Para más inri, parece que mi ilusión no es compartida por el pequeño cabezón, pues pronto comienza a llorar y a intentar zafarse de mis brazos. Decido dejar de correr y ponerme a andar mientras le tranquilizo. Al cabo de unos cuarenta metros parece que la idea da resultado. Ha dejado de llorar, aunque su cara y su conejo de trapo apretado con fuerza contra el pecho denotan cierto miedo. Reemprendo la carrera de forma lenta. Me adelantan muchos corredores y estoy perdiendo bastante tiempo pero me da igual, ese no es hoy el objetivo.
La pancarta de meta se acerca. Recuerdo otra vez esa promesa tantas veces repetida en mi interior de que el primer maratón que corriera después de ser padre lo culminaría con mi hijo en brazos. He tenido que esperar mucho tiempo, casi dos años, pero el momento ha llegado.
Sólo quedan unos metros. Le beso y levanto mi brazo izquierdo hacia el cielo. Me dejo llevar mientras disfruto del breve instante. El sonido del lector de chips me devuelve a la realidad. Otra promesa cumplida.
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La salida del MAPOMA se encuentra ubicada a unos treinta minutos a buen paso de mi casa. El camino que me lleva a ella es el mismo que recorro todos los días para ir al trabajo. Sin embargo las circunstancias de esta mañana son muy diferentes a las de un día normal. El asfalto, poblado de coches entre diario, está prácticamente vacío. La cara afeitada, el traje, la corbata y los zapatos que luzco en los días laborables, han dejado paso a la barba de dos días, a las mallas, a la camiseta y a las deportivas. Las personas habituales de las mañanas han sido sustituidas por algunos jóvenes que, a juzgar por sus caras, vuelven de una larga noche de juerga.Llegado a la verja del Retiro, mi pensamiento vuelve a la carrera. Si alguien me hubiera preguntado hace diez días sobre la previsión de mi marca, le hubiera contestado con la posibilidad un triple escenario. El primero, el más optimista, la cifraba entre las 3h 40 min y las 3h 45 min. Conseguirlo supondría un notable esfuerzo, pero dado el tiempo realizado hace apenas un mes en el Medio Maratón de Fuenlabrada (unos segundos por debajo de 1h 36min) no era algo descabellado. El segundo escenario y quizás el más realista era el de terminar cómodamente por debajo de las cuatro horas. La tercera posibilidad era la más pesimista y consistía en irme por encima de los doscientos cuarenta minutos. Si alguien me preguntara hoy sobre la previsión de mi marca, con el dolor de pecho y el constipado sufrido en los inicios de la semana, la primera posibilidad barajada hace siete días estaría completamente descartada.
Con estas tribulaciones recorro el tramo de la C/ Alcalá que une el Retiro y Cibeles. Allí, en la fachada del Palacio de Linares, he quedado con mi padre, mi hermana y Bruce. Los dos primeros serán los encargados de las labores logísticas. Bruce correrá conmigo.
Los primeros kilómetros son de sobra conocidos. Transitan por el Paseo de la Castellana y los he repetido en las seis veces que he tomado la salida de este maratón. Me sirven para ir cogiendo el ritmo, para ir eliminando nervios y para darme cuenta de que el calor va a ser mayor de lo que pensaba. Tras cinco kilómetros lentos de continua subida (vamos por encima de los 6 min/km), superamos la Plaza de Castilla y entramos en un tramo más favorable que nos ha de conducir hasta la Plaza de República Argentina, donde se sitúa el kilómetro diez de carrera. A estas alturas hemos cogido ya el ritmo de crucero y nuestro tiempo es de 55:54 (5:35 min/km).Al comienzo de la C/ Ferraz vuelvo a encontrar el apoyo logístico familiar. Aunque se ha nublado y el calor es un poco más llevadero, decido coger la segunda botella de Aquarius que había metido en la mochila y una pastilla de glucosa (la que llevaba desde la salida la había consumido unos minutos antes). En este punto se unen a nosotros dos conocidos de Ignacio que le van a acompañar un par de kilómetros. Dado que para él es su primer maratón y su intención es acabarlo en 4:15:00, tengo el temor de que el ritmo que estamos llevando le pasé factura en el segunda parte de la carrera. Si a esto unimos que a la altura de carrera en la que nos encontramos me siento realmente bien, decido que es el momento de acelerar un poco el paso. Bruce está de acuerdo conmigo y decide acompañarme. Ignacio opta por seguir su ritmo. Su decisión fue muy acertada pues al final acabo alrededor de las 4h 5 min, diez minutos por debajo de sus previsiones.

Por el kilómetro veinte ya pasamos solos Bruce y yo . Nuestro tiempo neto es de 1:51:38 (5:34 min/km), lo que significa que los estos diez mil metros han sido nueve segundos más rápidos que los primeros. Tras unos metros por C/ Pintor Rosales, giramos a la derecha y entramos en el territorio del Trofeo San Antonio de la Florida, carrera de diez kilómetros a disputar allá por el mes de Junio. Las bajadas del Paseo de Camoens y del Paseo de Ruperto Chapí (donde está ubicado el medio maratón que cruzamos en 1:57:26) se continúan con las llanas rectas de la Avenida de Valladolid y el Paseo de La Florida. En la Glorieta de San Vicente, justo enfrente de la antigua estación de Príncipe Pío (ahora centro comercial y cultural), el gran número de espectadores estrecha el paso reservado a los corredores llevándolos casi en volandas con sus gritos de ánimo y sus aplausos. Allí me esperan de nuevo mi padre y mi hermana, quienes me suministran la última botellita de Aquarius, una barrita de Twix y otra pastilla de glucosa. Estoy a las puertas de la Casa de Campo.
