martes, 27 de mayo de 2008

Jadraque, almena de Castilla


UN POCO DE HISTORIA.- Cuentan que allá por el s XI, Rodrigo Díaz de Vivar, camino de su exilio, tomó la fortaleza de Jadraque. Esta idea se basa en la certeza de muchos historiadores de que Jadraque sería el Castejón al que se hace referencia en el Cantar del mio Cid (parece ser que los cristianos ponían nombres como Castejón y sus derivaciones a todos aquellos núcleos islámicos que tenían fortalezas de cierta importancia):

"Nonbrados son los que iran en el algara,
e los que con mio Çid ficaran en la çaga
Ya quiebran los albores e vinie la mañana,
ixie el sol, ¡Dios, que fermoso apuntava!

En Castejon todos se levantavan,
abren las puertas, de fuera salto davan
por ver sus lavores e todas sus heredades.

Todos son exidos, las puertas abiertas han dexadas
con pocas de gentes que en Castejon fincaran;
las yentes de fuera todas son deramadas.

El Campeador salio de la çelada,
corrie a Castejon sin falla.
Moros e moras avien los de ganançia,
e essos gañados quantos en derredor andan.

Mio Çid don Rodrigo a la puerta adeliñava;
los que la tienen quando vieron la rebatao
vieron miedo e fue desemparada.

Mio Çid Ruy Diaz por las puertas entrava,
en manlo trae desnuda el espada,
quinze moros matava de los que alcançava."

Como se desprende de estos versos, el Cid y sus hombres recurrieron al factor sorpresa para la toma del castillo. Estuvieron escondidos durante la noche para al amanecer, cuando los árabes abrieron las puertas de la fortaleza como cualquier otro día, lanzarse al galope sobre sus caballos y penetrar en el recinto ante el desconcierto de sus moradores.

La toma del castillo por el Cid y su mesnada sólo duró unos días, pues tras saquear algunas poblaciones cercanas decidieron abandonar el enclave y seguir camino hacia tierras aragonesas. Si hacemos caso al Cantar, la razón que provocó la rápida salida del castillo fue la aproximación a la zona del rey Alfonso VI:


“Moros en paz, ca escripta es la carta,
buscar nos ie el rey Alfonsso con toda su mesnada.
Quitar quiero Castejon: ¡oid, escuellas e Minyaya!

Lo que yo dixier non lo tengades a mal.
En Castejon non podriemos fincar;
çerca es el rey Alfonsso e buscar nos verna.
Mas el castielo non lo quiero hermar;
çiento moros e çiento moras quiero las quitar,
por que lo pris dellos que de mi non digan mal.

Todos sodes pagados e ninguno por pagar.
Cras a la mañana pensemos de cavalgar,
con Alfonsso mio señor non querria lidiar."

A pesar de lo breve de su duración, este capítulo histórico es el que dio lugar a que el Castillo de Jadraque sea también conocido como el Castillo del Cid.

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LA CARRERA.- Diez siglos después de los hechos relatados, a primera hora de la mañana del día de nuestro señor dieciocho de mayo de dos mil ocho, mi menda, transformado en Arganzid, dejé durmiendo a Doña Jimena en sus aposentos, monté en la grupa de mi Seat Babieca y al galope puse dirección a Jadraque. En las alforjas todo lo necesario para la toma de la plaza: la cota de malla dry fit, el yelmo con visera para protegerme de la posible lluvia, las calzas cortas y los borceguíes con cámara de gel.

Después de ciento y pico kilómetros, llegué a la localidad alcarreña de Jadraque. Allí muchos de los participantes ya calentaban sus músculos para enfrentarse al Medio Maratón o, en su defecto, a las carreras de 5 o 10 kilómetros. Tras un rápido cambio de vestimenta y la recogida de dorsal, me coloqué junto al resto de los corredores en la línea de salida. Antes del comienzo, se dedicaron unas palabras a Najat Tijani, atleta popular fallecida durante la celebración del MAPOMA hace apenas unas semanas y por la que los participantes lucimos un lazo negro en señal de luto. Un minuto de silencio y una aplauso de todos los allí presentes dieron paso al grito de “¡Preparados, listos, ya!” que supuso el comienzo de la prueba. Alrededor de ciento cincuenta "sufridos zumbaetes" partimos a la conquista de nuestro objetivo.


