jueves, 27 de octubre de 2011

VI Medio Maraton de Montaña Solidario de Madrid (Somosierra)

La prolongación de Downing Street

El VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid ha sido, salvo que sea presa de un apretón, mi última carrera por montaña en este año de debut en la modalidad. A priori parecía más sencilla de lo que al final fue. Y es que, a veces, las apariencias engañan.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

1. Introducción con tintes nostálgicos y pelín babosillos (es lo que hay)

El VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid se desarrolló como ya es costumbre en el término municipal de Somosierra. Para quien no lo conozca, Somosierra es un pueblo de la llamada sierra pobre de Madrid. Se encuentra situado a unos noventa kilómetros de la capital del reino siguiendo la A-1, justo en el Puerto de Somosierra ¡Fíjate tú que coincidencia! Su vida se ha desarrollado desde antiguo en torno al comercio y los servicios generados gracias a los viajeros que cruzaban el mencionado puerto, paso estratégico entre las mesetas norte y sur de España.

Según parece, su nombre procede de la expresión "Somo de la serra", usada en la Edad Media y que venía a significar “en lo más alto de la sierra”. El gentilicio de los allí nacidos es el de somoserranos o somosierrinos y, según el último recuento realizado, su población alcanza los 110 habitantes.

A esta zona de la Comunidad gobernada por Tita Espe la tengo mucho cariño. Aunque hace tiempo que no voy, pasé muchos días de verano de mi infancia y adolescencia en La Acebeda, un pueblo situado a apenas unos ocho kilómetros de Somosierra. De hecho el domingo muchos recuerdos vinieron a mi cabeza cuando estacioné mi coche en lo que antes era la zona de parking del Mesón la Conce. Como Michael J. Fox en “Regreso al futuro”, retrocedí casi treinta años para verme en aquellos días de agosto en el asiento trasero del Seat 124 amarillo, con mi hermana al lado, mi padre conduciendo y mi madre en el asiento de su derecha. Circulábamos por la antigua N-1, casi siempre en caravana porque era muy común que algún camión provocara retenciones en aquellas duras cuestas.

No sé por qué pero el recuerdo que tengo es que al llegar al Puerto de Somosierra siempre estaba nublado. Allí, en el Mesón la Conce (que también recordaba más pequeño) paraban a comer muchos transportistas y mi madre compraba de vez en cuando carne que cocinaba los días siguientes y que yo ya odiaba por aquel entonces.

Hace ya tiempo que el Seat 124 amarillo dejó de funcionar. Mis padres pasaron a ser abuelos. Ahora soy yo el que conduzco y mi hijo quien va en le asiento trasero (en sillita y con cinturón, no como en aquel entonces). Y el domingo, en la puerta del Mesón la Conce había un cartel que rezaba “Se alquila o se vende” sobre dos números de teléfono (uno fijo y otro móvil). Por si me quedaba alguna duda, el tiempo volvió a demostrarme que su paso es inexorable y que hay que vivir cada minuto.

En fin, volvamos que se me está yendo la pinza. Dejaré estos temas para cuando haga mi blog de filosofía de andar por casa.

Más madera

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
2. Los prolegómenos y los primeros kilómetros

Como esta vez conocía el camino, no me perdí ni tuve que dar vueltas, así es que llegué hora y media antes de que empezara la carrera. Me vino de lujo porque así aparqué y recogí el dorsal y el chip en un periquete, sin tener que esperar la larga cola que se formaría solo un rato después y que se mantendría hasta apenas unos minutos antes de que se diera salida.

La mañana estaba fresquita por allí. El termómetro que no había cesado de bajar desde que había salido de casa, marcaba entonces 7,5ºC, había una niebla baja y un vientecillo un tanto desagradable. Todo ello no era más que una pequeña muestra de lo que nos esperaría poco después por esos montes de Dios. Visto lo visto me metí en el coche, me repanchingué en el asiento y me puse un CD del Rod Stewart de estos últimos años (concretamente el “It Had To Be You”). Como no podía ser de otra forma, me quedé traspuesto durante una buena media hora.

