La foto que ilustra esta crónica no es de gran calidad pero es un documento "histórico". Muestra el peso que la báscula ha reflejado cuando me he subido esta mañana sobre su base de cristal. Y es histórica porque desde que tengo uso de razón nunca en mi vida he pesado menos de ochenta kilogramos.
Recuerdo con quince años cuando habiendo alcanzado prácticamente la altura que tengo de adulto (190 cm), sobrepasé los noventa y ocho kilos. Por aquel entonces jugaba en un equipo de baloncesto federado, donde entrenaba cuatro o cinco días a la semana y disputaba el partido del domingo. Era una especie de Charles Barkley pero en malo. Con dos o tres kilogramos menos me mantuve hasta que acabé COU y abandoné la práctica del baloncesto.
En la universidad me olvidé de hacer deporte y sin embargo adelgacé. Mi peso descendió, estabilizándose en los ochenta altos o sobrepasando por poco los noventa. La graduación marcó el inicio de una nueva vida. En mi tiempo de desempleo juvenil, empecé a salir al parque a correr y a combinarlo con el gimnasio. No era raro en aquella época que en la báscula aparecieran los ochenta seis u ochenta y ocho kilos.
Con el comienzo de la vida laboral dejé el gimnasio y me centré en la carrera a pie. Poco a poco las salidas empezaron a ser cada vez más frecuentes y más largas, circunstancia inversamente proporcional a mi peso, que fue disminuyendo hasta rondar los ochenta y tres kilos. En la última década y según la variación en la intensidad de los entrenamientos, el numerito que arrojaba la báscula cuando me subía en ella se ha mantenido normalmente (alguna vez se ha salido por arriba o por abajo) en aproximadamente un margen de tres kilos, con una banda inferior en los ochenta y tres y una superior en los ochenta y seis.
Desde después del verano del año pasado, me había instalado en la banda superior y no era capaz de abandonarla. Llegó entonces el mes de marzo y la lesión de mi pie que me hizo dejar de correr. Ante la nueva situación decidí moderar un poco el consumo de dulces y combinar los alimentos con unas nociones básicas (no tomar la fruta como postre, intentar hacer entre cuatro o cinco comidas al día, reducir el consumo de lacteos, …). También inicié un idilio que aun dura con la bici elíptica y me compré una mountain bike a la que le doy un poco de vida los fines de semana. El resultado ha sido que he comenzado a adelgazar de forma paulatina, y en tres meses y pico he perdido alrededor de seis mil gramos. Vamos, que estoy por ponerme la chapita esa de “¿Quiere perder peso? Pregúnteme como”.
A partir de ahora espero volver a engordar un poco. No creo que sea difícil (nunca me lo ha resultado). Los heladitos, las vacaciones, las tapitas y las cervecitas me han devolver sin esfuerzo al entorno de los ochenta y tres y me han de quitar la cara de pito que se me ha quedado. ¡Todo sea por no aguantar los comentarios de mi madre cada vez que me ve!
Saludos
Recuerdo con quince años cuando habiendo alcanzado prácticamente la altura que tengo de adulto (190 cm), sobrepasé los noventa y ocho kilos. Por aquel entonces jugaba en un equipo de baloncesto federado, donde entrenaba cuatro o cinco días a la semana y disputaba el partido del domingo. Era una especie de Charles Barkley pero en malo. Con dos o tres kilogramos menos me mantuve hasta que acabé COU y abandoné la práctica del baloncesto.
En la universidad me olvidé de hacer deporte y sin embargo adelgacé. Mi peso descendió, estabilizándose en los ochenta altos o sobrepasando por poco los noventa. La graduación marcó el inicio de una nueva vida. En mi tiempo de desempleo juvenil, empecé a salir al parque a correr y a combinarlo con el gimnasio. No era raro en aquella época que en la báscula aparecieran los ochenta seis u ochenta y ocho kilos.
Con el comienzo de la vida laboral dejé el gimnasio y me centré en la carrera a pie. Poco a poco las salidas empezaron a ser cada vez más frecuentes y más largas, circunstancia inversamente proporcional a mi peso, que fue disminuyendo hasta rondar los ochenta y tres kilos. En la última década y según la variación en la intensidad de los entrenamientos, el numerito que arrojaba la báscula cuando me subía en ella se ha mantenido normalmente (alguna vez se ha salido por arriba o por abajo) en aproximadamente un margen de tres kilos, con una banda inferior en los ochenta y tres y una superior en los ochenta y seis.
Desde después del verano del año pasado, me había instalado en la banda superior y no era capaz de abandonarla. Llegó entonces el mes de marzo y la lesión de mi pie que me hizo dejar de correr. Ante la nueva situación decidí moderar un poco el consumo de dulces y combinar los alimentos con unas nociones básicas (no tomar la fruta como postre, intentar hacer entre cuatro o cinco comidas al día, reducir el consumo de lacteos, …). También inicié un idilio que aun dura con la bici elíptica y me compré una mountain bike a la que le doy un poco de vida los fines de semana. El resultado ha sido que he comenzado a adelgazar de forma paulatina, y en tres meses y pico he perdido alrededor de seis mil gramos. Vamos, que estoy por ponerme la chapita esa de “¿Quiere perder peso? Pregúnteme como”.
A partir de ahora espero volver a engordar un poco. No creo que sea difícil (nunca me lo ha resultado). Los heladitos, las vacaciones, las tapitas y las cervecitas me han devolver sin esfuerzo al entorno de los ochenta y tres y me han de quitar la cara de pito que se me ha quedado. ¡Todo sea por no aguantar los comentarios de mi madre cada vez que me ve!
Saludos
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