Había corrido ya el
Medio Maratón Ciudad de Valladolid con anterioridad. Fue en 2006, edición que sirvió para homenajear en su retirada al atleta nacido en
Palencia aunque afincado en
Valladolid Isaac Viciosa. Entre los compañeros que se dieron cita para acompañarle ese día, estaba la también atleta palentina
Marta Domínguez. Me acuerdo de ella porque, una vez iniciada la prueba, la campeonísima y otra chica que la acompañaba (a la que yo no reconocí) permanecieron en la acera animando durante toda la carrera. Daba igual que fueras de los primeros, del montón o de los últimos. Con una sonrisa en la boca aplaudían y repartían ánimos para todos los participantes. Quizá sea una chorrada pero es un gesto que me llamó la atención y que, junto con otros que he ido viendo a lo largo de su exitosa carrera deportiva y leyendo o escuchando en entrevistas, dice mucho y bueno acerca de su forma de ser.
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Creo no equivocarme si afirmo que el Medio Maratón Ciudad de Valladolid es una de las carreras que ha de figurar sin falta en el currículo de un corredor popular que guste de estas distancias. Lo tiene prácticamente todo: buena organización, perfil llano idóneo para alcanzar una buena marca, recorrido céntrico y animado, buena temperatura, un número de participantes considerable pero no excesivo y, para los que vamos de fuera, la posibilidad de compatibilizar deporte y turismo. Posiblemente sean todos estos factores los que hayan hecho posible que, a lo largo de su historia, esta prueba haya albergado el Campeonato del Mundo de Veteranos (2000), el Campeonato de Europa Absoluto (1995) y el Campeonato de España Absoluto.
La organización del XXI Medio Maratón Ciudad de Valladolid corrió a cargo del C.D. Atletas Populares con el patrocinio del Ayuntamiento de la ciudad y, este año, también con el de El Corte Inglés. He de confesar que esto último me provocaba un ligero temor de que la carrera estuviera mercantilizada en exceso, como ocurre en muchas de las que tiene lugar en los madriles, pero afortunadamente no fue así. De cara a los corredores la presencia de los grandes almacenes sólo fue visible en la posibilidad de la recogida del dorsal el día antes en sus instalaciones, en la impresión de su logotipo en el dorsal y en las bolsas que servían de recipiente a los obsequios para los participantes.
Todo funcionó perfectamente. La entrega del dorsal y el chip a los rezagados y foráneos (se podía recoger el día antes) se hizo sin esperas reseñables, hubo alfombrillas lectoras en la salida y la llegada para poder disponer de tiempos netos, la medición estaba homologada, se instalaron avituallamientos cada 2.500 metros y en la zona de meta el ejercito levantó varias tiendas de campaña que hicieron las veces de ropero, duchas y vestuarios. Como curiosidad y acierto, mencionar que entre el contenido de la bolsa del corredor podían encontrarse empaquetados para la ocasión dos saquitos de medio kilo de lentejas y garbanzos producto de la tierra (de Salamanca concretamente).
El recorrido consistía en dar una primera vuelta de cinco kilómetros y luego otras dos un poco más amplias sobre un circuito de alrededor de ocho mil metros. Se consigue así que la carrera discurra en su totalidad por calles céntricas de la ciudad, que la afluencia de público sea mayor y que, en consecuencia, exista más animación. Con respecto al trazado que yo conocí hace tres años, había algunas diferencias. Las más significativa es que la llegada ya no se realiza en la Plaza Mayor sino en la acera de Recoletos, lo que supone una pérdida de “encanto” en favor de un mayor espacio y comodidad.
Por poner alguna pega y tocar un poco las narices, lo que me resultó mejorable fue la “S” final que debía hacerse para acabar la carrera. ¡Parecía que la meta estaba allí mismo, pero el esfuerzo se prolongaba y el final no llegaba nunca!
Lo que se mantiene sin alteraciones es el perfil llano, llanito, llano de la prueba. Cierto es que a mí me divierte más que existan cuestas, pero he de reconocer que de vez en cuando se agradece la ausencia de pendientes. Por esta razón el medio maratón vallisoletano es una carrera idónea para conseguir buenas marcas en la distancia, más aun cuando la época del año en que se celebra suele conllevar unas condiciones meteorológicas y de temperatura muy favorables para la consecución de ese logro.
En estos tres años de diferencia entre mis participaciones también se ha notado un importante incremento del número de llegados a meta: si en 2006 apenas superamos los ochocientos corredores, el domingo fuimos más de mil cuatrocientos los que cruzamos la línea de llegada. En principio las calles por las que transita la carrera son lo suficientemente amplias para absorber este número de participantes e incluso unos pocos más (salvo algunos tramos contados donde sería necesario habilitar al menos otro carril), pero desde mi punto de vista si se quiere mantener el carácter de la carrera no deberían de exceder de dos mil el número de posibles inscripciones.
La espina que me queda clavada es no haber podido disfrutar más de la ciudad. Las dos veces, aun teniendo la intención de pasar el día allí, al final se han torcido las cosas y no ha podido ser. He tenido que madrugar, meterme más de doscientos kilómetros en coche, correr y desandar (o mas propiamente, “desconducir” ) los más de doscientos kilómetros para volver a casa a comer. Sólo he podido ver lo que el recorrido de la prueba me ha permitido. Espero solucionar este aspecto en próximas visitas.
Por último, llamar la atención sobre los “corredores recortadores” que se engañan a si mismos subiéndose por las aceras en las esquinas y que abundaron por las calles vallisoletanas. En este sentido, enviar desde aquí un fuerte abrazo a ese que en los últimos cinco mil metros aguantó mi ritmo a base de recortes y al que en un alarde de rabia (que uno también tiene su amor propio) adelanté y descolgué en la penúltima recta. Sin rencor, que conste.
Si todavía no lo habéis hecho, yo que vosotros me apuntaba en la agenda este medio maratón.
Un saludo
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