Devoto de San Lorenzo. Si señor, soy devoto de San Lorenzo. Y a mucha honra. Quizás debería decir que soy del Madrid y de San Lorenzo, porque esto de “ser de un santo” a mí siempre me ha resultado algo similar a ser de un equipo de futbol pero llevado al ámbito religioso. “Mi santo es el mejor. ¡Menuda procesión tiene y vaya milagros hace!”. Según los estudios científicos realizados recientemente por el CSIC (Centro de Soplapolladas e Idioteces Científicas), las principales razones que llevan a una persona a ser fan de un santo y no de otro son la tradición familiar y su imagen o representación física (la del santo quiero decir). En mi caso el estudio la ha pifiado, pues la pasión por este santo varón me viene por su Trofeo. Si, habéis leído bien, por su Trofeo. Su descubrimiento en 2003 fue mi particular piñazo del caballo al más puro estilo Pablo de Tarso: mi vida de corredor popular pasó del completo ateismo atlético al más ferviente sanlorezismo.
Por aquel entonces yo era un corredor practicante pero no creyente, un popular de los que participaba casi exclusivamente en las clásicas y más conocidas carreras, uno de esos que pensaba que en los madriles sólo merecían la pena la San Silvestre Vallecana, el Medio Maratón de Madrid, el MAPOMA y alguna más, un aficionado a correr para el que de junio a septiembre no existían carreras populares y creía que lo mejor era dedicarse a otros deportes.
Fue en el verano de aquel año cuando alguien me comentó que unos pocos iniciados se reunían en honor del santo asesinado muchos años atrás durante la celebración de una barbacoa, y corrían como locos en su nombre por las vías más céntricas y con más historia de Madrid la mañana del último domingo de julio. “¡Jodo, con el calor que hace! ¿No podrán hacer una procesión en Semana Santa como todo el mundo y no una carrera en pleno mes de julio? Están locos estos devotos” fue mi primer pensamiento. Sin embargo y dado que en esas fechas iba a estar en la capital, decidí apuntarme con la intención de comprobar en mis propias carnes el sinsentido de aquel comportamiento. ¡Nunca me alegraré lo suficiente de aquella decisión!
Desde entonces y con la del domingo pasado he participado en siete ediciones de este evento sin igual. La belleza de su trayecto no tiene parangón. Se visitan rincones madrileños como San Francisco el Grande, el Palacio Real, la Catedral de la Almudena, la Puerta del Sol, la C/ Mayor, Cibeles o Neptuno. No hay que olvidar sin embargo que esta fiesta del correr popular lleva, como suele decirse, en el pecado la penitencia. Y es que para poder gozar de todos estos lugares únicos, es necesario sufrir los rigores de las altas temperaturas y superar las elevadas pendientes de las cuestas que jalonan el trayecto (sobre todo las de San Vicente y la de la C/ Toledo).
Como ocurre en este tipo de celebraciones, también existe ese puntito de incertidumbre que las hace más atractivas. Si en el caso del Rocío lo que no se conoce con certeza es el momento preciso en el que los almonteños saltarán la verja para sacar en procesión a la Blanca Paloma, en lo tocante al Trofeo de San Lorenzo el misterio viene por cual será el circuito y la distancia final recorrida. En mis siete participaciones, la de hace dos días es en la única que se ha repetido el trayecto con respecto a las anteriores. Las obras, cuando no los designios de la autoridad o un error de los agentes que controlan el recorrido, hacen que nunca se conozca a priori y de forma exacta la distancia total a recorrer, aunque si es cierto que suele oscilar entre los 10.500 m y los 11.000 m. También es un misterio para mí el aspecto que presenta la talla del santo. Supongo que son los primeros clasificados de la carrera los que la portan en volandas, pero dado que mis condiciones físicas me obligan a ir siempre muy alejado de las posiciones cabeceras, nunca he podido contemplarla.
En estos últimos años la labor pastoral de organizadores y devotos ha sido esplendida, y aquel grupo de iniciados que conocí hace siete años se ha convertido en una autentica procesión de fieles. Tanto es así que anteayer fuimos más de mil los que culminamos con éxito la carrera. Directamente proporcional a este crecimiento es el nivel de dificultad que los "cofrades organizantes" (A.D. Argumosa) encuentran en la autoridades a la hora de poner en pie este formidable evento edición tras edición. Aún así, con mucho esfuerzo e ilusión, nos brindan una cita anual que roza la perfección y que se coloca sin lugar a dudas entre las mejores carreras populares de las que en nuestra ciudad se disputan.
Estimadas autoridades competentes (o ¿incompetentes?): bien es cierto que no tenemos el apoyo ni en lo númerico ni en lo económico que tiene el "lobby gay" para poder cortar las calles y celebrar su "parade" anual, ni nuestra celebración defiende una institución como la familia o reivindica el derecho a la vida, ni tan siquiera sacamos tanques y aviones a la calle y desfilamos todos a una en cuanto a vestimenta y zancada, pero aún así les rogaríamos no pusieran tantas pegas para que podamos seguir disfrutando un ratito de las calles céntricas y bellas de nuestra ciudad la mañana del último domingo de julio.