Después de la cabezada, tocaba elegir vestuario. Andaba un poco perdido pues hasta el momento siempre que había corrido en montaña lo había hecho con condiciones meteorológicas más favorables. Opté entonces por fijarme en lo corredores que ya estaban calentando, pero no tenía forma de sacar conclusiones. Los había del centro de Bilbao, reconocibles porque portaban únicamente un pantaloncito y una camiseta de manga corta. También los había de las afueras, vistiendo éstos mallas largas y “sudaderas” de esas gruesas de tejido técnico que venden en la famosa cadena de ropa deportiva francesa. Yo como he nacido a unos quinientos kilómetros del centro de Bilbao y soy un poco friolero, opté por camiseta ajustada técnica de manga larga, camiseta fina encima de la primera y cortavientos. De cintura para abajo, pantalones cortos y medias largas. Si bien al principio pase un poco de calor, la verdad es que durante el resto de la carrera fui bastante bien. Quizás hubiera podido prescindir de la segunda camiseta.

A las diez estaba ya cerca del arco de salida con el resto de los aproximadamente cuatrocientos participantes que allí nos dábamos cita. Tras unas palabras de la gente de la organización para explicarnos como estaba la meteorología en la cumbre y como hacer para entregar el chip y recoger la bolsa del corredor al completar la carrera, se dio la salida con unos diez minutos de retraso. A la voz de “tres, dos, uno, medio, menos uno, ya” (¡un crack el del micrófono!) comenzamos la aventura somoserrana.

Los aproximadamente primeros seiscientos metros presentaban una inclinada pendiente y transcurrían por una vía muy estrecha que enseguida se vio colapsada por el pelotón de participantes. El tránsito era muy incómodo: apenas se podía trotar y casi no se veía el suelo, que si en un principio estaba asfaltado, a los pocos metros se convertía en un camino de tierra, con piedras sueltas y tapadas por hojas secas y cruzado en varias ocasiones por pequeños riachuelos. Finalizado este primer tramo, el camino se ensanchaba y permitía que cada uno fuera encontrando una posición acorde al ritmo que pretendía seguir.

Pasados unos dos kilómetros ya me hice a la idea de que aquello iba a ser más complicado de lo que creía. Notaba las piernas pesadas y tenía la sensación de que estaban hinchadas. No era capaz de coger un ritmo cómodo ni de zancada ni de respiración. Y lo peor de todo: no tenía ninguna gana de sufrir ¡Menudo panorama más cojonudo!

Camino de la cumbre de las Tres Provincias

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
3. Hasta la cima de Tres Provincias

Desde que abandonamos el angosto primer tramo, seguíamos subiendo por una amplia pista forestal que no presentaba ninguna dificultad técnica pero si algún intervalo bastante exigente en lo que a pendiente se refiere. Supongo que aquellos que luchaban por la victoria harían todo esta ascensión corriendo, pero yo de vez en cuando dí algún pequeño paseo para recuperar el aliento y reemprender un poco más tarde mi habitual trote cochinero. En lo meteorológico, a medida que ganábamos altura la niebla se iba haciendo más densa y el viento aumentaba en intensidad.

Llegados al primer avituallamiento, ya costaba ver más allá de unos veinte metros a la redonda. Creo que debía estar ubicado antes del kilómetro cinco aunque no lo sé a ciencia cierta. Y es que a mi modo de ver el aspecto de las referencias kilométricas es, junto con la espera en la recogida del dorsal, lo que la organización debería mejorar de cara a próximas ediciones. No es solo que los puntos kilométricos no estuvieran señalizados, algo habitual en las carreras de montaña, sino que en la información de su página web tampoco mencionaban la ubicación exacta de los puntos de avituallamiento o de control. Total que alguien que no portara GPS o un podómetro (mi caso), difícilmente podía conocer de forma acertada donde se encontraba en cada momento.

