Por el kilómetro veinticuatro aproximadamente (Foto: Organización) |
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1. EL ORIGEN
En la entrada que suelo hacer como resumen del año que acaba y en la que apunto los objetivos que pretendo acometer en el ejercicio siguiente, en la correspondiente a 2011 escribí lo siguiente: “(…) habría dos retos que me gustaría conseguir. El primero sería completar un maratón de montaña. El segundo lo veo aún más complicado si cabe y consistiría en correr una prueba de cien kilómetros o similar.” Aplazado ya hace tiempo el segundo, el primer objetivo todavía no estaba olvidado.
He de confesar que cuando escribí lo del maratón de montaña en mi mente estaba participar en el Maratón Alpino Madrileño (MAM). Finalmente no pudo ser porque me pilló muy verde en preparación. Desaprovechada esa oportunidad, durante los meses de verano fui sumando carreras por el monte en las que si bien disfrutaba como un enano, siempre acababa muy justito, lo que me sembraba muchas dudas acerca de si iba a poder con un maratón completo.
El punto de inflexión llegó apenas hace un par de semanas con el VII Medio Maratón de Montaña Solidaria de Madrid. Aunque se trataba de una prueba “llevadera”, el mejorar sobradamente mi crono del año anterior y el acabar con buenas sensaciones supuso un agradable espaldarazo a mi estado de ánimo que me hizo retomar la idea de atreverme con un maratón. Esta circunstancia fue coincidente en el tiempo con el descubrimiento de una nueva carrera de montaña que se iba a celebrar en San Lorenzo de El Escorial y en la que se podía elegir entre completar veinte kilómetros o cuarenta y dos ¿Podía dejar esa oportunidad?
Terceto subiendo Abantos (Foto: Organización) |
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2. LA PREVIA
El evento en cuestión se denominaba “La Montaña Solidaria” y era la última de las seis pruebas incluidas en el circuito de carreras Races Trail Running. A priori parecía tratarse de una carrera de montaña asequible. El desnivel acumulado en la prueba de los cuarenta y dos mil metros no era excesivo y el recorrido no tenía pinta de ser muy técnico.
Sin embargo existían dos incertidumbres que me hacían albergar serias dudas de si no sería mejor olvidarse de la distancia larga y optar por la más corta. La primera era la falta de información previa a la carrera. La prueba de San Lorenzo, como las del resto del circuito, estaba organizada por la sociedad GEMD, S.L. en colaboración con algún organismo o empresa local (en este caso el Ayuntamiento de San Lorenzo de El Escorial), y patrocinada por Adidas y El Corte Inglés. En principio esto parecía infundir cierta confianza: aunque se tratara de la primera edición, el organizador tenía experiencia previa y los patrocinadores eran empresas de renombre. Pero el caso es que a falta de cuatro días para la celebración de “La Montaña Solidaria”, la única información que constaba en la página web era un recorrido marcado sobre una imagen de google maps. Solo a partir de entonces incluyeron un plano con la ubicación de los avituallamientos y el perfil del trazado.
La segunda incógnita era el tiempo. Unos días antes la previsión meteorológica anunciaba una alta probabilidad de lluvia y temperaturas bastante bajas. Sinceramente no me hacía ninguna gracia estar alrededor de seis horas por la montaña mojándome y pasando frío. Menos mal que en las últimas jornadas la predicción fue mejorando hasta descartar prácticamente la existencia de precipitaciones.
En resumen, que aunque en mi fuero interno tenía la intención de completar mi primer maratón de montaña, no tomaría al decisión hasta el último momento.
Y en estas me encontraba cuando llegó el sábado. Después de un buen madrugón y de recoger a Bruce (también debutaba en un maratón de montaña), pusimos rumbo a San Lorenzo de El Escorial donde llegamos todavía de noche. Tras aparcar, nos dirigimos a recoger el dorsal y chip junto a la lonja del Monasterio, donde estaban situadas la salida y la meta de las dos pruebas. De ahí vuelta al coche a deliberar sobre la vestimenta y utensilios a llevar.