En definitiva, que esta chorrientrada sirva para agradecer, animar y mostrar todo mi apoyo a los organizadores del Trofeo San Lorenzo que tan buenos ratos me ha hecho pasar. Y para poner el punto final y parafraseando a la Esteban, uno de los principales referentes en lo que a los valores de nuestra sociedad actual se refiere, decir que “yo, por San Lorenzo ma-to. ¿entiendes?”
Saludos
Por aquel entonces yo era un corredor practicante pero no creyente, un popular de los que participaba casi exclusivamente en las clásicas y más conocidas carreras, uno de esos que pensaba que en los madriles sólo merecían la pena la San Silvestre Vallecana, el Medio Maratón de Madrid, el MAPOMA y alguna más, un aficionado a correr para el que de junio a septiembre no existían carreras populares y creía que lo mejor era dedicarse a otros deportes.
Fue en el verano de aquel año cuando alguien me comentó que unos pocos iniciados se reunían en honor del santo asesinado muchos años atrás durante la celebración de una barbacoa, y corrían como locos en su nombre por las vías más céntricas y con más historia de Madrid la mañana del último domingo de julio. “¡Jodo, con el calor que hace! ¿No podrán hacer una procesión en Semana Santa como todo el mundo y no una carrera en pleno mes de julio? Están locos estos devotos” fue mi primer pensamiento. Sin embargo y dado que en esas fechas iba a estar en la capital, decidí apuntarme con la intención de comprobar en mis propias carnes el sinsentido de aquel comportamiento. ¡Nunca me alegraré lo suficiente de aquella decisión!
Desde entonces y con la del domingo pasado he participado en siete ediciones de este evento sin igual. La belleza de su trayecto no tiene parangón. Se visitan rincones madrileños como San Francisco el Grande, el Palacio Real, la Catedral de la Almudena, la Puerta del Sol, la C/ Mayor, Cibeles o Neptuno. No hay que olvidar sin embargo que esta fiesta del correr popular lleva, como suele decirse, en el pecado la penitencia. Y es que para poder gozar de todos estos lugares únicos, es necesario sufrir los rigores de las altas temperaturas y superar las elevadas pendientes de las cuestas que jalonan el trayecto (sobre todo las de San Vicente y la de la C/ Toledo).
Como ocurre en este tipo de celebraciones, también existe ese puntito de incertidumbre que las hace más atractivas. Si en el caso del Rocío lo que no se conoce con certeza es el momento preciso en el que los almonteños saltarán la verja para sacar en procesión a la Blanca Paloma, en lo tocante al Trofeo de San Lorenzo el misterio viene por cual será el circuito y la distancia final recorrida. En mis siete participaciones, la de hace dos días es en la única que se ha repetido el trayecto con respecto a las anteriores. Las obras, cuando no los designios de la autoridad o un error de los agentes que controlan el recorrido, hacen que nunca se conozca a priori y de forma exacta la distancia total a recorrer, aunque si es cierto que suele oscilar entre los 10.500 m y los 11.000 m. También es un misterio para mí el aspecto que presenta la talla del santo. Supongo que son los primeros clasificados de la carrera los que la portan en volandas, pero dado que mis condiciones físicas me obligan a ir siempre muy alejado de las posiciones cabeceras, nunca he podido contemplarla.
En estos últimos años la labor pastoral de organizadores y devotos ha sido esplendida, y aquel grupo de iniciados que conocí hace siete años se ha convertido en una autentica procesión de fieles. Tanto es así que anteayer fuimos más de mil los que culminamos con éxito la carrera. Directamente proporcional a este crecimiento es el nivel de dificultad que los "cofrades organizantes" (A.D. Argumosa) encuentran en la autoridades a la hora de poner en pie este formidable evento edición tras edición. Aún así, con mucho esfuerzo e ilusión, nos brindan una cita anual que roza la perfección y que se coloca sin lugar a dudas entre las mejores carreras populares de las que en nuestra ciudad se disputan.
Estimadas autoridades competentes (o ¿incompetentes?): bien es cierto que no tenemos el apoyo ni en lo númerico ni en lo económico que tiene el "lobby gay" para poder cortar las calles y celebrar su "parade" anual, ni nuestra celebración defiende una institución como la familia o reivindica el derecho a la vida, ni tan siquiera sacamos tanques y aviones a la calle y desfilamos todos a una en cuanto a vestimenta y zancada, pero aún así les rogaríamos no pusieran tantas pegas para que podamos seguir disfrutando un ratito de las calles céntricas y bellas de nuestra ciudad la mañana del último domingo de julio.
En definitiva, que esta chorrientrada sirva para agradecer, animar y mostrar todo mi apoyo a los organizadores del Trofeo San Lorenzo que tan buenos ratos me ha hecho pasar. Y para poner el punto final y parafraseando a la Esteban, uno de los principales referentes en lo que a los valores de nuestra sociedad actual se refiere, decir que “yo, por San Lorenzo ma-to. ¿entiendes?”
Saludos
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