Ayer hubo fiesta en casa de los vecinos. Además de la música y el ruido de voces, por la ventana entreabierta que da al patio penetraba un humo blanco, denso, que podía masticarse. Al respirarlo me entró un gran relajamiento, una agradable sensación de bienestar y mi pensamiento empezó a divagar.
Me ví corriendo por una carretera solitaria portando un dorsal en el pecho. A mi derecha, a lo lejos y en la cima de una montaña, había un castillo. De repente comencé a oír el ruido de unos cascos de caballo a mi espalda. Cada vez sonaban más cerca. Al girarme, un guerrero vestido con una armadura sin mangas en cuyo antebrazo estaba tatuado el nombre de Jimena en letra Verdana tamaño 69, me saludó guiñando el ojo y azuzó a su montura dirección a la fortaleza.
Yo seguía corriendo. Mis pies parecían no tocar el asfalto y no había ni rastro de fatiga ni de dolor en mi pie. Cada vez mi ritmo era más vivo. En la lejanía parecía distinguir una pancarta de cuadros blancos y negros (como un tablero de ajedrez) en la que podía leerse FINISH. Aumenté la amplitud y frecuencia de mi zancada y en unas décimas de segundo cruzaba brazos en alto la línea de meta ubicada justo debajo de la pancarta blanquinegra. Cientos de cabritos asados aplaudían con sus patitas chamuscadas y emitían balidos entusiasmados.
Esta mañana, con ligero dolor de cabeza pero ya repuesto de mi enajenación transitoria de anoche (no así de la enajenación permanente que me acompaña siempre), he hecho caso omiso a mi escaso sentido común y a mi dolor de pie y con apenas diez días de entrenamiento después de casi tres meses de parón, me he inscrito en el Medio Maratón de Jadraque del próximo domingo. La culpa no fue del cha-cha-cha sino de los "cigarritos de la risa" de los vecinos.
¡Alea Jacta Est! (o como se diga)