Parecía que la temperatura era fresca y que el cielo estaba encapotado así es que opté por ser previsor y aplique el "más vale que sosobre que no que fafalte". Abajo calcetines, calzas, pantalones cortos y mallas. Arriba camiseta ajustada de manga larga, camiseta finolis de manga larga también y chalequito cortavientos. Después del coñazo que me dio el portabidones en la carrera de Somosierra, elegí salir con la mochila que me había comprado la tarde anterior (justo lo que recomiendan no hacer) y en la que guardé un chubasquero, una gorra, una botella de agua, una barrita energética y dos pastillitas de glucosa. La verdad es que a toro pasado la elección de correr con mochila fue muy acertada.
Los hombres que corrían junto a los caballos. Alrededor del veinticinco. (Foto: Arganzboy) |
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3. MONTE ABANTOS
A las 9:00 estábamos ya en la línea de salida junto al resto de los aproximadamente seiscientos participantes que sumábamos entre las dos distancias. Tras unos primeros metros llanos rodeando el impresionante monasterio mandado construir por Felipe II, enseguida comenzó una interminable cuesta arriba que debía conducirnos hasta la cima del monte Abantos, ya pasado el punto kilométrico 8,000. El tramo inicial del ascenso se realizaba sobre el asfalto de las calles del municipio, para después de unos dos mil metros entrar en una pista forestal. Cerca del primer avituallamiento (kilómetro cuatro), se tomaba un camino que no daba de sí para absorber a tantos corredores, por lo que hubo que comenzar a andar. A partir de entonces, siempre rodeados de pinos, la pendiente se endurecía por lo que la mayoría optamos por completar el resto de la subida caminando.
Un poco antes de llegar a la cima del monte que toma su nombre del abanto un ave rapaz semejante al buitre, pero más pequeña y con la cabeza y el cuello cubiertos de plumas, abandonamos la zona de pinares para tomar de nuevo una pista forestal que nos condujo a la cumbre. Allí lo que parecía un gran cartel publicitario amarillo (que en realidad se trata de un panel reflector de señal electromagnética) y una estación meteorológica afeaban el entorno. Aún así, las vistas eran espectaculares. Con 1.753 metros de altura sería el punto más elevado al que íbamos a ascender en toda la carrera, por lo que se agradecía que estuviera colocado al inicio cuando las fuerzas estaban todavía intactas. Desde este punto daba inicio un largo aunque no continuado descenso que debía llevarnos hasta aproximadamente el kilómetro quince.
Un poco antes de llegar a la cima del monte que toma su nombre del abanto un ave rapaz semejante al buitre, pero más pequeña y con la cabeza y el cuello cubiertos de plumas, abandonamos la zona de pinares para tomar de nuevo una pista forestal que nos condujo a la cumbre. Allí lo que parecía un gran cartel publicitario amarillo (que en realidad se trata de un panel reflector de señal electromagnética) y una estación meteorológica afeaban el entorno. Aún así, las vistas eran espectaculares. Con 1.753 metros de altura sería el punto más elevado al que íbamos a ascender en toda la carrera, por lo que se agradecía que estuviera colocado al inicio cuando las fuerzas estaban todavía intactas. Desde este punto daba inicio un largo aunque no continuado descenso que debía llevarnos hasta aproximadamente el kilómetro quince.
Voy aquí a hacer un paréntesis para mencionar un aspecto que me llamó poderosamente la atención y que me pareció digno de elogio. La primera edición de La Montaña Solidaria fue también la Final del Circuito Nacional de Carreras por Montaña 2012 para Ciegos y Deficientes Visuales. Estos deportistas practican el atletismo de montaña en equipos de tres personas cuyos componentes están “unidos” por una pértiga que todos agarran con la misma mano (o todos tienen la barra a la izquierda o todos a la derecha). Los tercetos están formados por un guía que va en cabeza, un ciego total que se sitúa en el medio y un atleta con deficiencia visual que cierra el grupo. Hubo alrededor de diez equipos que participaron en la prueba de los veinte kilómetros.
