jueves, 7 de mayo de 2009

Mapoma 2009. Estados de ánimo

Por séptima vez me encuentro en la madrileña Plaza de la Cibeles un último domingo de abril a primera hora de la mañana. Hace bastante fresco, el cielo está más negro que el sobaco de un grillo y sopla un vientecillo tocapelotas. No tengo ninguna gana de correr, sentimiento no muy acorde con lo que he venido a hacer: mayormente participar en la trigésimo segunda edición del Maratón Popular de Madrid (MAPOMA).

Llevo toda la semana previa dándole vueltas al coco. Hace tiempo que me encuentro cansado. Compatibilizar las largas e intensas jornadas laborales, con la familia y las correrías me exige cada vez un esfuerzo mayor. Además este invierno han pasado por este cuerpazo un amplio elenco de enfermedades menores y la creme de la creme de la clase viral. Si al cansancio acumulado lo coronamos con la guinda de la ya conocida ansiedad de los días previos a la carrera (aunque no se tenga ningún objetivo, como es mi caso), obtenemos un estado de ánimo muy alejado del que se espera tenga un aficionado a emular a Filípides.

En cualquier caso, ya he acumulado cierta experiencia en estas lides y sé de buena tinta que una vez se dé la salida los sentimientos negativos irán desapareciendo paulatinamente con el paso de los kilómetros. O tal vez no.

..//..//..//..//..//..//..//..


Bruce y yo formamos ya parte de la multitud de corredores que estamos esperando la salida. Como siempre, estamos situados a hacer puñetas del punto de partida, pero no nos importa.

Quedan cinco minutos para las nueve y comienza a llover ¡Lo que faltaba para arreglar mi estado de ánimo! Acordándome estoy de los progenitores del dios de la lluvia cuando se oye a lo lejos el disparo de salida. Tardamos tres minutos en traspasar la línea de salida. Esta vez no siento ese agradable escalofrío de ediciones anteriores, ese calambre que me recorre de arriba a abajo y me pone los pelos de gallina y la piel de punta. Y es que, cuando estoy en plan negativo, no me aguanto ni yo.

Para intentar protegernos en lo posible de la cada vez más intensa lluvia, avanzamos por el lado derecho del Paseo de la Castellana y vamos aprovechando el efecto paraguas de los arboles. Al llegar a la altura del Santiago Bernabeu, de la Meca del futbol, de la Casa Blanca, encontramos el primer cambio “inesperado” en el recorrido: abandonamos la Castellana, antiguamente Avenida del Generalísimo (¿existe este grado en el escalafón militar? ¿Y el de coronelísimo? ¿Y el de cabísimo?), para tomar la C/ Concha Espina, rodear el coliseo blanco por la subida de C/ Padre Damián y volver al Paseo de la Castellana por la Avenida de Alberto Alcocer. En este tramo no hay árboles que valgan y en apenas unos minutos nos ponemos como sopas.


Abro aquí un paréntesis. Cuando a lo largo de esta entrada mencione lo de cambios “inesperados” en el trazado, no quiero decir que fueran improvisados por la organización. El adjetivo “inesperado” hace referencia a que yo, en mi pasotismo, ni siquiera me he preocupado de mirar el recorrido de este año. Sólo sé que ya no se llega a la meta por C/ Menéndez Pelayo, sino por C/ Alfonso XII y la C/ Alcalá. Cierro el paréntesis.

Una vez abandonamos el Paseo de la Castellana para tomar la vía que lleva el nombre del hispanista francés Mauricio Legendre, la lluvia cesa. Han sido alrededor de cuarenta minutos cayendo agua, pero finalmente el dios de la lluvia ha atendido mis plegarias. Estamos bastante mojados y, con el viento racheado que sopla, la sensación de frio se acrecentar. Ahora la tarea más importante es no meter los pies en ninguno de los charcos que se han formado, pues aunque las zapatillas y los calcetines están húmedos por la lluvia, no han llegado a empaparse.

Con este panorama llegamos al kilómetro diez, ubicado este año en la C/ Principe de Vergara y por el que transitamos con un tiempo de 58:33 (5:51 min/km), 2 min 39 seg más que en la edición anterior. La lluvia y el negativismo parece que están haciendo mella.

Apunte de culturilla general: Que sepáis ustedes vusotros que la calle Príncipe de Vergara lleva este nombre en honor del general y regente de España Don Joaquín Baldomero Fernández Espartero Álvarez de Toro (1793-1879). Este general vino a ser como la Duquesa de Alba actual en lo que a cantidad de títulos nobiliarios se refiere: además de Príncipe de Vergara, fue también Duque de la Victoria, Duque de Morella, Conde de Luchana y Vizconde de Banderas. ¡Ilustrarsen coño que no todo va a ser correr y de correr!

..//..//..//..//..//..//..//..


Por el puente de C/ Raimundo Fernández Villaverde, el cielo comienza abrir y nos llegan los primeros rayos de sol. Para mi endeble estado de ánimo es una gran alegría.