Unos hectómetros más adelante, un desvío de noventa grados hacia la izquierda nos sacó de la vía forestal y nos colocó en lo que era una especie de “camino” adornado de piedras que subía en línea recta por la ladera de la montaña y que hacía echar las manos a las rodillas para intentar superarlo con mayor solvencia . A ojímetro creo que su longitud no llegaba a los mil metros, pero sin duda fue el intervalo más exigente de toda la carrera. A su final, un pequeño llano y un tramo de campo a través no muy complicado.

Calculo que alrededor del kilómetro seis y medio recuperamos la vía forestal que ya no abandonaríamos hasta que faltaran unos trescientos metros para la cumbre de Tres Provincias. A esas alturas de carrera ya habíamos sido engullidos totalmente por la niebla y era imposible ver a dos palmos más allá de las narices propias. La sensación para mi era nueva y rara, muy rara. Como la carrera estaba ya estirada, había ratitos en los que te encontrabas completamente solo, oyendo únicamente tu respiración entrecortada e incluso sin saber muy bien en algunos casos si subías o bajabas (la única referencia eran unos metros de terreno y el esfuerzo que te exigían las piernas).

La muy mermada visibilidad era un verdadero problema a la hora de administrar las fuerzas. Me explico. Cuando en una cuesta arriba puedes ver lo que te queda por subir, tu mismo regulas el ritmo e incluso decides en que punto vas a echar a andar. Aquí era imposible. No podías determinar si unos metros más adelante la cuesta en la que te encontrabas llegaba a su fin o si su pendiente se suavizaba o se endurecía. Así las cosas opté por mantener un ritmo más o menos o constante y andar cuando me sintiera muy fatigado (lo hice en un par de ocasiones).

Una cinta cruzada que iba de un extremo a otro de la vía forestal nos indicó que teníamos que abandonarla e internarnos de nuevo campo a través. Tras recorrer unos tres hectómetros, ante mis ojos y en mitad de la niebla y el fuerte viento, empezaron a vislumbrarse unas figuras humanas que iban tomando cierta definición a medida que me acercaba. Después de recorrer unos ocho mil quinientos metros de continuado ascenso en los que había salvado una diferencia de altura de seiscientos sesenta metros, había alcanzado la cumbre conocida como las Tres Provincias, el punto más alto de la prueba.
Avituallamiento en la cumbre de las Tres Provincias

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

4. Del pico p’abajo (hacía un viento del carajo)

El Pico de las Tres Provincias, también conocido como Peña Cebollera o Cebollera Vieja es una cumbre montañosa de 2.129 metros de altitud. Es el punto en el que confluyen los límites de las provincias de Madrid, Segovia y Guadalajara, circunstancia que es recordada por un monolito situado en la cima. En sus estribaciones nacen los ríos Jarama y Duratón y en sus faldas se encuentran el hayedo de Montejo y el abedular de Somosierra.

Supongo que las vistas desde la cima en un día despejado deben ser espectaculares, pero el día de la carrera no se veía un pijo. Aquello parecía el fin del mundo. El viento soplaba inmisericorde y la niebla envolvía todo dando una sensación de irrealidad. Los voluntarios que allí estaban atendiendo el puesto de avituallamiento y el control de paso se hicieron acreedores del reconocimiento y agradecimiento de todos los participantes ¡Y eso que la mayoría, viendo el percal, tomaban la botella de agua y un trozo de naranja y salían disparados como alma que lleva el diablo!

A mi, viendo su sacrificio, me pareció feo no corresponderles, así es que decidí acompañarlos un ratito. Tomé cinco galletas de chocolate y una botella de agua y me refugie tras el monolito (donde apenas soplaba el viento) para dar cuenta de todo ello. La operación me llevó cerca de un par de minutos, tiempo que aproveché para tirar unas fotillos. Acto seguido encaré el comienzo del largo descenso de más de cuatro mil metros con ánimos renovados.

