción para ponerse en situación

Esto ya no es lo que era. Llevo un par de años que afronto el maratón de Madrid, ahora Rock'n Roll Maratón, con total tranquilidad. Ni siquiera siento el más mínimo cosquilleo en la tripa. Supongo que en ello influyen muchos factores. A bote pronto me vienen al cabezorro unos cuantos: la experiencia, la edad, los quehaceres de la vida civil que ocupan mi pensamiento, el participar sin ningún objetivo de tiempo, el competir casi todos los fines de semana sobre largas distancias,... Lo normal supongo. Sin embargo hay un aspecto adicional que en cierto modo me inquieta más que los otros. Y es que tengo la impresión de que, como cantaba lamásgrande, en mi relación con el maratón madrileño "se me rompió el amor de tanto usarlo". Pero no os voy a dar la plasta con sentimental reasons chorras, sobre todo porque tengo otras cosas mucho más importantes con las que aburriros.

Por organizar todo aquello que será objeto de análisis en esta magna obra, en la primera entrega (si, tengo intención de hacer una segunda aunque no muchas ganas) voy a intentar no tocar temas organizativos. Si queréis conocer mi opinión sobre cuestiones tales como la gran cagada del guardorropa, la conjunción sacaperras de tres pruebas sobre distintas distancias en una misma salida o la interminable espera para poder obtener el avituallamiento final, tendréis que seguir atentos a próximas entradas.

Piernas por la Plaza República Argentina (www.lainformacion.es)
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 3. Salida de bote en bote en la que te jugabas el bigote

Iremos entonces directamente a colocarnos en el mogollón de salida unos minutos antes de las 9:00 AM. Allí estábamos Bruce, otros corredores del grupo de La Fundi y yo, rodeados de un sinfín de personas. A simple vista, por las pintas, el tono de la piel, los rasgos faciales y las rotulaciones de las camisetas en idiomas diferentes al español, se podía sospechar sin ser en exceso sagaz que un gran número de ellas provenían de allende nuestras fronteras. Dada la alta concentración de corredores derivada de unir las salidas de los diez kilómetros, medio maratón y maratón y teniendo en cuenta que entre nuestras preocupaciones no estaba la de conseguir un buen tiempo final, nos situamos en un posición bastante retrasada, alrededor de unos cincuenta metros detrás del cartel que delimitaba el último corral. Si, he dicho bien. Corral. Así rezaban los letreros que intentaban ordenar a los participantes en la salida. ¿Traducción poco acertada? ¿Traición del subconsciente de la organización en cuanto a la forma de ver a los participantes? El caso es que cuando nos ubicamos allí éramos prácticamente los últimos del pelotón y, al cabo de unos minutos, había llegado bastante más gente, la mayoría de ella afectada por las largas colas que habían tenido que soportar para depositar sus bolsas en los camiones guardarropa.

Estábamos tan alejados de la línea de salida que ni nos enteramos del minuto de silencio ni oímos el disparo que daba inicio a la prueba. Perdón, quería decir a las tres pruebas. Alguien bromeo afirmando que no había existido tal disparo porque, al igual que cuando se bota un barco se estampa una botella contra su casco, en esta edición del maratón madrileño la salida se había dado lanzando a la Botella (Doña Ana) contra la fachada principal de la Biblioteca Nacional. Nadie lo creyó pues es bien sabido que no esta la cosa para ir destrozando el patrimonio de nuestro país. Y no digo nada más. Que cada cual entienda lo que quiera.

Dejando los anécdotas a un lado, fijaos si estaríamos a hacer puñetas de la línea de salida, que la cruzamos 10:50 minutos después de lo que lo hicieran los primeros. ¡Que manda huevos que, encima de que corren mucho más rápido que nosotros, encima les tengamos que dejar todo ese tiempo de ventaja! En fin.