Bueno, a lo que iba. Si ya había sido llamativo verlos subir con soltura, observarlos bajar con la destreza y la velocidad con que lo hacían era simplemente impresionante. Solo con pequeñas instrucciones del guía (“cuidado piedras grandes”, “levantad ahora bien las rodillas”, etc), las tripletas negociaban las rampas de descenso mejor que muchos de los que tenemos la visión casi perfecta. Mi admiración y mi enhorabuena para todos ellos.
En mitad de la bajada, el punto kilométrico 11,000 marcaba un lugar de referencia. Allí se ubicaba el primer avituallamiento en el que se ofrecían líquidos y sólidos. Además de agua y bebida isotónica, podían degustarse una amplia gama de alimentos en plan “buffet”. Había naranjas, plátanos, avellanas, almendras, quesitos, membrillo, barritas de cereales, barritas de fibra y no sé si alguna cosa más que ya no recuerde. Pero decía que era un punto de referencia porque era el momento en que los participantes debíamos optar por seguir el recorrido corto (a la izquierda) o el largo (a la derecha). Aproximadamente uno de cada tres elegimos dar un largo rodeo antes de regresar a las inmediaciones del monasterio escurialense.
Al paso por la cima de Abantos (Foto: Arganzboy) |
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Apenas uno o dos hectómetros después del avituallamiento se abandonaba la vía forestal para internarnos en un camino más estrecho que seguía descendiendo a través de praderas durante unos cuatro mil metros más. En este tránsito, a nuestra derecha se abría un amplio y vasto paisaje en el que la principal referencia era la presa de El Tobar. La bajada era muy tendida salvo la cuesta de unos quinientos metros de longitud que se ubicaba justo al final y que desembocaba en un estrecho valle. Con un buen número de piedras sueltas de considerable tamaño, posiblemente fuera una de las partes más técnicas de toda la prueba.
Encerrado entre las paredes de las montañas, el tránsito por el valle era bastante llano y personalmente me resultó encantador. Las varias veces que la amplia vía forestal que seguíamos cruzaba sobre afluentes que supongo alimentarían el caudal del río Aceña, contribuían a acentuar la belleza del entorno. Pasado el edificio de la Escuela de Pesca, se salía a una carretera donde apenas se recorrían los metros suficientes para superar el puente que nos permitía cruzar el río. Justo después se encontraba un nuevo avituallamiento líquido. Aunque en él había un cartel que anunciaba que nos encontrábamos en el punto kilométrico 19,000, los forerunner de algunos de los participantes que allí coincidimos se empeñaban en decir que solo habíamos recorrido poco más de dieciséis kilómetros desde la salida.
La verdad que el tema de las distancias y sus señalizaciones fue francamente mejorable. Salvo en los avituallamientos y en un par de lugares más, no se señalaron los puntos kilométricos. Y donde se marcaron, a decir de los que portaban gps y de las sensaciones propias, tengo el pensamiento de que no estaban muy bien ubicados. Adicionalmente, la carrera se anunciaba sobre una distancia de cuarenta y dos mil metros pero muchos forerunner marcaron finalmente más cerca de los cuarenta kilómetros que de los cuarenta y dos. En fin, la discusión sempiterna.
Volviendo a la carrera, tras el avituallamiento se tomaba un estrecho camino que nos conduciría a la población de Robledondo. En un inicio superaba un elevado desnivel en el que era impepinable tener que ir andando. A continuación discurría serpenteante y con pequeños, llevaderos y sucesivos subebajas por la ladera de la montaña. Las vistas que quedaban a nuestra derecha eran dignas de disfrute. Finalmente y tras cerca de cuatro mil metros, el camino moría al llegar al pequeño casco urbano de Robledondo, único lugar civilizado que cruzaba la carrera. Este pequeño pueblo perteneciente al municipio de Santa María de la Alameda albergaba el cuarto avituallamiento de la competición y en él nos entretuvimos (Bruce y yo) unos buenos minutos. Llegué con hambre, y en una probatura descubrí un nuevo y sencillo manjar: quesitos con almendras. Me metí para el cuerpo cuatro triangulitos de queso y un par de puñados de almendras que me dejaron como un reloj y listo para seguir camino.
