Supongamos que reto a Gebreselassie (Gebre para los amigos) a correr un maratón. Dado que él es el recordman actual de la distancia y yo un mero aficionado, le propongo que para igualar un poco las fuerzas me deje una ventaja de cien metros. Él, que es un tío muy majete, acepta mi petición rápidamente y sin ninguna objeción. ¿Por quién apostaríais? ¿Tendría yo alguna posibilidad de ganar la carrera? Creo que sólo mi colega Zenón confiaría ciegamente en mí.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
Ya estamos preparados. Gebre está en la línea de salida y yo estoy cien metros por delante. Suena el disparo. El etíope de la eterna sonrisa alcanza en sólo unos segundos el punto en que yo empecé la carrera, pero naturalmente ya no estoy allí porque, aunque más lentamente, también he avanzado. Su siguiente objetivo es llegar al nuevo punto en que me encuentro. Sin desanimarse pues aún queda mucha carrera, sigue corriendo. Sin embargo, cuando alcanza ese nueva referencia mi menda ya no está pues también he continuado corriendo.
Por más que el menudo Gebre logre llegar una y otra vez al lugar en el que yo me encontrara anteriormente, nunca me alcanzará (aunque se acerque mucho, muchísimo, muchisísimo). De esta forma, me bastaría con no pararme en toda la carrera para salir triunfante y derrotar al gran Gebre en su distancia.
Esta no es más que una de las famosas paradojas formuladas por el filósofo del siglo I A.C. Zenón de Elea. Con ellas intentó demostrar la inexistencia del movimiento. Volveré sobre él en futuras entradas.
Saludos paradójicos.
*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*