A partir de la Glorieta de Cuatro Caminos, comienza la que quizás sea la parte más favorable del maratón. El continuo descenso por C/ Bravo Murillo, Avenida de Islas Filipinas y finalmente por la animada C/ Guzmán el Bueno, desemboca en C/ Alberto Aguilera. Unos hectómetros más allá, llega la segunda variación “inesperada” en el recorrido. En vez de tomar la angosta C/ Fuencarral en la Glorieta de Bilbao, seguimos hasta C/ Mejia Lequerica y alcanzamos la Gran Vía a través de la C/ Hortaleza.

Las obras que asolan la Puerta del Sol (Maleni, ay Maleni, tanta paz lleves como descanso dejas ¡Tiembla Europa!), hacen que la calzada se estreche y corramos con apreturas pero, sobre todo, impide la presencia de público en uno de los tradicionales puntos de mayor animación. Como no hay mal que por bien no venga, los espectadores se han apostado en masa en los primeros metros de la C/ Mayor, convirtiendo la adoquinada vía en un pasillo de aplausos y gritos de ánimo que te llevan en volandas hasta el Palacio Real.

El kilómetro veinte se encuentra en la C/ Ferraz, poco más allá de la Plaza de España. Por allí nuestro crono marca 1:53:09, lo que supone una media en estos segundos diez mil de 5:27 min/km o, lo que es lo mismo, una mejora por kilómetro respecto al primer parcial de 24 segundos. Si tomamos como referencia el conjunto de los veinte kilómetros la media es de 5:39 min/km. En estos últimos diez mil metros mi cuerpo y mi mente se han entonado y la camiseta y las zapatillas se han ido secando a la vez que yo también entraba en calor. En el cielo se alternan nubes y claros pero no hay amenaza de lluvia inminente y la temperatura es fabulosa para correr. Todo parece ponerse de cara.

Bruce me dice que tire, que me vaya solo para adelante. Sus rodillas se están quejando y prefiere disminuir el ritmo. Le deseo suerte, avivo ligeramente la marcha y me preparo para afrontar el resto de la carrera en solitario.

..//..//..//..//..//..//..//..

Por la media maratón paso cinco segundos antes de que el reloj marque la 1:59:00. Desde allí, la sucesión de “paseos” (Moret, Pintor Rosales, Camoens y Ruperto Chapí) con perfil muy favorable, me conducen hasta el inicio de la siempre monotona y sosa recta de la Avenida de Valladolid. Ya en la Glorieta de San Vicente, una cuesta muy pronunciada y con el firme en mal estado por las obras, enlaza con el Puente del Rey, a sólo unos metros de entrar en la Casa de Campo. En mi cabeza, el indicador de nivel de canguelo sube rápidamente. El trayecto que transcurre por este antiguo lugar de caza de la realeza, es uno de los tramos que menos me gusta del MAPOMA y que suele atragantárseme invariablemente.

Las primeras veces que corrí el maratón madrileño, el tránsito por la Casa de Campo era de refilón y más corto, aunque tenía como inconveniente el que llegaba con la carrera más avanzada y después de haber transitado por las aburridas Ciudad Universitaria, Avenida de Valladolid e incluso unos metros por la M -30 (¡tié huevos!). En las últimas ediciones, aunque el paso por este pulmón verde de la capital llega antes (alrededor del kilómetro veinticinco), también es bastante más largo. Además mentalmente se hace más duro, pues tras recorrer el Paseo del Embarcadero, el Paseo Azul y el de Torrecilla, la carrera se interna en la Casa de Campo hasta el final del Paseo de los Plátanos desde donde se inicia la vuelta hacia el lago. Para más inri, existen un par de puntos en los que los que van se cruzan con los que vuelven ¡y eso jode!

El año pasado, durante los kilómetros casacampiles, me sobrevino un incomprensible bajón en forma de cansancio, mareillo, mal cuerpo e incluso dolor de cabeza. Por esta razón desde que cruzo la en proceso interminable de remodelación Puerta del Príncipe, me voy chequeando de forma continua. Sin embargo los metros van pasando, me encuentro bien y no ceso de adelantar corredores. Tanto es así que cuando me doy cuenta ya estoy enfilando las empinadas rampas del Paseo Puerta del Ángel que me llevan a la cuesta abajo de la Avenida de Portugal.

Hace poco he pasado por el kilometro treinta (Paseo del Robledal), y el crono ha marcado 2:46:58 lo que da una media de 5:33 min/km . El tiempo es prácticamente clavado al de la edición anterior, cuando pase por la treintena con quince segundos menos. También como ocurrió hace ahora un año, el tercer diez mil ha sido el más rápido de los tres, con un tiempo de 53:50 (5:22 min/km).

..//..//.//..//..//..//..//..

C/ Marqués de Monistrol y la Glorieta del Puente de Segovia están repletos de gente animando. Esta vez me da la sensación de que, a pesar de que la mañana no parece estar para muchas coñas, el número personas que se ha echado a la calle para empujarnos con sus palabras y aplausos es muy superior al de ediciones anteriores. Muchas gracias a todos pues aunque no lo creáis nos ayudáis sobremanera.

