domingo, 2 de noviembre de 2008

Villaverde: Avenida a la Felicidad

“Vivo en el número siete Calle Melancolía. Quiero mudarme hace años al barrio de la Alegría, pero siempre que lo intento ha salido ya el tranvía. En la escalera me siento a silbar mi melodía”.

Si Joaquín Sabina escribiera esta canción ahora, no tendría excusa. Le bastaría con tomar la línea 3 de metro (la amarilla) y, gracias a la ampliación inaugurada hace menos de dos años por “tita Espe”, apearse en la estación Ciudad de los Ángeles. Allí encontraría la Avenida de la Felicidad a escasos cien metros de la moderna boca de metro. Es más, si se paseara por las vías cercanas, podría descubrir las calles del Afecto, de la Generosidad o de la Unanimidad.

Este conjunto de calles con aire utópico son las que acogen los primeros y últimos metros del Medio Maratón de Villaverde, prueba que esta mañana ha llegado a su XXV edición.

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He de reconocer que tengo mucho cariño a este medio maratón, seguramente porque recorre un barrio que conozco desde hace mucho tiempo y que está ubicado muy cerca de la zona donde he vivido la mayor parte de mi infancia y juventud. También porque se encuadra dentro de ese grupo de carreras que más me gustan: muy populares, con ambiente de barrio, con un número de participantes no muy elevado y, sobre todo, levantadas todos los años con elevadas dosis de esfuerzo e ilusión de los organizadores y de los voluntarios que suplen la ausencia de los grandes apoyos de marcas comerciales.

Además de su faceta deportiva, este medio maratón supone un recorrido por gran parte de la realidad social madrileña. Atraviesa zonas de edificios de entre cinco y diez años de antigüedad ocupados mayoritariamente por familias jóvenes (El Espinillo y Los Rosales). También cruza el antiguo Villaverde Bajo que siempre me trae esa idea de pueblo de calles estrechas y habitantes de toda una vida. Los bloques de viviendas cercanos al Parque de la Dehesa de Boal, más antiguos aunque algunos recientemente remodelados, albergan inmigrantes de los más variados orígenes geográficos. Un poco más adelante, el polígono industrial muestra la dura cara de la prostitución a la que se ven abocadas un gran número de mujeres inmigrantes.

También permite constatar la paulatina transformación urbana de un barrio tradicionalmente obrero, humilde y mal comunicado en transporte público con el centro de la ciudad. La ampliación de la línea 3, la “humanización” de la Avenida de Andalucía frontera histórica entre los dos Villaverdes y la nueva Gran Vía de Villaverde, un enorme emplasto arquitectónico que supongo tendrá sus ventajas para los vecinos de la zona, son claras muestras de ello.

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Hoy el día amaneció frio y amenazando lluvia, muy diferente a la esplendida mañana que hace apenas siete días nos recibió en Valdemoro. Para mí era el punto intermedio de mi intento al “hat-trick” compuesto por Valdemoro-Villaverde-Moratalaz. Y no sé si ha sido el frio, o si me he abrigado mucho, o si se han notado los dos medios maratones con sólo siete días de diferencia, o simplemente si mi cuerpo no tenía su mejor día, pero he sufrido en exceso para llegar en los 1:42:42 en que he parado el cronometro de mi reloj. Bien es cierto que a ese tiempo habría que descontarle algo más de un minuto por las veces que me he parado a tirar fotos y por las genuflexiones realizadas ante la instalación deportiva Raúl González Blanco (esto último es coña; lo primero no). En cualquier caso he terminado muy satisfecho porque con esta he alcanzado las Bodas de Oro con los 21.095 metros, aunque este tema lo dejo para una próxima entrega de este blog.

De la carrera lo más rápido, escueto y descriptivo es decir que sigue exactamente igual que en las últimas ediciones. El recorrido es muy exigente, repleto de subidas y bajadas que van minando las piernas. Destacan los toboganes junto a la orilla del Manzanares, la subida desde la Avenida de Los Rosales hasta la Gran Vía de Villaverde y la cuesta arriba final de la Calle de la Unanimidad que desemboca en la ansiada meta tras unos cuatrocientos metros de continua y dura subida (sobre todo el último tramo). Mencionar también el paso por el polígono industrial que, más que físicamente (que también), desgasta mentalmente.

Como ya es tradición, la organización ha sido muy buena. Entrega ágil de los chips y dorsales en la salida y de la bolsa del corredor en la llegada. Recorrido totalmente cortado al tráfico (después de Valdemoro iba uno con la mosca detrás de la oreja), bien señalizado en todos los cruces y desvíos por los voluntarios y con suficientes y surtidos avituallamientos. Enlazando con la realidad social del barrio a la que hacía referencia en párrafos anteriores, llamar la atención con respecto a la diversidad de edades y de orígenes de los voluntarios: se han podido ver adolescentes, niños, madres de familia, africanos, sudamericanos… En resumen, una variedad racial, cultural y generacional que no se ve en ninguna otra carrera y que habla bien a las claras de cómo todo el barrio se implica en la celebración de la prueba. Mi felicitación y agradecimiento a todos ellos.

Y poco más que contar. Si todo va bien, el próximo fin de semana toca rencuentro con otra vieja amiga a cuya cita falté el año pasado por enfermedad. Espero que en Moratalaz pueda completar el triplete planeado y poner la primera piedra para mis próximos cincuenta medios maratones. Hasta entonces y parafraseando a Edward R. Murrow,

¡Good Night and Good Luck!


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Nota 1: Me está rondando por la cabeza una idea que empieza a tomar forma. Me quedan unos días de vacaciones que quizás pueda coger a finales de este mes. Curiosamente por esas fechas se celebra un maratón por Lanzarote
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