Ya con el maratón en marcha, empezamos a encontrarnos con las primeras dificultades. Los aproximadamente cinco kilómetros iniciales son para mí de lo peorcito de la carrera y más desde que convivimos con los diezmileros y, a partir de esta edición, también con los mediomaratonianos. (coña on) Dicho siempre con todos mis respetos a los que optan por esas distancias de mierda (coña off). El Paseo de la Castellana petado de gente, grupos de cuatro o cinco corredores en paralelo ocupando gran parte de la calzada, el que se cruza delante de ti porque va a mear, el que prácticamente se para en seco también delante de ti porque no encuentra al que se ha ido a miccionar, el fitnessero cachitas que corre con los codos levantados casi en ángulo de 90% con respecto al tronco, el que de buenas a primeras baja el ritmo para salir en la foto que le van a tirar unos metros más adelante, el que distingue a un vecino o a un compañero de trabajo entre el público y le da una voz para que se entere de que él (¡si él!) está corriendo el maratón, el que lleva un cinturón repleto de geles, barritas energéticas y botellitas con bebidas isotónicas (tipo cinturón con balas de los vaqueros pero actualizado), se le cae alguna de las múltiples provisiones y se detiene para cogerla, etc…Y a todo esto hay añadir las trampas en forma de plásticos que abandonan los de delante después de utilizarlos para mantener el calor de sus cuerpos y los agujeros que presenta el asfalto de la capital, obstáculos de difícil esquivación cuando no los ves venir por la aglomeración de gente. Sinceramente así es un coñazo correr. A pesar de ello es justo reconocer que en esta edición, muy probablemente debido a nuestra muy retrasada posición en la salida, este primer tramo no presentó la concurrencia de años anteriores.

Atendiendo a las circunstancias expuestas y al igual que sucedió el año pasado, sentí un cierto alivio cuando a la altura del Santiago Bernabeu y entre aplausos de unos y gritos de ánimo de otros, las tres pruebas en curso se dividieron tirando los maratonianos y mediomaratonianos hacia la izquierda y los del diez mil a la derecha. Pero ojo, fue un alivio transitorio, porque tras recorrer C/ Padre Damian y C/ Alberto Alcocer, nos devolvieron al lateral del Paseo de la Castellana, espacio claramente insuficiente para tantos participantes como éramos. En estas estábamos, cuando alcanzamos el kilómetro cinco, donde marcamos un primer parcial de 0:29:46. Muuuu lentorro.

Los primeros hectómetros por el Paseo de la Castellana (www.20minutos.es)
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4. En plena época de primavera tuvimos un día de "efecto nevera"

Del punto kilométrico cinco al diez, el cuerpo empezó entrar en calor y a encontrar eses sensaciones que normalmente te van a acompañar hasta que tengas que empezar a tirar de testiculina. Y es que no había hecho referencia al tema hasta ahora, pero lo de coger una buena temperatura corporal en esta edición fue una ardua labor.

La primera impresión que tuve la mañana del maratón al pisar la calle camino de Cibeles fue que las condiciones meteorológicas eran idóneas. Idóneas para regresar a casa y volverse a meter en la cama arropadito hasta las orejas, quiero decir. Cielo nublado amenazando lluvia, 2ºC de temperatura y un viento frío y desagradable que provocaba una sensación térmica inferior. ¡Cojonudo! Mira que presté atención a la rueda de prensa que el trío calavera ofreció el viernes anterior justo tras el Consejo de Ministros, pero creo que en ningún momento hablaron de recortar la primavera. O alomojó es que De Guindos me la metió doblada con una de sus piruetas lingüísticas y yo ni me enteré. "Esta primavera las temperaturas sufrirán un fuerte ascenso negativo" seguro que dijo. Si, muy probablemente fuera eso, porque si hubiera sido Cospedal la que hubiera anunciado que tendríamos una primavera en diferido, yo lo hubiera entendido a la primera. El caso es que estuve totalmente destemplado hasta que no superamos la altura de Plaza de Castilla.

Curiosamente en este segundo parcial corrimos más incómodos que en el primero en cuanto a espacio se refiere. Supongo que las causas hay que buscarlas en que viniendo desde detrás alcanzamos al grueso de la carrera y, en mayor medida, al estrechamiento de las calles. El Paseo de la Habana se convirtió en un auténtico embudo en el que encontrar un lugar para adelantar era sumamente complicado. Algo más desahogado fue el tránsito por C/ Príncipe de Vergara, pero tampoco para tirar cohetes. Con este panorama había que tener cuidado con no sufrir ningún percance en los avituallamientos (tropezones, empujones, caídas, meteduras de mano, arrimones de cebolleta,...), así es que decidí que mientras muchos tomaban la botellita de agua de mano de los voluntarios situados en los primeros lugares, yo la cogería siempre de los ubicados en los últimos lugares. Es lo que tiene ser de la generación de Barrio Sésamo.