Justo al inicio del Paseo de la Ermita del Santo están mi padre y mi hermana. Es la última vez que los veré hasta que cruce la meta, así es que me cargan las alforjas con dos pastillas de glucosa, una botellita de Aquarius y una novedad en mis participaciones maratonianas: el MP4. Esto es un pequeño experimento ya que como he perdido hace tiempo la compañía de Bruce, voy a buscar en la música un compañero/aliado que me ayude en los últimos kilómetros. Me pongo lo auriculares, pulso el on (ondesenciende) del aparatito, doy al play y subo el volumen. En unos segundos el Losing Touch de The Killers entra por mis oídos

Console me in my darkest hour
Covince me that the truth is always grey
Caress me in your velvet chair
Conceal me from the ghosts you cast away…

La música ha sido un chute de adrenalina en vena y tengo que contenerme para no pegarme un peazo sprint que pueda pasarme factura unos kilómetros más adelante. Como el volumen está bastante alto, la sensación es curiosa. Veo a la gente aplaudir y animar, pero sus aplausos y sus voces son sustituidos en mis tímpanos por la música del grupo estadounidense. Es algo así como estar dentro de un videoclip o de un resumen de esos que ponen en la tele y que ambientan con una canción que hace las veces de banda sonora ¡Mooooooola!

Tras ver como un corredor de los que me precede se pega un trompazo al pisar el envase vacio de un gel y después de dejar a la derecha el sentenciado estadio del Atleti, alcanzo el tercer cambio “inesperado” del recorrido. En vez de tomar el Paseo de los Melancólicos (joder, con ese nombre me hubiera vuelto a entrar el bajón), bajamos hasta el Paseo Virgen del Puerto. Esto obliga a subir la C/ Segovia desde el puente del mismo nombre hasta la Ronda de Segovia. Muchos corredores andan en los últimos metros de la cuesta pero The Killers y yo subimos como motos y adelantamos posiciones con una facilidad pasmosa. Estoy camino del kilómetro treinta y seis y todavía no he pasado ningún mal momento. Sé y estoy concienciado de que llegará, porque la experiencia me dicta que no hay maratón sin momento jodido. ¿O si lo hay?

La subida muy tendida del Paseo Imperial y la ligera bajada de C/ Dóctor Vallejo Nágera me sirven para seguir adelantando a decenas de corredores y motivarme de cara a los últimos kilómetros. Al llegar al Paseo de las Acacias me llevo el alegrón del día. El cuarto cambio “inesperado” del trazado consiste en no continuar por Vallejo Nágera para ir a buscar más tarde la C/ Ferrocarril , C/ Bustamante y C/ Méndez Álvaro, sino que este año nos toca ascender por el propio Paseo de las Acacias hasta la Glorieta de Embajadores ¡Esto significa que me libro del Vía Crucis que trescientos sesenta y cuatro días atrás me supuso la subida de Méndez Álvaro! ¡No tengo que pasar de nuevo por ese tramo de infausto recuerdo en el que el tío del mazo se me subió a la chepa y me estuvo dando collejas durante un buen rato! ¡Quitense del medio que ya no hay quien me pare!

La subida la hago todavía bajo los efluvios del alegrón y con los ánimos de un gran número de personas apostadas a ambos lados de la calle (¿Quizás ayude que el rastro está por allí cerca?). Mi cabeza está ocupada pensando que con seguridad este es el mejor trazado de todas las ediciones mapomiles en las que he participado y, cuando me quiero dar cuenta, estoy ya junto a la estación de Atocha. ¡Quedan alrededor de dos mil quinientos metros y el mal momento de todo maratón sigue sin llegar! Empiezo a pensar que ya no vendrá.

Tras superar el kilometro cuarenta en 3:41:44 (5:32 min/km), ya veo al fondo la monumental puerta, mandada construir por Carlos III (el mejor alcalde de Madrid según dicen) allá por el siglo XVIII. Un último esfuerzo para subir hasta la entrada al Retiro y confirmar que, al menos esta vez no habrá momento malo. Ya sólo me queda dejarme llevar y disfrutar con alegría de la recompensa de los dulces últimos metros.

Nota 1: Hacer mención a la buenísima organización, resaltando la novedad de los avituallamientos cada dos mil quinientos metros a partir del kilómetro diez.

Nota 2: Mi tiempo neto final fue de 3:53:57, con una segunda media casi cuatro minutos más rápida que la primera. Como curiosidad y dato representativo, los datos provisionales dicen que en el kilómetro diez mi posición era la 6.545, mientras que en la línea de meta entré en el puesto 4.569. ¡En poco más de treinta y dos kilómetros adelanté a dos mil participantes!

Nota 3: Las foros que ilustran esta crónica están sacadas de mi cosecha propia, de www.maratonmadrid.org, www.forofosdelruning.com y www.portalatleta.com


S'acabó. ¡Hasta la próxima!

..//..//..//..//..//..//..//..