domingo, 14 de diciembre de 2008

Virus menudos, ¡menudos virus!


Reza el refranero popular español que "el perro es el mejor amigo del hombre". Pues bien, desde aquí propongo que en la próxima revisión o actualización si la hubiere o hubiese del mencionado recopilatorio de refranes, se introduzca un nuevo dicho agudo y sentencioso que seguro pronto sería de uso común: “El virus es el mejor amigo del niño”.

No, no estoy exagerando. Si algún lector piensa que mi visión de esta realidad es desmesurada es que o no es padre o no convive con infantes. En mi caso no ha sido hasta que he adquirido la categoría de progenitor cuando he comprendido en su plenitud expresiones que hasta entonces me parecían frases hechas o meras formas de hablar. El típico “tener cuarenta de fiebre” o el referido a la gente menuda en su fase de temprana escolarización “tener mocos desde septiembre hasta mayo” (duración del curso escolar), son una realidad más palmaria y empíricamente comprobable que la cuota mensual de la hipoteca.

Concurre además una circunstancia curiosa en la relación niño-virus y es que el egoísmo innato del infante que le lleva a apropiarse de todos los objetos que lo rodean, se transforma en el más loable desprendimiento cuando de virus se trata. En cuanto adquiere uno, le falta tiempo para compartirlo con los más allegados, para socializar su reciente posesión.

Añadir también el agravante de la alta calidad y efectividad de estos virus infantiles. Yo no sé si es porque nuestros adultos cuerpos han olvidado ya la táctica defensiva a emplear ante estos microorganismos tan comunes en tempranas edades o es simplemente que se trata de versiones actualizadas y perfeccionadas tales como el Influenza 5.0 o el respiratorio Sincicial Advanced 7.2. El caso es que, y perdón para los estómagos sensibles, en los últimos tiempos he conseguido segregar unas mucosidades de tal textura y color que serían dignas de entrar a formar parte del Louvre de los mocos.

Toda esta reflexión previa es para decir que llevamos mes y medio que en nuestra pequeña familia no levantamos cabeza. Cuando el que no está enfermo es el niño, lo estoy yo o mi mujer o ambos. El culmen lo hemos alcanzado esta semana cuando hemos coincidido los tres con fiebre durante varios días. Los termómetros, ya tenemos uno por cabeza (o mejor dicho por axila), han tenido un trabajo intenso, y las medicinas de unos y otros han invadido y ocupan todavía gran parte de la encimera de la cocina.

Ni que decir tiene que esta situación ha afectado de forma inmediata y negativa en mi actividad runeril. Baste señalar que de los últimos quince días he salido sólo dos a trotar, que desde principios de noviembre he perdido la regularidad en los entrenamientos y que he dejado de participar en varias de las carreras previstas (medios maratones de Moratalaz y Guadalajara). Las consultas médicas y las farmacias han sustituido al asfalto y a los caminos del parque, la amoxicilina al Aquarius, la otitis a las agujetas, los fonendoscopios al cronómetro, las zapatillas de estar en casa a las deportivas,… Y para más inri ahora llegan tres semanas de compromisos, excesos y curro para aburrir ¡Aggggghhhhhhh!

Mu malita me pinta la cosa en esto del correr hasta el año que viene.

¡Salud!

Nota 1: Espero por lo menos poder participar en la Carrera de la Navidad de Cercedilla en la que estoy inscrito desde hace casi un mes y en la que tengo ganas de debutar

Nota 2: ¡¡¡Aaaaachis!!!!! Perdón