El perfil de este segmento de carrera era más favorable que el del primer parcial y tuve la sensación de que lo habíamos hecho más rápido. Al ver las clasificaciones la sensación se confirmó pues al paso por el punto kilométrico número diez marcamos un tiempo total de 0:57:15, lo que suponía que el segundo parcial lo habíamos completado en 0:27:29. En esos segundos cinco kilómetros habíamos recuperado 459 puestos respecto al que ocupábamos cinco mil metros antes. Esto de adelantar posiciones se convertiría a la postre en algo habitual, pues no hubo paso intermedio controlado en el que no mejoráramos nuestra posición en comparación con el inmediatamente anterior.

Haciendo el gesto de la "b" en homenaje a Boston (www.20minutos.es)
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5. Con tanto participante es un hecho: Guzmán, además de Bueno, ahora es estrecho

En la C/ Velázquez, cerca del punto kilométrico once, sentí un poco de gusa y decidí tomarme una pastilla de glucosa. Sería la primera y la última que comería en toda la mañana. Con la llegada a la Plaza República Argentina pudo volver a disfrutarse de una de las imágenes más llamativas de la carrera: toda la larga recta de C/ Raimundo Fernández Villaverde, hasta donde alcanzaba la vista, recorrida por una serpiente multicolor de maratonianos (y mediomaratonianos). Espectacular. Además este lugar también marcó un punto de inflexión en lo que a ambiente se refiere. Si desde la salida hasta allí apenas hubo gente animando, desde el paso elevado sobre el Paseo de la Castellana hasta un poco más allá de la Glorieta de Cuatro Caminos, el ambiente fue magnífico. La gente aplaudiendo a ambos lados de la calle y las notas del grupo rock como fondo musical me condujeron al primer subidón de la mañana. Fue entonces cuando recordé porque año tras año, edición tras edición, sigo repitiendo siempre que puedo este maratón aún en contra de mi débil voluntad.

Tras el respiro tanto emocional como físico (es cuesta abajo) que supuso el tránsito por las vías de C/ Bravo Murillo y Avenida Islas Filipinas, volvimos a entrar en “zona animada” al llegar a C/ Guzmán el Bueno. Esta arteria resultó ser demasiado angosta para acoger al número de participantes de la edición de este año y se convirtió en un tramo muy pestoso en el que de nuevo tenías que estar pendiente de no engancharte o tocarte con otros corredores y, si ibas por el lado derecho, de no comerte el separador plástico que delimita el carril bus. Para más inri, al paso por el kilómetro quince el cauce quedaba aún más estrecho pues la alfombrilla lectora no ocupaba todo el ancho de la calzada sino solo una parte de ella. Esta circunstancia no fue un caso aislado de este parcial, sino que se repitió en todos ellos con la incomodidad que supuso para los atletas populares. ¿Cuesta mucho alargar la puñetera alfombrilla un par de metros o tres?

En el punto kilométrico quince nuestro crono fue de 1:23:48, con un parcial en los últimos cinco mil de 0:26:33, el más rápido con diferencia de los tres completados hasta el momento. Todo marchaba muy bien.

Mi atlético cuerpo pasando por delante del Palacio Real (www.fotorunners.blogspot.com)
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6. Adios a los mediomaratonianos. Que el año que viene no coincidamos

La curva que formaba el final de C/ Guzmán el Bueno y la incorporación a C/ Alberto Aguilera estaba rebosante de público. Solo unos metros más allá se llegaba al tercer avituallamiento donde tengo el recuerdo de que me llegó a la nariz el aroma dulzón de la marca de las bebidas deportivas de colores imposibles. Me acordé entonces de que me había prometido no probarlas en toda la carrera pues me dejan la boca empalagosa y suelen jorobarme el estomago. Solo recurriría a ellas en caso de emergencia y siempre rebajándolas con agua. A la postre (natillas caseras, flan de huevo o fruta de temporada) no hizo falta.