Los primeros hectómetros que recorrían las calles céntricas de Jadraque pronto dejaron paso a una ascensión hasta las afueras del pueblo. Allí llegó la primera sorpresa. Yo esperaba tomar, como ocurriera hace dos años cuando participé por primera vez en este medio maratón, la carretera que conduce hacia Membrillera. Pues no, error. Si hubiera prestado atención al recorrido publicado en internet me habría dado cuenta de que, desde el año pasado, se toma la carretera CM-1003 que une Jadraque con Matillas. ¿Qué significaba eso? Pues a bote pronto una subida continuada de cerca de dos mil metros de longitud que empezaba a colocar a cada uno en su sitio. Llegados al punto más alto, nos esperaba un descenso con distintos tramos de mayor o menor pendiente que nos conduciría hasta la entrada de Bujalaro (km 5,500). En los primeros metros de suave descenso y aprovechando la altura alcanzada, disfruté el paisaje típico castellano. Una gran llanura muy verde para las fechas en las que nos encontramos, se abría paso a mi izquierda. Hasta donde alcanzaba la vista, campos cultivados se alternaban con otros sin cultivar, alguna estrecha carretera se perdía en lontananza y los espigados árboles (chopos quizás) podían contarse con los dedos de una mano.

Antes de entrar en Bujalaro, empecé a cruzarme con los primeros clasificados de la distancia de 10 kms que ya volvían de regreso a Jadraque. He de reconocer que alguna tentación tuve de seguir sus pasos, pero el objetivo de llegar a mis primeros cincuenta medios maratones disipo rápidamente esos pensamientos. Ya en el pueblo recibimos el primer avituallamiento líquido y los ánimos de un grupo de vecinos, siendo casi más preciados los segundos que el primero. A la salida del pequeño núcleo urbano, ”la soledad del corredor de fondo” se acrecentó. El que hubiera corredores que optaran por disputar los diez kilómetros y el llevar ya alrededor de seis mil metros de carrera, provocaron que la distancia al participante que me precediera fuera superior a los ciento cincuenta metros.


Una vez abandonado Bujalaro, otro tramo de descenso de unos mil quinientos metros y unos casi llanos tres kilómetros (en los que recuperé tres o cuatro posiciones), dejaban a las puertas de Matillas. Allí, después de dar un pequeño rodeo se llegaba a la salida del pueblo (creo). En medio de ningún sitio estaban ubicados dos señores con una mesa plegable sobre la que se hallaban unas botellitas de agua mineral. Recibida está, se rodeaba a los dos amables voluntarios y se tomaba el camino de vuelta hacia Jadraque desandando lo hecho hasta entonces.

Conociendo ya lo que me esperaba hasta la meta y teniendo en cuenta el crono empleado hasta el momento, las buenas condiciones meteorológicas (nublado, fresco y sin lluvia) y las fuerzas que me quedaban, decidí esforzarme un poco más e intentar bajar de la hora cuarenta minutos. Hasta el nuevo paso por Bujalaro, el objetivo era factible. Llevaba buen ritmo e iba adelantando a unos pocos corredores y recortando la distancia con otros que veía en la cada vez más próxima lejanía. El problema fue la cuesta, a la ida hacia abajo y ahora hacia arriba, que nos esperaba pasado el pueblo. Con algunos tramos de gran pendiente, la fui superando al tran-tran, con pasos cortos y la mirada fija en el asfalto. Cuando quedaban alrededor de unos quinientos metros para coronar la larga cuesta, empecé a sufrir un flato muy fuerte, unas punzadas que atravesaban mi cuerpo en cada respiración. Bajé el ritmo hasta casi ir andando y a duras penas acabé de subirla.

A partir de allí me deje llevar por la pendiente favorable que nos devolvía al centro urbano jadraqueño donde, debido a la distancia que me separaba del corredor que me precedía y del que venía detrás de mí, recorrí todas las calles en solitario, con la única compañía de los voluntarios que con sus banderines rojos indicaban la dirección a seguir. Era algo así como un corredor poseso atravesando un pueblo fantasma.

Y por fin la meta, donde llegué con veinticuatro segundos por encima de la hora cuarenta minutos. A pesar de no ser un tiempo como para tirar cohetes, conseguí un muy meritorio quincuagésimo quinto puesto en la clasificación final (vale, vale, sólo acabamos ciento trece ¿Y qué?). Grifo de cerveza para reponer los líquidos perdidos y bolsa del corredor con camiseta-faja técnica (talla única M para todos los corredores) pusieron la guinda a una mañana atlética por tierras alcarreñas.

En resumen, decir que se trata de un Medio Maratón con una gran exigencia física y mental, para aquellos a los que no les importe correr en solitario por carreteras secundarias (“carretera y manta”) y que gusten de carreras con poca participación y organización voluntariosa.

Nota: Gran detalle del tercer clasificado en la prueba de Medio Maratón, José Félix Ortiz, quien ofreció su trofeo a Isamel Lizana, compañero de la corredora fallecida durante la celebración del último MAPOMA.

Otra nota: Al césar lo que es del césar... La primera y al tercera foto son mías. La segunda no recuerdo de donde la saqué. La cuarta y la quinta, así como el título que encabeza la crónica, están extraídas de http://www.jadraque.org/ .

Saludos cordiales