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5. LA PERDIDA
Abandonado Robledondo se ponía dirección noroeste, y por pistas forestales amplias y con buen firme se comenzaba de nuevo a ganar altura. Todo esta parte era corrible pero nosotros decidimos hacer andando algunos pequeños tramos para no forzar en demasía. Si desde que habíamos abandonado Abantos no sabía exactamente donde estábamos pero más o menos mantenía la orientación, en esta parte del recorrido la perdí completamente. Eso si, me pareció reconocer algunos lugares por los que pasé en la conocida como Travesía de las Cumbres Escurialenses uno catorce meses antes (¿el acercamiento e inicio de la subida al Risco Alto quizás?).
Calculo que tras unos dos kilómetros se alcanzaba el final de la ascensión y se entraba en una zona de pradera verde deliciosa, sin árboles y prácticamente también sin vegetación de monte bajo, en la que pacían caballos y algunas vacas. Al principio el terreno picaba suavemente para abajo para más tarde ganar en inclinación hasta el momento en que se cruzaba un pequeño arroyo y comenzaba de forma abrupta una nueva cuesta arriba. De acuerdo al plano facilitado por la organización, nos encontrábamos cerca del kilómetro veintiséis de carrera. Bruce, yo y otros seis participantes estábamos a punto de hacer una “excursión” que no entraba en los planes iniciales.
Seguíamos un estrecho sendero que llegado un momento determinado había que abandonar para, mediante un pequeño tramo de campo a través entre arbustos, alcanzar una nueva vía forestal. La señalización para salir del camino consistía en unas cintas de plástico puestas sobre la vegetación a nuestra derecha, cuando desde mi punto de vista lo correcto y más fácil de interpretar hubiera sido atravesar una cinta en el suelo del sendero para que lo abandonáramos. El caso es que alguno de los participantes que nos precedía no siguió el trazado correcto y siete más le seguimos.
Calculo que tras unos dos kilómetros se alcanzaba el final de la ascensión y se entraba en una zona de pradera verde deliciosa, sin árboles y prácticamente también sin vegetación de monte bajo, en la que pacían caballos y algunas vacas. Al principio el terreno picaba suavemente para abajo para más tarde ganar en inclinación hasta el momento en que se cruzaba un pequeño arroyo y comenzaba de forma abrupta una nueva cuesta arriba. De acuerdo al plano facilitado por la organización, nos encontrábamos cerca del kilómetro veintiséis de carrera. Bruce, yo y otros seis participantes estábamos a punto de hacer una “excursión” que no entraba en los planes iniciales.
Seguíamos un estrecho sendero que llegado un momento determinado había que abandonar para, mediante un pequeño tramo de campo a través entre arbustos, alcanzar una nueva vía forestal. La señalización para salir del camino consistía en unas cintas de plástico puestas sobre la vegetación a nuestra derecha, cuando desde mi punto de vista lo correcto y más fácil de interpretar hubiera sido atravesar una cinta en el suelo del sendero para que lo abandonáramos. El caso es que alguno de los participantes que nos precedía no siguió el trazado correcto y siete más le seguimos.
Como las “desgracias” nunca vienen solas, tuvimos la mala suerte de que unos ciento y pico metros allá comenzara una descenso muy pronunciado, estrecho y con piedras grandes sueltas (similar al que habíamos negociado alrededor del kilómetro quince) en el que estabas más preocupado de no estamparte que de fijarte si seguías la ruta proyectada. Solo cuando al final de la bajada apareció una bifurcación en la que no había ninguna señal visible, fue cuando empezamos a pensar que nos habíamos equivocado.
Reconocer nuestro error suponía tener que volver a subir una cuesta de muy señor mío, por lo que los primeros que llegamos decidimos avanzar un poco por el camino de la izquierda a ver si con un poquito de suerte encontrábamos alguna señalización que nos indicara que estábamos en la ruta correcta. Algunos de los que nos habíamos juntado empezaron a reconocer la vía como una zona por la que ya habíamos pasado antes, hipótesis que nos confirmo una botellita de agua tirada (los hay maleducados) en un lateral. Total que resignados emprendimos la vuelta.