La subidita de la C/ Alberto Aguilera hasta la Glorieta de Bilbao presentaba también más gente en las aceras que en años pretéritos. Este pequeño tramo me sirvió para confirmar que las fuerzas de Bruce parecían esta vez similares a las mías (o eso o se iba reservando). Tenía presente que justo un año atrás, en estos cientos de metros me sacó un par de veces de rueda en lo que me distraje para dar unos sorbos de agua de la botellita.

Y por fin alcanzamos la Glorieta de Bilbao, punto en el que los mediomaratonianos continuaban rectos y nosotros girábamos a la derecha para tomar C/ Fuencarral. Si el desvío de los diezmileros a la altura del Bernabeu supuso un respiro, la separación de los mediomaratonianos fue una gozada. De una puñetera vez teníamos espacio para correr sin agobios y los que quedábamos representábamos lo que tradicionalmente ha sido la esencia de esta prueba. A lo mejor mi afirmación suena un poco soberbia, pero es lo que pienso. No tengo nada en contra de los que participaron en las otras dos distancias pero esto es el maratón de Madrid, no el medio maratón ni el diez mil. Señores organizadores sé que pedirles que no vuelvan a juntar ustedes churras con merinas y que respeten el origen y tradición de esta prueba va a ser como predicar en el desierto, pero me lo pide el cuerpo. Si persisten en su actitud (en este y en otros aspectos), aunque también sé que les importará un bledo, posiblemente muchos asiduos de esta competición dejemos de serlo. Como curiosidad a este respecto y por cerrar el tema, mientras en la separación de los diezmileros hubo aplausos y gritos de ánimo, en esta nueva segregación de recorridos las indeferencia fue total y no hubo ningún gesto. ¿Casualidad? ¿Cansancio? ¿Hartazgo?

La ligera bajada por la C/ Fuencarral buscando la Gran Vía me devolvió una vez más al disfrute maratoniano. En el abarrotado giro que desembocaba en la segunda comenzó mi parte preferida de la carrera, esos aproximadamente dos mil metros que nos habían de llevar hasta el Palacio Real. No sé por qué pero el corto espacio que se corre por la Gran Vía, ese que va desde la altura de la C/ Montera hasta la Plaza del Callao, es posiblemente en el que yo más siento que ese día la ciudad es para nosotros. En el tránsito por la calle que durante años acogió los cines en los que tan buenos ratos pasé en mi infancia y adolescencia y que han sido sustituidos en el mejor de los casos por teatros y en el peor por grandes locales comerciales, quizás mi mente haga una asociación involuntaria con aquella secuencia de la película "Abre los ojos" en la que Noriega camina por el asfalto de una Gran Vía madrileña totalmente desierta.

Durante la bajada por la comercial C/ Preciados me preparé para el esperado y espectacular paso por la Puerta del Sol. Mira que ya lo he vivido veces, pero cada año un escalofrío me vuelve a recorrer el cuerpo y la carne se me pone de gallina. Esta vez tampoco falló. Los aplausos, los gritos de ánimo, la música y el ambientazo eran espectaculares. Además, como había tanta gente la sensación se prolongó hasta bien entrada la C/ Mayor. Merece la pena llegar hasta allí solo por disfrutar de esos momentos. Ves, este es uno de los placeres que no pudieron disfrutar los que optaron por el medio maratón.

El perfil de la prueba con distancias y tiempos (arriba) y la velocidad (abajo)
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7. Hasta Ferraz desde Colón, justo, justo, medio maratón

Por el final de la C/ Bailén y el principio de C/ Ferraz, un viento desagradable y frío empezó a soplar. Agradecí entonces (y durante el resto de la carrera) el haber elegido la vestimenta correcta. Y os juro que no fue fácil. En base a las previsiones meteorológicas el sábado por la noche monté una improvisada Arganz Fashion Night en casa y desfilé con un sinfín de modelitos atléticos con el objetivo de determinar cual sería el que mejor se adaptara a mis necesidades y al entorno. Tras dejar la habitación con un aspecto parecido al del camerino de una corista al término de la función, la elección estaba hecha. Sería una equipación modelo doble capa compuesta por camiseta de manga larga ajustada debajo, camiseta de manga corta encima, mallas cortas debajo y pantalón corto encima. En los pies me calzaría las Nike con membrana de goretex, acto que teniendo en cuenta mi experiencia con la Ley de Murphy sería más que suficiente para que la lluvia no hiciera acto de presencia en toda la mañana. Posiblemente a muchos os parezca demasiada vestimenta para correr un maratón, pero es que yo soy bastante friolero y prefiero pasarme a quedarme corto.

