domingo, 23 de agosto de 2009

IV Carrera del Esquileo o de como ir a por lana y salir trasquilado


Ayer se celebró en la segoviana localidad de Torrecaballeros la IV Carrera del Esquileo. Esta prueba es la primera de las cuatro que forman la edición 2009 del Circuito de Carreras Pedestres Provincia de Segovia. Dada la ausencia de pruebas atléticas por los madriles y la posibilidad de aprovechar la jornada para hacer un poco de turismo en familia, allí me planté vestido de romano. Estas fueron mis impresiones.

Apuntes socioculturales. Como no sólo de correr vive el hombre, comenzaré con una pequeña introducción sociocultural que sirva para conocer un poco más el marco de la prueba.

Torrecaballeros está situado a apenas diez kilómetros de Segovia y está formado por cuatro núcleos de población: El propio Torrecaballeros, Aldehuela de Torrecaballeros (unida físicamente y dependiente de la anterior), Cabanillas del Monte y Caserío de la Torre. Gracias a su cercanía a la capital de provincia y al desarrollo del sector inmobiliario, entre los años 2000 y 2007 su población se duplicó alcanzando los 1.151 habitantes.

Históricamente fue paso de la trashumancia a través de la Cañada Real Soriana y zona de esquileos (acción o efecto de esquilar, según la R.A.E.), actividad de la que se conserva la Casa del Esquileo. Ubicada en Cabanillas del Monte, esta construcción data del siglo XVIII, es una de las más antiguas y mejor conservadas de toda la provincia y es la que (supongo) da nombre a la carrera. También destacó Torrecaballeros por el trabajo de sus herradores, conservándose aún tres potros de herrar en la población.


Los prolegómenos. Después de sufrir en el Maratón de Valtiendas hace dos semanas y en el Medio Maratón de El Burgo de Osma allá por mediados de Julio, volvía yo a territorio castellano-leonés muy confiado para disfrutar de una “carrerita” de poco más de doce kilómetros. Tanto es así que decidimos salir a media mañana y patearnos Segovia y Pedraza, lugar este último donde de manera irresponsable, me metí para el cuerpo un pedazo plato de Judías de la Granja del que todavía me relamo.

Llegamos a Torrecaballeros con tiempo para recoger el dorsal y disfrutar con las carreras de los más pequeños. El sol, como todo el día, era de justicia y la temperatura rozaba los cuarenta grados. A las 19:00 tomamos la salida los aproximadamente ciento cincuenta participantes (calculados a ojímetro) en la categoría absoluta. Yo salí tranquilo, con mi cámara de fotos en la mano, dispuesto a disfrutar de una carrera tranquila y sin sufrimiento. ¡Qué equivocado estaba!

Ir a por lana y salir trasquilado. Apenas abandonamos del casco urbano, empecé a darme cuenta de que no iba a ser tan cómodo como preveía. La carrera discurre por ramales y por la Cañada Real Soriana, por lo que el terreno es muy irregular, lleno de piedras sueltas y “agarradas”, tierra, polvo y continuos desniveles. Hay que estar muy atento para no acabar besando el suelo o con alguna torcedura de tobillo. Baste decir que los caminos por los que se disputa el Maratón de Valtiendas son auténticas autopistas comparados con los senderos de Torrecaballeros.

El entorno es un auténtico secarral. La vegetación de la zona esá compuesta mayoritariamente por pastizales, arbustos espinosos y alguna especie aromática como el tomillo que dejaba escapar su esencia al ser golpeada por los pies de los corredores. Los únicos árboles que recuerdo haber visto (encinas creo) estaban en los alrededores de Cabanillas del Monte, a unos dos kilómetros de la llegada.

Si a la sequedad del terreno, a la dureza del perfil y a la falta de sombras unimos el sol que caía a plomo y los treinta y muchos grados de temperatura que marcaban los termómetros, os podéis hacer una idea de lo que era aquello: una especie de pequeño Maratón des Sables en versión castellana. Alrededor del kilómetro tres yo ya estaba asfixiado, me faltaba el aire, la garganta estaba tan seca que me costaba tragar y las Judías de la Granja que había tomado en la comida amenazaban con salir de mi organismo por donde habían entrado. Dadas las circunstancias decidí buscar un ritmo más lento y esperar al primer avituallamiento líquido de los dos anunciados. El agua fresca me permitió recuperar ligeramente y acelerar la marcha, adelantando incluso algunas posiciones.

Con aproximadamente tres cuartos de la carrera disputados, parecía que me había hecho con el terreno y con el ritmo adecuado. Entonces, al coronar un pequeño repecho, apareció a lo lejos una cuesta de unos trescientos metros, con un desnivel de caballo y en la que, o ya no veía bien o todo el mundo subía andando y doblado hacia adelante. Recorrido el trecho que me separaba de ella y consumido el tiempo para hacerme a la idea, alcance la base de la “Cuesta de los Cojones” (desconozco si tiene otro nombre más políticamente correcto, pero así la recordaré) y tras un intento vano de superarla corriendo que apenas duró unos metros, decidí “echar pie a tierra” y atacarla andando.

A pesar de llevar ya una buena estocada, el ligero descenso posterior a la gran subida, el segundo avituallamiento y los poco cientos de metros sombreados al paso por Cabanillas del Monte, me sirvieron para volver a recuperar el aliento y encarar con el ánimo suficiente los alrededor de dos kilómetros restantes. Sin embargo aun quedaba la traca final en forma de cuesta, más tendida aunque también bastante más larga que la anterior y que desembocaba muy cerca de la plaza donde estaba la meta. Allí un bollo preñao, una camiseta, un zumo y tres botellitas de agua que me metí del tirón para recuperar el liquido perdido. Después había sorteos y entrega de trofeos, pero nosotros ya estábamos camino de casa.

Conclusión. Carrera rural-campestre, de perfil exigente, muy dura para quien no esté acostumbrado a correr por caminos irregulares (como es mi caso) y más dura aun si el calor aprieta, circunstancia bastante probable dadas las fechas de celebración. En cualquier caso muy recomendable como contrapunto a las carreras urbanas por asfalto que son aplastante mayoría durante el resto del año.

Nota final de palo para la organización. En el primer avituallamiento cogí una de las últimas botellas de agua. Supongo que dada la cantidad de personas que venían detrás de mí, hubo bastantes que se quedaron sin agua. Con el calor reinante creo que es un error de bulto que emborrona una por lo demás correcta organización.

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