Cuando llegábamos a la base de la cuesta había allí dos jóvenes en sus motos de cross que, antes de que nos dirigiéramos a ellos, nos preguntaron:
Cuestón tras superar el tercer avituallamiento (Foto: Arganzboy) |
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6. LO PEOR
Retomado el trazado correcto, enseguida alcanzamos el avituallamiento líquido del kilómetro veintisiete desde donde quedaban los últimos tres kilómetros de subida (hasta Risco Alto) de la prueba. Bruce me dijo entonces que tirara hacia delante yo solo porque iba más rápido que él en las subidas. Así lo hice, aunque nunca llegué a sacarle más de doscientos o trescientos metros. Se atravesaba primero una zona húmeda y sombría entre pinos junto un arroyo (creo recordar), luego una pradera, más tarde se seguía una vía forestal y finalmente unos centenares de metros campo a través bordeando un nuevo pinar hasta alcanzar Risco Alto. Esta era la última cima que se coronaba. A partir de entonces, salvo algunos repechos de no mucha importancia, todo era un descenso "agradable" hasta San Lorenzo de El Escorial.
La primera parte de la bajada llegaba hasta las faldas de Abantos, concretamente hasta el que había sido el avituallamiento del punto kilométrico once que ahora repetía en el treinta y tres. En esta primera fase se podían diferenciar tres subtramos. El primero se desarrollaba por un canchal bastante incómodo en el que lo mejor era buscar los laterales. El segundo subtramo más divertido y cómodo de transitar, discurría por un camino que serpenteaba para evitar rocas, árboles y alambradas. El tercero y último era un nuevo trozo de vía forestal con el que se alcanzaba el avituallamiento.
Sin duda alguna los seis kilómetros que separaban el quinto del sexto avituallamiento fueron los más sufridos de mi debut "maratonianomontañero". Y la “excusa mental” para esa debilidad fue el error que habíamos cometido al salirnos del trazado. ¡No paraba de darle vueltas a la cabeza! Lo peor par mí no era el hecho de haber tenido que completar una distancia de propina, sino la torpeza de haberme equivocado y, sobre todo, el volver a la competición en un lugar que no correspondía a la carrera que estaba haciendo. Antes del despiste estaba en una parte del “pelotón” en la que unos metros delante o detrás siempre tenía a un contrincante cerca. Ahora el número de participantes a los que podía tener a la vista era mínimo o incluso cero. También influyó perder la compañía de Bruce, pero aunque no lo veía, estaba seguro que no podía venir muy lejos.
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7. EL FINAL
El último avituallamiento con sólidos me lo tomé con calma. Mientras repetía mi nueva dieta de quesitos con almendras, departí con los voluntarios sobre como estamos viendo la carrera ellos desde su lado y yo desde el mío. En este tiempo a Bruce le dio tiempo a llegar y a avituallarse y, junto con otro participante que también había formado parte de aquel grupo de perdidos, partimos los tres en busca del monasterio.
La ladera de la montaña cubierta de pinos por la que se descendía entonces si me era conocida pues por allí habíamos retornado a San Lorenzo un año y pico antes tras haber finalizado la Travesía de la Cumbres Escurialenses. Era un tramo muy agradable y muy disfrutón, sobre todo la zona de las interminables “revueltas” (quince creo que conté). Precisamente a la salida de una de las curvas me despisté, tropecé con una raíz y me fui al suelo de morros. El guarrazo solo se saldó con un corte en la palma de la mano derecha.
Superado un último repecho en el que tuvimos que volver a andar, llegamos al avituallamiento del kilómetro treinta y nueve. El maratón estaba prácticamente concluido. El tránsito por las calles de San Lorenzo desandando (perdón, descorriendo) el mismo camino hecho casi seis horas atrás fue un subidón anímico. Con las vías prácticamente desiertas, las palabras de ánimo y las sonrisas de los voluntarios se agradecían sobremanera. Todos ellos estuvieron de diez a lo largo de toda la prueba.
La clasificación final dice que alcancé la meta en 5h 54min 25seg y que ocupé el puesto 152 de los 198 llegados. Pero eso es lo de menos.