En estas nos encontrábamos cuando alcanzamos el kilómetro veinte, marcando un parcial en los últimos cinco de 0:26:13. Un poco más allá, al final de la C/ Ferraz se encontraba ubicada la pancarta que señalaba el paso por el medio maratón, donde marcamos un tiempo de 1:55:47, tres minutos y seis segundos más lento que hacía un año. Siguiendo la costumbre de ediciones anteriores, era el momento de hacer una pequeña revisión mental. Habíamos cubierto la mitad del trayecto y me encontraba muy bien tanto de respiración como de cabeza. Notaba las piernas un pelín fatigadas pero ningún dolor o molestia que me causara la más ligera preocupación. Con el día que hacía, esta vez no había que preocuparse porque la temperatura subiera un poco en la segunda parte de la carrera (de hecho yo hubiera agradecido que lo hiciera). Por último, el tiempo empleado nos daba un buen colchón para completar el maratón por debajo de las cuatro horas, objetivo secundario que nos habíamos fijado por eso de tener algo en que pensar.

Los segundos 21.097 metros del Rock'n Roll Madrid Maratón son a mi modo de ver bastante menos atractivos que los primeros. La carrera se aleja del centro histórico de la ciudad y pierde encanto y animación durante largos tramos. Hasta llegar a la zona del Pasillo Verde (cercanías del Paseo de las Acacias) son unos dieciséis kilómetros en los que, a excepción de algunos lugares puntuales con mucho ambiente, uno tiene tiempo de sobra para hacer una labor de introspección, para cultivar su vida interior y cuestionarse por qué carajo está otra vez dándose la paliza una mañana dominical. Y esto no tiene porque ser necesariamente malo. Así la bajada por el Paseo de Camoens, en un entorno arbolado y ajardinado, con ausencia de público y en un silencio casi de misa, es para mí un tramo muy propicio para tener reflexiones positivas. Todo lo contrario ocurre con la puñetera recta de la Avenida de Valladolid y su continuación en el Paseo de la Florida, unos dos mil metros interminables y sin ningún atractivo (¡jodo, podían haber puesto ahí una banda de música para romper la monotonía!) que tengo atravesados desde la primera edición en la que participé. Curioso que dos espacios tan próximos me generen sensaciones tan distintas. Manías mías seguramente.

Por la Gran Vía (Foto by Raimundo Runner)
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8. Haceos cargo: a partir del veinticinco cada kilómetro es más largo

El kilómetro veinticinco se ubicaba junto a la Glorieta de San Vicente. El mogollón de gente agolpada allí era increíble, tanto que estrechaban la calle y dejaban un pasillo por el que casi no se podía pasar. Había que tener cierta precaución para no tropezar con algún otro corredor o no llevarte por delante a alguno de los esforzados aplaudidores. El parcial de estos cinco mil fue de 0:26:04, nueve segundos más rápido que la referencia de los cinco kilómetros anteriores. La cosa seguía progresando adecuadamente pues de los cuatro puntos de control, siempre el último había sido más rápido que el inmediatamente anterior.