La primera parte de la bajada era la de mayor pendiente y la más difícil técnicamente hablando. El camino era lo suficientemente ancho pero estaba lleno de piedras sueltas que a cualquier descuido amenazaban con hacerte tropezar o provocarte una buena torcedura. A esto había que añadir un viento racheado y con mucha fuerza que en algunos momentos hacia difícil mantener la trayectoria e incluso el equilibrio ¡y eso que peso más de ochenta kilos!

De cualquier forma, lo supere con buena nota. A pesar de que mis piernas seguáin agarrotadas con una desagradable e incómoda sensación de rígidaez (¿influirían las condiciones meteorológicas?), me adapté bien al terreno y conseguí adelantar no pocas posiciones, cosa impensable solo hace unos meses.

Un poco más adelante se entraba en otro camino más amplio con el firme limpio de piedras y con árboles a sus lados que protegían del fuerte viento. A medida que perdiamos altura también la niebla iba desapareciendo. La última parte del descenso se realizaba por lo que creo era un cortafuegos en el que había que prestar cierta precaución para no tropezar con los brotes y las raíces. Allí el giro a la izquierda junto al coche de la benemérita marcaba el final de la bajada y la vuelta a una nueva pista forestal por la que seguiríamos casi hasta meta. Era el kilómetro trece. Quedaban por delante otros nueve mil largos metros.

Comienza el descenso

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
5. La engañosa segunda y última parte

Visto sobre el papel, lo que restaba hasta volver al punto de inicio (que también hacia las veces de meta) no era comparable con lo que habíamos dejado atrás. Desde el punto kilométrico trece al diecisiete el perfil de la prueba tenía una clara tendencia hacia arriba, pero con pendientes bastantes menores al primer ascenso que nos había conducido hasta el Pico de las Tres Provincias. Mientras, los últimos cinco mil metros dibujaban un llevadero descenso. Además todo el tramo discurría por una pista forestal con una superficie en un muy buen estado. Un magnifico paseo por el monte somosierrino podría pensarse. Pero como digo todo esto era sobre el papel.

Sobre el terreno la cosa cambiaba de manera que los nueve últimos kilómetros supusieron un gran desgaste físico y mental. Efectivamente las cuestas arriba no eran muy pronunciadas pero si que eran largas, muy largas, casi interminables. Y cuando uno llegaba por fin al terreno descenso, cuando uno pensaba que todo estaba hecho, se encontraba con dos inconvenientes. El primero eran los pequeñas repechos que se ocultaban entre las bajadas y que te hacían repasar mentalmente el repertorio de tacos y exabruptos. El segundo, que el desnivel de algunas de las bajadas amenazaba con reventarte los cuadriceps, lo que unido a mi sensación de agarrotamiento antes comentada me hacían negociar estos últimos descensos a base de zapatazos (como si tuviera los pies planos) y con la piernas más tiesas que el palo de una escoba.

Resumiendo, que alcance la meta casi por inercia, con todas las luces de alarma encendidas y pidiendo árnica en 2:16:07.

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

6. Un apunte sobre la organización

Los organizadores del VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid fueron FEMAD (Fundación Española de Montañismo y Deporte Adaptado) y SEMED (Sociedad Española de Montañismo y Escalada para Discapacitados). En líneas generales todo fue muy correcto aunque, como he mencionado en párrafos anteriores, sería conveniente que en futuras ediciones se consiguiera agilizar la entrega de dorsales y chips y que se indicara de forma exacta y a modo de referencia en que puntos kilométricos se van a encontrar ubicados los avituallamientos y los controles de paso.

Hubo tres avituallamientos en carrera que incluían agua, trozos de naranja y, en el del Pico Tres Provincias, galletas de chocolate. En la llegada, dentro del polideportivo, también se podía degustar caldo calentito, vino, empanada y unas rodajitas de salchichón y chorizo. Allí se entregaba la bolsa del corredor que contenía una lata de bebida isotónica, un zumo y una camiseta técnica muy apañada.