El recorrido de la prueba larga |
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7. RESUMIENDO
La Montaña Solidaria resulto ser, en sus dos versiones, una carrera de montaña muy corrible, con muy pocos tramos de exigencia técnica, de preciosos y variados paisajes, con muchas zonas para disfrutar y divertirse y, como consecuencia de todo ello, una excelente oportunidad para iniciarse en esta modalidad. Además hubo suerte y finalmente las condiciones meteorológicas acompañaron con un cielo muy cubierto, sin lluvia y una temperatura bastante agradable.
La organización fue buena en carrera pero muy mejorable en todo lo que la rodeo. Me explico. Los avituallamientos estuvieron bien ubicados, muy bien atendidos y fenomenalmente surtidos. El recorrido estuvo bastante bien balizado, salvo en mi opinión en el punto en que he indicado que unos cuantos corredores nos perdimos. Todas las personas que nos atendieron a lo largo de la prueba desde la entrega del dorsal hasta el avituallamiento en meta, pasando por los de los puntos de avituallamiento intermedios y los que se encontraban en los desvíos de algunos caminos, hicieron una labor excepcional.
En cuanto a los aspectos a mejorar, el primero debería ser la información previa de la carrera. Hasta apenas cuatro días antes de la celebración era muy escasa por no decir casi nula. A modo de ejemplo, ni se tenían los perfiles de ambas distancias ni la ubicación de los puntos de avituallamientos. Esto es especialmente grave cuando se está hablando de una carrera de montaña. Aunque menos importante, también sería mejorable la señalización de los puntos kilométricos (no digo de todos, pero a lo mejor cada cinco kilómetros) y que los que se indicaran coincidieran con la distancia real.
Por último hacer referencia a que la prueba se anunciara como solidaria, incluyendo incluso el adjetivo en la denominación del evento. Señores organizadores, que de los veintiocho euros (creo recordar) que me costó la inscripción, uno de ellos se destine a fines solidarios creo que no otorga el derecho a tal denominación. No queramos vender una cosa como algo que no lo es.
Pero no es solo la organización la que debe mejorar. También sería necesario que algunos de los participantes se concienciaran de que en las carreras por montaña no se pueden tirar las botellas, envoltorios, envases, etc… allá donde a cada uno le venga bien. Por favor un poquito, solo un poquito de civismo y educación.
Dicho todo esto, pienso que si a esta carrera se la cuida un poco más en los detalles, se la da continuidad, se consigue cierta implicación de los lugareños y se mejoran ciertos aspectos, puede convertirse en una prueba de referencia en los próximas ediciones. Ojalá sea así.
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8. SALUTACIONES
Durante la carrera coincidí en varios tramos con el incansable Yohney. Al parecer tuvo algunas molestias estomacales durante la prueba, pero la acabó felizmente. Creo que era su quinto maratón en lo que va de año, amén de un sinfín de pruebas más ¡Una pasada! Enhorabuena.
En la meta pude saludar y conversar con algunos integrantes de la Paquetería (Corredor de Cañamares, Silvestre, Gebrelayos y Canillas) y con Garabitas. ¡Que buen rollo irradian y que bien se lo pasan siempre!
También un recuerdo (pero sin mariconadas) para Bruce con el que ya no sé cuantas carreras he corrido y que completó también su primer maratón de montaña. Este año con el Rock'n Roll Madrid Marathon, los 100 kilómetros en 24 hora de Corricolari y La Montaña Solidaria ya ha cumplido con creces
En la meta pude saludar y conversar con algunos integrantes de la Paquetería (Corredor de Cañamares, Silvestre, Gebrelayos y Canillas) y con Garabitas. ¡Que buen rollo irradian y que bien se lo pasan siempre!
También un recuerdo (pero sin mariconadas) para Bruce con el que ya no sé cuantas carreras he corrido y que completó también su primer maratón de montaña. Este año con el Rock'n Roll Madrid Marathon, los 100 kilómetros en 24 hora de Corricolari y La Montaña Solidaria ya ha cumplido con creces
Y para acabar, mi agradecimiento a todos los lectores que hayan llegado hasta este punto de la crónica. ¡Que aguante tenéis!
Sed felices
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Bajando Abantos (Foto: Arganzboy) |
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