En el puente sobre el río Manzanares, conocido como el Puente del Rey, me esperaban el anciano señor de pelo blanco y su hija, que me dieron una barrita de cereales y una botellita de esa bebida cuyo nombre coincide con el título de aquella canción que versionó en un inglés muy peculiar el gran Raphael. La primera la devoré en el acto, mientras que la segunda me duró los aproximadamente seis mil metros que se desarrollaron en el interior de la Casa de Campo. El transito por el mayor pulmón verde de nuestra ciudad es uno de los tramos que tradicionalmente nunca se me han dado bien, pero la verdad es que en los últimos años he conseguido negociarlo con solvencia. Salvo en la parte cercana al lago y la última subida que devuelve a los participantes al centro urbano, es un tiempo de silencio y soledad acompañada en el que las conversaciones entre corredores y los gritos de ánimo de los espectadores dejan paso al sonido de las pisadas y de las respiraciones fatigosas. El paso por el punto kilométrico número treinta lo hicimos en 2:43:41 lo que significa que el último parcial era de 0:27:33, sensiblemente más lento que el anterior. El cansancio se empezaba a notar.

Desde la animada Avenida Portugal hasta la Glorieta de Atocha fueron cerca de ocho mil metros anodinos en los que ya hubo que comenzar a tirar de las reservas de testiculina. Después del nuevo subidón-subidón que dio atravesar el largo pasillo de gente animando y aplaudiendo en el cruce del Puente de Segovia, llegaron el Paseo de Ermita del Santo, la Avenida del Manzanares y el Paseo Virgen del Puerto. Se trata de un tramo prácticamente llano que discurre paralelo al río, primero en una orilla y luego en la contraria y en el que conviene reservar fuerzas (si todavía quedan) para afrontar los últimos seis kilómetros y pico. La entrada en la C/ Segovia es un punto de inflexión que marca el comienzo de una subida más o menos continua hasta la línea de meta. En la zona del Pasillo Verde (Paseo del Doctor Vallejo Nájera) y en el Paseo de las Acacias volvió a acumularse la gente para animar, pero uno ya no tenía a esas alturas el cuerpo para fiestas. Lo dicho, en el recuerdo que tengo de este tramo no hay nada reseñable. Simplemente se trataba de ir avanzando, de ir descontando metros poco a poco y de la mejor forma posible.

En dos semanas he "ganado" 173 puestos. Si siguen así, para septiembre rozo el podium
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9. Tantas ligas acumula el F.C. Barcelona como maratones mi persona

A la altura de la Ronda de Valencia, Bruce y yo ya no hablábamos más allá de un “¿Cómo vas?”. En el último kilómetro, uno y otro nos habíamos quedado por detrás (del otro y del uno) y habíamos vuelto a juntarnos. Ya nos conocemos desde hace mucho tiempo y hemos corrido un montón de carreras juntos, así es que no hacía falta que nos “despidiéramos” si alguno se veía con fuerzas para irse solo hacia delante. De esta forma, justo a la altura del Museo Reina Sofía él se me fue unos cuantos metros que ya vi irrecuperables. Pensé que se iba a repetir la historia del año pasado cuando me sacó de rueda en el mismo sitio, yo hice crack en Atocha y sufrí como un verdadero capullo desde allí a meta. Pero no, esta vez no fue así. A mí no me llegó el temido hundimiento y me mantuve a unos diez o quince metros, distancia que recorté en la pequeña subidita de entrada a C/ Alfonso XII donde me dio la sensación que él se clavó un poco.

Y es que esa pequeña rampa que en cualquier entrenamiento pasa casi desapercibida, puesta en las cercanías del kilómetro cuarenta del maratón se convierte en un verdadero puerto de montaña. Yo la tomé con cierta alegría, de modo tuve que ir esquivando a participantes que en modo zombie andaban o hacían como si corrieran muy, muy despacio. Justo coronando la “cima” alcancé a Bruce. Quizás la alegría con la que negocié la corta pero jodida ascensión fue excesiva, porque a partir de allí ya no levanté cabeza.

Nunca, salvo quizás el año pasado, la recta de C/ Alfonso XII me pareció tan larga. ¡No es que fuera larga, es que resultaba interminable! Aún así y mirándolo por lado positivo, íbamos mejor que los participantes que nos rodeaban pues seguíamos adelantando posiciones. Poco después de pasar por el kilómetro cuarenta, donde marcamos un tiempo de 3:38:34 (parcial de 0:27:57), al fondo ya podía divisarse la Puerta de Alcalá. Las fuerzas iban muy justas, justísimas, tanto que al pasar junto al monumento construido en época de Carlos III creo que ninguno de los dos echamos a andar por vergüenza torera. Superamos como pudimos la subida por una C/ Alcalá llena de gente y giramos a la derecha para enfilar la recta del Paseo del Duque de Fernán Núñez que nos conduciría a la meta.