El recorrido estuvo siempre perfectamente balizado lo que fue de gran importancia en un día que debido a la densa niebla presentó una visibilidad muy reducida

Especial reconocimiento merecen todos los voluntarios que hicieron posible que disfrutáramos de una gran carrera y sobre todo aquellos que estuvieron ubicados en el Pico de las Tres Provincias soportando unas condiciones meteorológicas muy adversas.

Este era el primer año en que la inscripción al medio maratón no era gratuita. En la nota facilitada por la organización indicaban que esto era debido a “que la crisis nos aprieta a todos” y que con esta medida “desviarían menos recursos a esta prueba y podrán emplearlos en actuaciones deportivas con personas con discapacidad, con patologías crónicas y disfuncionalidad”. Siempre se prefiere que las cosas sean gratis, pero siendo por la razón explicada se comprende perfectamente el pago por poder participar.



*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*
 
7. Voy acabando que se me hace tarde


Después de las malas sensaciones y de acabar de nuevo bastante tocado, me llevé la sorpresa al ver la clasificación de haber finalizado en el puesto sesenta y seis de un total de cuatrocientos diecisiete llegados a meta. No recuerdo yo haber terminado muchas carreras (más bien ninguna) en la primera “sexta parte” de la clasificación final. Esta realidad tiene dos posibles lecturas.

La optimista es que estoy muy bien de forma y que he descubierto tardíamente que la montaña es el terreno en el que mejor me muevo. Teniendo en cuenta como me siento de ánimo runneril en las últimas semanas, las molestias en las rodillas y en algunos tendones y que yo de montañero tengo más o menos las mismas dotes que de sacerdote, pues no me parece que sea la mejor explicación.

La otra lectura que se me ocurre es que en el VI Medio Maratón de Montaña Solidario de Madrid debieron participar muchos debutantes o novatos en la montaña. Tengo la impresión que esta carrera es para los que se inician en montaña lo que el Medio Maratón de Ciudad Universitaria es para los que se empiezan en el asfalto.

Primera…segunda….primera….¡Venga va, me quedo con la segunda explicación!

Ya solo me queda agradeceros vuestra paciencia a los que hayais logrado leer hasta aquí

¡Sed felices!

Nota: Por cierto, si cae en vuestras manos el nº 43 de la revista Planeta Running (mes de noviembre), echadle un vistazo a la página 12 que hay un pequeño artículo muy chulo ;-)

*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*-*

6 comentarios:

Locus Amoenus dijo...

Enhorabuena por tu carrera a pesar de las malas sensaciones que tuviste y por esa afición a la fotografía que haces que nos beneficiemos todos teniendo esos recuerdos de la prueba.

Anónimo dijo...

Gran crónica Arganzboy.Yo también estuve en Somosierra y describes a la perfección como fue la carrera.Lo bueno es que estas carreras son las que recuerdas durante mucho tiempo.Sobretodo el avituallamiento de las "Tres provincias".

Arganzboy dijo...

Gracias Locus. Igualmente. Si además de correr puedo hacer fotos, mejor que mejor.

Gracias Anónimo. Efectivamemte el paso por las Tres Provincias de esta edición creo que tardaré mucho en olvidarlo.

Saludos

Pietro Menea dijo...

Por lo que cuentas, carrera calcada a la del año pasado, yo me he quedado con ganas de correrla este año, pero mis lumbares no habrian aguntado las exigencias del terreno.
Me ha gustado mucho el prologo de la cronica, muy de cinema paradiso.
Un placer leerte arganzboy, a ver si nos vemos un dia corriendo.
Ciao.

yonhey dijo...

Buena carrera, desde luego casi épica con esas condiciones climatológicas arriba. Salu2

Arganzboy dijo...

Pietro, cuida las lumbares, ¡esas grandes puñeteras! Me guardo el paralelismo con "Cinema Paradiso": aquí, en este cine, también proyecto "películas"... ¡Solo espero que no se me queme el chiringo! ;-)Saludos

Yonhey, la verdad es que lo de la niebla y el viento fueron un aliciente más. Te leí que estabas con fiebre y tuviste que abandonar. En Oporto seguro que te desquitas. Suerte allí. Saludos