Estamos ya llegando al final del Paseo de los Castaños, junto al lago. En la curva de derechas que da paso al empinado Paseo Puerta del Ángel, Bruce para a recibir un “chute” de Réflex en la rodilla y yo continuo a mi ritmo. La cuesta no es muy larga pero si muy empinada en sus primeros ciento cincuenta metros. El público anima echándose encima de los corredores, tanto que me hacen sentir como si fuera Perico Delgado ascendiendo un puerto de primera categoría en el Tour. Empiezo a adelantar participantes que han quedado clavados y mi autoestima crece por momentos. Al final de la cuesta voy pendiente de que Bruce llegue a mi altura. No me quiero girar mucho para no sentir el dolor del pecho y obsesionarme con otro problema, pero no le veo acercarse. Llego a la salida de la Casa de Campo y no me ha alcanzado. Creo que me toca afrontar los últimos doce kilómetros en solitario.
En la Avenida de Portugal, las mastodónticas obras de soterramiento de la M-30 han convertido la N-V en un bulevar con un amplio espacio para los peatones. Allí se encuentra el kilometro treinta por el que paso en 2:46:43. Esto significa que, a pesar del pinchazo de la Casa de Campo, los últimos diez mil metros los he corrido en 55:06, cuarenta y ocho segundos mejor que el primer diez mil y treinta y nueve segundos mejor que el segundo. Esta buena noticia unida a lo favorable del perfil (estoy en una larga cuesta abajo) y a la rabieta que me da que se me caiga la botella de agua recién cogida en el avituallamiento, me hacen volver a incrementar mi ritmo. A pesar de empezar a notar el cansancio normal en las piernas, voy mucho mejor que hace apenas unos minutos y el dolor de cabeza ha remitido. El tío del mazo es un pedazo de mamón que se encuentra escondido en cualquier recoveco del recorrido. En este caso me está esperando en la cuesta de Méndez Álvaro. Allí se me sube sin previo aviso a la chepa y empieza a darme collejas como un poseso mientras me grita al oído “¡párate, párate!”. Hago oídos sordos, tiro de glucosa y paso por primera vez por las duchas de agua pulverizada que ofrece la organización. No sé cuantos metros hay hasta la Glorieta de Atocha (o de Carlos V) pero se me hace eterno. Muchos participantes han cedido a la tentación y van andando. Yo sigo corriendo. Al llegar a Atocha, el del mazo me da una última colleja y se baja de mi chepa con un sospechoso ¡Hasta luego!
La última subida me ha dejado muy tocado pero sé que ya queda poco. Los hectómetros que transcurren entre Atocha y la Plaza de Mariano de Cavia los aprovecho para, en la medida de lo posible, recuperar fuerzas (si es que esto es factible) y para prepararme mentalmente para el último asalto: la subida de Menéndez Pelayo.
Llego a la Plaza de Mariano de Cavia. Si miro al frente puedo ver una cuesta interminable por la que discurre un reguero de corredores penitentes que son flanqueados a ambos lados por un gran número de espectadores. Me vienen a la cabeza las retransmisiones televisivas de la subida al Alpe d'Huez, en las que no sirve de nada coger la rueda de otro sino que cada uno elige su “marcheta” y sufre en silencio. Me aplico el cuento. Bajo la cabeza para no ver lo que me falta y comienzo a subir.
Los primeros metros de ascensión son mas o menos llevaderos. Pronto paso por el arco del kilómetro cuarenta (¿o no hay arco?). Mi tiempo es de 3:41:11 (5:31 min/km). El parcial de estos últimos diez kilómetros es de 54:28, con diferencia el mejor de los cuatro. El tiempo es un minuto y veintiséis segundos mejor que el primer diez mil, un minuto y diecisiete segundos mejor que el segundo y treinta y ocho segundos mejor que el tercero. Está siendo una carrera de menos a más.
Llego al final del primer tramo de la subida. Es la curva a izquierdas que se veía desde abajo. Voy medio muerto. Cuando levanto la vista y diviso lo que queda me da el bajón. Sé que son los peores momentos y que si aguanto un pelín más ya estoy en la meta. Es ahora cuando tengo que rememorar los momentos de sufrimiento que he pasado en los entrenamientos, en las carreras previas y en otros maratones, y saber que por dificiles que fueran siempre los he superado. El tio del mazo ha vuelto a aparecer y esta vez sacude de lo lindo. La cabeza me dice que me pare, pero no lo hecho en ninguna carrera y no lo voy a hacer ahora. Bajo el ritmo pero sigo corriendo.
Entro en el vallado Paseo Duque de Fernán Nuñez y me relajo. Disfruto estos últimos metros mientras voy mirando a ambos lados buscando a mi mujer y a mi hijo. Mi padre agita su brazo desde detrás de las vallas. Llego a su altura y me indica que me esperan pasado el próximo arco hinchable de Coca-Cola. El resto ya lo he contado.
¡Muchas gracias y hasta la próxima!