Normalmente cuando se alcanza este punto, entre los ánimos del público y la proximidad de la línea de llegada, uno se deja llevar por la emoción, saca fuerzas de donde no las hay y acelera para cubrir los últimos. Pues como estaría el tema para que ninguno de los dos fueramos esta vez capaces de hacer eso. Nos miramos el uno el otro un par de veces como diciendo “¿no vas a tirar para delante?”, pero nuestra caras tenían un gesto que era fácilmente interpretable. Yo creo que en estos últimos quinientos metros de la carrera fue el único tramo del maratón donde debimos de perder posiciones. Al final yo acabé un par de zancadas por delante (por pura inercia y no porque me lo propusiera) en un tiempo neto de 3:50:51.

Curiosamente después de concluir la carrera vino lo peor. Primero estaba medio mareado, bastante tocado. Luego camino del avituallamiento, el viento empezó a soplar y sentí un frío del copón, tanto que empecé con una tiritona que me castañeaban hasta los dientes. Viendo la larga fila que había en el avituallamiento final, me fui directamente a buscar la ropa. Como iría de agilipollado que después de estar toda la carrera juntos perdí a Bruce camino del ropero. Según me acercaba al camión correspondiente (el once) y veía bolsas de ropa en el suelo junto a los vehículos me iba temiendo lo peor. Sin embargo he de decir que tuve suerte y mi bolsa apareció a la primera sin necesidad de esperar. Allí junto al camión coincidí con JK y Barroso: espero la próxima vez veros en mejores condiciones (mías quiero decir).

El frío me duró hasta después de llegar a casa, ducharme y comer algo. Pasado eso, la recuperación por la tarde fue casi perfecta. En mi corricolum ya estaba el maratón número veintidós y el tercero de este año.

Mis tiempos de paso y finales en los tres últimos maratones de Madrid
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10. Y colorín colorado, este cuento maratoniano se ha acabado
 
A la vista de mi estado de forma, estoy bastante satisfecho de cómo completé el maratón. Es cierto que el tiempo empleado fue seis minutos superior al del año pasado, pero es que posiblemente no esté para mucho más. Mi satisfacción viene sobre todo porque llevamos un ritmo muy constante en toda la carrera, sin lanzarnos ni hundirnos en ninguno tramo. Además el parcial en cada uno de los medios maratones fue prácticamente clavado, con una pequeña diferencia a favor del segundo (1:55:47 por 1:55:04). Lo dicho, contento por la forma de correrlo. Y es que la experiencia es un grado.

¡DESPERTAOS, que me estáis poniendo esto lleno de ZZZZZZZZZ!

Venga, a seguir bien.

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martes, 7 de mayo de 2013

Si, soy coquinómano. Lo reconozco.

Una de mis Cumulus tomando el sol en la playa de la Carihuela (Málaga)
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Si señor, lo reconozco, soy coquinómano y pescaitofritómano. ¿Y qué?

Aprovechando el puente de la semana pasada en Madrid, nos hemos escapado unos días a la Costa del Sol. Me ha servido para separarme un poco de la realidad, para aislarme temporalmente de las malas noticias que nos rodean, para disfrutrar de la familia e incluso para estar tirado en la playa, actividad que dicho sea de paso detesto. Pero lo mejor ha sido sucumbir a la tentación y reincidir en mi adicción a las coquinas y al pescaito frito ¡Me he puesto gocho! A la vuelta no me he pesado para no afligirme, pero tengo una pesadez de tripa de no te menees. Total que ayer ya empecé con el tratamiento a base de ensaladas.

A pesar de la foto, correr es la única actividad cotidiana que he mantenido estos días. Ya estoy echando de menos esos trotes por el paseo marítimo de la Carihuela. ¡Ainssss que pronto pasa lo bueno! Pero que me quiten lo bailao...

La crónica del Rock’n Roll Maraton Madrid tendrá que esperar al menos unos días más.

A seguir bien.


Mi circuito de entrenamiento en el gozoso exilio temporal
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